Los
hospitales mueren de mengua, pero Chávez cuasiregala aparatos móviles para
hacer demagogia. Aparte de todo, ya han comenzado a llover las quejas de los
pocos usuarios. Se le descarga la batería a la segunda llamada. Se “guinda”
como ocurre con las computadoras de pésima calidad y por si fuese poco, la
onda de telecomunicación va y viene, como esas hombrías postizas e
intermitentes.
Uno de los
mayores anhelos de nuestros padres fundadores, fue la civilidad. Las
enseñanzas de Carreño contenidas en su célebre “Manual” no constituyeron un
vademécum de frivolidad, sino compendio compatriota para que todos
pudiésemos coexistir dentro de un mínimo de buenos modales. El “Moral y
Luces son nuestras primeras necesidades” que todavía resuena en nuestros
oídos, es emplazamiento en el mismo sentido: o nos comportamos como gente o
nuestro pretendido país, no sobrepasará las cotas de peonada.
Fomentar el
chiste de burdel, el lenguaje cloacal o genital, puede parecer popular y
arrancar alguna carcajada, en una primera instancia, pero drena los escasos
saldos de urbanidad luego de diez años bajo la égida del sedicente padrote
que, a través de la TV, ha sido capaz de ofrecerle sexo a su esposa.
Siempre ha
ocurrido en los cuarteles, los gimnasios y en las concentraciones de
hombres. En el exacerbado machismo o la exaltación excesiva de lo viril
subyace, ahí, larvada, latente, una tendencia que aflora luego del segundo
trago.
Verga, tiene
varias acepciones. Mástil, percha perpendicular en las embarcaciones a vela.
Fusta o látigo corto. Arco de acero de una ballesta y finalmente, forma
coloquial de llamar el miembro viril.
Vergatario es
un morfema flexivo de esto último. Ser un vergatario, no es otra cosa que
actuar como un pene enhiesto o en erección.
Salvo que sea
ninfómana, dudo que cualquier dama guste de portar un adminículo con tal
tipo de evocaciones. Será gracioso, quizá, en una despedida de soltera, pero
mencionarlo en una comunicación con sus hijos, su pareja, sus relacionados o
amigos, no pasará de ser un signo de procacidad. “Llámame a mi vergatario,
amorcito”.
Llevarse a la boca un celular con semejante connotación fálica o
restregárselo en un cachete o colocárselo en el bolsillo trasero del
pantalón, tampoco es cosa de hombres. Este servidor no hace jactancia de ser
macho o machote, pero en todo caso si es que tengo que descender a la
vulgaridad me sentiría más a tono comunicándome a través de una “Totonataria”.
O de una “Cucataria”.
Cada
cual con sus preferencias personales, a reserva del sacrosanto derecho que
tenemos los demás mortales de no adoptar ciertos gustos ajenos.
Lo que sí es
verdaderamente perturbador, es el que se reprime, el que oculta lo que es,
en realidad, a través de falsos machismos. Lo mencionábamos al comienzo.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces, con el subproducto de
resentimiento, odio, complejos, malquerencias sociales en tal clase de
inhibidos. Mucha tela qué cortar para Freud, Adler y estudiosos de las
desviaciones de conducta.
Pretender
posar de anticapitalista pero colocársele en decúbito ventral a las más
voraces empresas, brasileñas, rusas o chinas. Querer hacerse pasar por
hombrón por medio de la vulgaridad, pese a que la coprolalia suele ser velo
de inclinaciones encapsuladas.
¡Mejor, sálgase de ese closet,
Comandante!
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