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Cuando éramos niños desde lo más alto del firmamento nos observaba un Ojo Divino; el Ojo Teológico dibujado en nuestro libro de catecismo de escuela primaria, dentro de un Triángulo Teológico y en medio de rayos y centellas también teológicos. Hoy, en lo más alto de nuestro firmamento contemplamos el mismo Triángulo, los mismos rayos y las mismas centellas, pero en lugar del Ojo, nos vigila un Pimentón. No hay guiso sin pimentón, eso lo sabe cualquier lector del recetario del doctor Scannone. Los venezolanos necesitamos de un pimentón conmo Ulises necestiaba de Penélope y de Circe. Para el supuesto de que el Pimentón no exista, seguro que nos inventamos alguno. En los tiempos de José Gregorio Monagas, Pedro Obregón -su pana- se hizo milionario con los créditos de espera, las aduanas, la compra de unas goletas de vigilancia costera, y con la exportación de esclavos a Puerto Rico. Aunque nadie lo llamara así, Obregón fué el primer gran pimentón de Venezuela. El general Matos, concuñado de Guzmán Blanco y los hijos del GeneralGómez, cada uno en su época, fueron verdaderos pimentones. Para no remontarnos muy lejos, en los tiempos de Pérez Jiménez, lo fueron El Platinado y Gagliardí. En los primeros años de nuestra democracia representativa - no tan inocente como se supone - los pimentones eran señores italianos que prestaban su nombre para cualquier asunto. "Pon tú el negocio ... que yo pongo el italiano" decía la picaresca de la época al tratar el tema de los pimentones. Según Freud lo importante es lo que cada quien se crea que es; poco importa lo que realmente uno sea. Cuando hoy se habla de la existencia del Pimentón, todos los dedos acusadores apuntan hacia la misma persona. De cualquier manera poco importa que el Pimentón exista, porque lo que interesa es que la gente realmente lo vea como un pimentón. No es fácil quitarse un sambenito de encima, sobre todo cuando se encuentra acompañado con un sobre-nombre pegajoso y malintencionado. En una oportunidad les narré que cuando niño, era chiquito, cabezón y feo, - ahora, además soy calvo -. Para neutralizar las burlas y vacilones que me hacían por mi apariencia física, desarrollé una sofisticada tecnología en eso de ponerle a amigos los apodos más deletéreos. Por temor a esa clase de represalia, nadie hoy se atreve a llamarme Enano siniestro, Cara 'e golfiao, ni Cabeza 'e batea, sino Don Julián o Doctor Calatrava, aunque a fuerza de ser sincero debo confesar que jamás he asistido a universidad aIguna y tampoco tengo suficiente dinero como para que me llamen "Don". Entonces, amigo Pimentón, anímese, póngales también a sus adversarios los correspondientes apodos: A lo mejor le pasa lo mismo que a mí y hasta yo mismo termino llamándolo el Doctor Don Pimentón.
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