Pero vamos
por partes o por sus pasos bien contados. Chávez, resuelve reformar o
alterar en lo fundamental, la Constitución -
la misma cosa a los efectos de
la presente crónica. El intento genera un verdadero corri-corre entre sus
seguidores, igual que entre los opositores. Manifestaciones a favor o en
contra de la propuesta, pretendido debate parlamentario, cuyo colofón fue el
ejercicio del viejo y poco noble voto a mano alzada o sobaquero
-
las damas,
en especial, perdonarán palabreja tan poco lírica, pero el castellano es el
castellano- movilización de grupos que cobran por la partida secreta para
convencernos, cabilla en mano, de las bondades del proyecto y por supuesto,
porque no podían faltar, los ponzoñosos venablos.
Un ex
presidente de México, lo llamó borrico con chequera. El alcalde de
Cochabamba, en un mitin celebrado en la pista de un aeropuerto de Bolivia,
utilizó el de macaco piojoso o mayor para deleite del graderío, mientras que
una ONG de Burundi, sedicente defensora de la libertad de expresión, más que
una comparación empleó lo que parece una maldición de la macumba africana:
injerto de Idí Amín Dadá, Hitler y Stalin con Isabelita Perón y la Thatcher.
Si esto ha
sido así, a escala mundial, no hace falta recordarle a los lectores la
artillería verbal detonada en el ámbito nacional, con motivo de la
controvertida propuesta de reforma.
Sin
embargo, la política es como es y un veterano con “V”, mayúscula, de tal
oficio no tiene porqué perder el guáramo por descalificaciones, un poquitín
exageradas para nuestro gusto. Además, sujetas al ulterior borrón y cuenta
nueva postelectoral, por haber sido producto del fragor de una campaña cada
día más encrespada.
¿Qué fue
lo que le dijeron, exactamente, a nuestro Presidente que, al final, lo sacó
de sus casillas?
¡Que en la
próxima Nochebuena, no se comerá su hallaca en Miraflores!
En materia
de pretendidas intimidaciones, cada cual hace de su camisa un sayo. Por
ejemplo, si el comandante Guyón, autor de advertencia tan pavorosa, nos
lanzara una parecida, le responderíamos muy campantes: “Está bien, Guyón, no
me la como en Miraflores, pero me la engullo en la esquina de Curamichate y
además, de gallina y con doble ración de pernil”.
Pero Guyón,
fue compañero de Chávez, en el fracasado golpe del 4 de febrero. Lo de la
hallaca y lo de su improbable ingesta en el interior del palacio
presidencial, quizá, constituía, y constituye, aún, una clave secreta para
las acciones más deletéreas. Como bombardear, como lo ordenó Chávez, La
Casona, pese a que en su interior se encontraban, esposa, hijos y nietos del
entonces presidente Pérez.
Aparte de
todo, está el llamado Síndrome de Mandefuá, inspirado en el relato de
Pocaterra. Panchito, de la calle y depauperado
- hoy, además, sería güelepega,
saltimbanqui a boca de semáforo y con el bolivariano remoquete de Niño de la
Patria- no fue, que no cenó aquella Nochebuena. Lo hizo, pero con el
mismísimo Niño Jesús. Damos por sentado que hallacas, porque el cuento es
criollo y elemental, mi querido Watson: Mandefuá, más hallacas, multiplicado
por un condumio, obligado, fuera de Miraflores, igual a que la
contrarrevolución prepara un complot para mandarlo muy largo, directo y sin
boleto de retorno, a cenar con el Niño Jesús. Como un Mandefuá, cualquiera.
Ahora nos
explicamos la pataleta.
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