El
llamado monopolio de la violencia por parte de la autoridad legítima, es
regla básica en toda comunidad civilizada. De eso, en específico, es lo que
carecieron los albaneses por décadas, en particular a raíz de la
entronización de las dictaduras corruptas e izquierdistas - más lo primero
que lo segundo - que encabezaron, Enver Hoxha y su sucesor Ramiz Alia.
A los
asesinatos en masa por motivos religiosos, políticos o raciales, nos tienen
acostumbrados - si es que cabe acostumbrarse a las atrocidades - los numerosos
reportes de las diversas organizaciones relacionadas con la tuición de los
derechos humanos. Hay en tales masacres una previa prédica de odio
indiscriminado, que condiciona a sus perpetradores a la aniquilación del
contrario o del diferente.
¿En
qué se diferencian tales crímenes en masa a la situación sufrida por los
albaneses?
En
primer término, habría que anotar una dramática inexistencia de estándares
de conducta aceptadas por el grueso de la población. Algo que trasciende a
la existencia de leyes formales, de esas que solo existen en el papel. No
obstante, el factor más desencadenante, lo ha constituido la desconfianza
absoluta en los sistemas policial y judicial, tachados de corruptos y
parcializados. Un estigma persistente durante todo el período de pseudo
legalidad revolucionaria, que degeneró en anarquía normativa según los
códigos personales de conducta adoptados por cada cual.
Total, que los albaneses convirtieron en tradición y hasta cuestión de honor
tomarse la justicia por sus propias manos en lugar de acudir a estrados a
demandar justicia. Adicionalmente, como las leyes escritas valen poco o
nada, cada ciudadano se fabrica sus propias normas, lo que incluye los
castigos más atrabiliarios para agravios en algunos casos banales.
Lo
anterior genera una cadena, muchas veces interminable, de ofensas pendientes
que ha desembocado en un autoencarcelamiento masivo. Los potenciales
justiciables, no son procesados ni condenados por los tribunales, pero ante
el peligro cierto de ser ultimados por los agraviados, optan por
resguardarse en sus propios hogares. Se han registrado casos de
autoreclusión por 20 y hasta por 30 años. No hace falta ser muy imaginativo
para suponer los devastadores efectos de tener parte importante la
población, en plena edad productiva, encerrada en sus propias casas, de
holgazanes, en espera que otros parientes, provean sus alimentos y
necesidades elementales.
Un
trabajo de Sísifo. La tarea de los negociadores-comisionados de Naciones
Unidas, ha sido la de detener esa sucesión de vendettas y
contravendettas. Para ello han tenido que acudir a laboriosos mecanismos
alternativos para la solución de controversias, porque los albaneses siguen
sin confiar en sus jueces y los cánones de conducta aplicables, son muchas
veces oscuros y hasta contradictorios. Un trabajo de Sísifo, porque para
peores males, los impasses se remontan a décadas y entrelazan tres,
cuatro y hasta más clanes o grupos familiares.
Los habitantes en general, y en particular los gobernantes de los de
países en riesgo de degenerar en republiquetas, harían bien, en tomar las
lecciones del caso. Sobre todo, las referidas a la carga de anarquía de las
pseudolegalidades -personales o revolucionarias- así como de los riesgos
que entraña la descredibilidad en los árbitros llamados a solucionar, de
manera civilizada, las controversias entre los connacionales
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