Nos referimos
a la utilización política del hampa, para reprimir a una ciudadanía que cada
día luce más replegada, inhibida, confinada y que por lo mismo, tiene que
utilizar hasta la última de sus calorías para que no la asesinen. Pone los
pelos de punta la revisión de las estadísticas que reflejan que delito
campea fueros en nuestro país. Pero con todo, resulta más presentable, en
particular ante la comunidad internacional, cuando la represión política se
maquilla con el rostro del hampa común, en lugar de presentarse a su
verdadero patrocinador, con nombre y apellido.
Al drama,
se ha sumado en las últimas semanas, la conducta de los voceros oficialistas
cada vez que dragonean sobre el tema. Burla, desgano por la presentación de
soluciones, deliberado propósito de bastardizar el debate, amén de la
consabida treta de achacar a los demás culpas propias ¡Al ladrón, al ladrón!
Días
atrás, escuchamos con asombro la criminalización de quienes tienen menos por
parte de un alto funcionario del gobierno de Chávez. Contradictio in
terminis, llaman los latinistas a quienes emplean razonamientos que se
contradicen entre sí. He aquí la siguiente muestra. La publicidad oficial se
empeña en hacernos creer que en los últimos 11 años, la pobreza ha
disminuido en Venezuela. Sin embargo, ahora, al justificar o tratar de
explicar el aumento del hampa, los sedicentes bolivarianos esgrimen la
precariedad económica de las mayorías venezolanas como la nuez del problema.
¿Si han
reducido la pobreza, cómo es que le achaquen a esta última la creciente ola
de asesinatos, secuestros con sus numerosos etcéteras? Además, la
pretendida “Revolución”, a través de su líder máximo, ha asumido toda una
filosofía de vida en materia de estigmatizar a los capitalistas, a los “burguesitos”,
a los “hijos de papá”. ¿Y no habíamos quedado, entonces, que lo malo es ser
rico, para que ahora nos vengan con que son los más depauperados los
culpables de la explosión demográfica del crimen?
La incuria
argumental ha tenido, por así decirlo, codas adicionales: Está el bochornoso
episodio de las risitas poco viriles de un alto funcionario gubernamental
en un debate televisivo sobre el problema del hampa.
Está,
también, la orden judicial a contravía de la Constitución Nacional de la
censura de prensa. En Venezuela no es delito matar, lo delictuoso es que un
periódico publique las gráficas que testimonien la tragedia.
El
articulista, sin embargo, no quiere finalizar, sin abonarle aunque sea un
crédito argumental, a la cuenta de los áulicos del señor Chávez. Nos
referimos al planteamiento según el cual quienes hoy matan, roban y saquean
Venezuela, se educaron o se maleducaron en la presunta era
prerrevolucionaria. “Niños de la Cuarta República” los han llegado a llamar
no sin cierta sorna.
Tienen
razón. Si en el llamado puntofijismo, no se hubiese confundido el perdón,
con la impunidad; la tolerancia, con la lenidad; el sobreseimiento con el
olvido alcahuete, aquellos “niños” o “muchachones” que delinquieron el 4 de
febrero de 1992, todavía, estarían reeducándose en un calabozo. Las
matemáticas no mienten. Por intento de magnicidio y golpe de Estado
frustrado contra un gobierno democrático, las penas suman 30 años de
prisión. Para echarse a llorar, si contamos los muertos que se hubiese
ahorrado Venezuela de no estar estos “hijos de” la IV República, donde
deberían estar.
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