Cesare Lombroso, no ha tenido lo que se llama, una buena prensa. Aunque en
sus trabajos analizó el clima, la orografía, la superpoblación, el entorno
social, familiar y demás factores endógenos en la comisión de delitos,
fueron sus conclusiones sobre supuestos atavismos humanos las que lo
hicieron famoso.
La autopsia del cadáver de Giuseppe Villela, marcó tales estudios. Villela,
incorregible, contumaz y violento había logrado el bien ganado título de
enemigo público. Al diseccionarlo, el médico y criminólogo veronés, creyó
descubrir cierto común denominador en todos los sujetos de tal calaña.
Depresión en el occipital medio, prognatismo, arcos superciliares salientes,
largos y desproporcionados brazos en relación con las demás partes del
cuerpo. En fin, según él, la clave radicaba en ciertas fisionomías afines
con las de los primates o simios.
Las equivocaciones de César Lombroso, hicieron tambalear y con creces sus
aciertos científicos. El hombre, el ser humano, debe ser el eje de cualquier
análisis del crimen. He allí su gran acierto metodológico. Las
antropometrías, no tienen ninguna incidencia en la conducta hamponil.
Afirmarlo, conduce a senderos falsos y peligrosos, el racismo, el peor de
todos. He aquí su colosal disparate.
La criminología contemporánea, con el apoyo de las ciencias que la auxilian,
ha detectado en ciertos sujetos predisposiciones que los conducen al crimen.
Algo muy diferente al determinismo lombrosiano, pues este último no partía
de premisas como el metabolismo de los neurotransmisores, de ciertas
anomalías o lesiones cerebrales o nerviosas, sino de características
externas.
Para el efecto que nos ocupa en el presente artículo, traigamos a colación a
lo que en la taxonomía respectiva se conoce como sociópata o individuo con
trastorno antisocial de personalidad, TAS.
Un TAS, carece de remordimientos lo mismo que de lazos afectivos. Con tal de
lograr sus fines, un TAS es capaz de infringir preceptos legales, éticos,
morales, de etiqueta, de urbanidad y hasta las normas de condominio. Un TAS
es ególatra patológico y por lo mismo temeroso de su muerte. Además,
mentiroso. Los lectores se servirán no confundir los mentirosos con los
mitómanos. Cuando se lo propone, un TAS es “encantador” y su carencia de
escrúpulos suele ser proporcional a su buena memoria. “La fuerza del loco”,
denomina la sabiduría popular esta última cualidad.
La locura es tragedia propia, que produce la carcajada ajena. Salvo que
ponga en peligro una colectividad., sea ésta los pasajeros de una furgoneta
o los ciudadanos de un país.
J. R. Davison, K. M. Connor y Michael Swart, de la Universidad de Duke,
Carolina del Norte, Estados Unidos, publicaron un trabajo sobre los
trastornos de conducta de los presidentes norteamericanos, desde 1776 hasta
1974. El 49% resultó con "desórdenes psiquiátricos", incluidos 24%
depresivos, 8% con ansiedad, 8% bipolares y 8% alcohólicos, con el agravante
que el ejercicio del Poder exacerbaba sus padecimientos.
A partir de la II Guerra Mundial, las cancillerías más o menos serias del
Mundo, adoptaron la costumbre de contratar criminólogos y psiquiatras para
analizar a Presidentes extranjeros. Un coletazo de las evidentes patologías
psiquiátricas de individuos como Hitler, Mussolini y Stalin.
Los venezolanos de mi tiempo nos divertíamos caricaturizando las llamadas
“cadenas” que condenaban a maldiciones o a sonrisas de la fortuna, según uno
se adhiriera o no se adhiriera a semejantes culebrones. Valdría la pena
parafrasearlas, ahora.
Dos jefes de Estado, argentinos, marido y mujer, gorreros para más señas,
que contrataron su loquero, colocaron sus bonos chatarra y hasta vendieron
alimentos podridos. Otro, brasilero, con su criminólogo debajo de o
sobaquinho obtuvo suculentos contratos de obras públicas, mientras que un
tercero, aplicando las enseñanzas de Lombroso cambalachó los servicios de
supuestos médicos por barriles de petróleo.
Y ustedes, señores de la MUD ¿qué están esperando para asesorarse con su
“malandrólogo” y librarnos de esta madre de maldición gitana?
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