Según el comunicado oficial, las
tareas a cargo de estas nuevas fuerzas armadas “van desde el reemplazo de
las unidades de combate convencionales, hasta la defensa de nuestro
petróleo”. Ya están advertidos los militarotes tradicionales. Quedaron, como
se dice, pa’ los muchachos. De modo que para conseguir coima o un ascenso a
cuatro soles, ya no podrán calar bayoneta, pilotear un Sukhoi, ni disparar
misiles con ojivas químicas contra presumibles invasores extranjeros.
Tendrán que erigirse en vendepapas o protagonizar lloronas en público, por
nombrar solo dos, de las nuevas modalidades de marcialidad bolivariana. En
todo caso, siempre será más lucrativo e ingenioso, chupar medias riendo los
chistes malos en los “Aló, presidente” que intentar una repetición de Pearl
Harbor o una confrontación tipo Vietnam con los supuestos enemigos de la
revolución. ¿Cómo será el desempeño de
estos nuevos milicianos? Depende de quien tomen como paradigma. De seguir
ciertos antecedentes, no muy edificantes que se diga, se corre el riesgo de
la repetición de la historia. En un eventual desembarco de los odiados
marines, seguro que los recién estrenados celadores de la revolución, en
lugar de la archifamosa “la planta insolente del extranjero”, pronuncian la
no menos archifamosa frase, nacida al fragor de la incontinencia,
precisamente de otras fechas no menos patrias. A saber, el 2 de febrero,
27 de noviembre, 11, el 12 y el 13 de abril de 2002. Vale decir: “Si la
sangre huele a…barro, yo estoy herido”. O peor todavía, expuestos a
condiciones más peligrosas, los nuevos duros de la resistencia y del
“Patria, Socialismo o muerte”, vuelven a las odiosas evocaciones y por lo
mismo, van, se le arrodillan a un cura, no para recibir extremaunción a
causa de una herida en batalla, sino para esconderse bajo una sotana. Lo que
es igual no es trampa, dirán los nuevos numantinos bolivarianos.
Sea como sea, las mencionadas milicias llegaron
para quedarse. El día de la juramentación bajo la consigna del ¡Nunca más!
se contó la historia de las vejatorias condiciones petroleras otorgadas a
los yanquis por Juan Vicente Gómez, a quien se calificó de traidor. El
Benemérito es ya cadáver por lo que las huestes bolivarianas han tenido un
debut muy marcial: pelear contra un hombre que tiene más de 70 años de
muerto. De cualquier manera, como de lo que se trata es de defender nuestras
riquezas, ya los milicianos preparan su bautizo de pólvora y sangre. Me
parece verlo todo.
Los recién erigidos garantes de nuestra soberanía,
se reúnen para escuchar una arenga. La convocatoria ha sido con carácter de
urgencia, porque hay que ponerle un “parao” al irritante saqueo perpetrado
contra nuestro patrimonio bituminoso.
Los ánimos están caldeados, así que el único punto
en el orden del día, no es la posible invasión “de” Estados Unidos, sino la
invasión “a” Estados Unidos. “¿Paga mister Obama los barriles que le
enviamos?”; “¡Al brinco rabioso, señor!”; “¿Lo hace completo, sin
descuento, sin pasar por ¡Go! y a precio de mercado?”; “¡Completo y sin
descuento, señor!”.
Pero los milicianos, esa tarde tenían la tripa
guerrera abierta. Se habían tomado demasiado en serio – además de los
consabidos lamparazos- la condición de defensores de nuestra soberanía. La
decisión de ejercer acciones contra quienes nos roban nuestra riqueza
fundamental con impunidad y prepotencia era irrevocable. Fue cuando en lugar
de corear el revolucionario ¡Muerte al gringo! Decidieron invadir a Fidel
Castro.
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