Es que no
hace falta saber tocar el violín ni ser un virtuoso de piano, para apreciar
si determinada orquesta desafina y alguno de sus integrantes en lugar de
empuñar la batuta de una filarmónica que interpreta “Los Maestros Cantores
de Núremberg” o “Das Liebesverbot” de Wagner, estaría más a tono como jefe
de una banda no precisamente de músicos, sino de esas que huyen de la
Interpol.
Puntualizado lo anterior, entramos en materia de la mencionada taxonomía
vernácula:
Loco de carretera o
loco de autopista, según las preferencias del aludido, por la velocidad de
una gandola a más de doscientos kilómetros por hora, vista desde un
hombrillo. Loco de cabuyita, para aquellos casos que aconsejan amarrar al
afectado de la pata de su cama clínica. Loco de brinco, de acuerdo con las
crisis diplomáticas, familiares o sociales que genere su coprolalia y
patanería con, cardenales, ex esposas, compadres, ex compinches,
Presidentes vecinos y hasta con miembros de la realeza.
Loquito, así, en
diminutivo, se asimila a lo que los psiquiatras califican como paciente
borderline, de la más alta peligrosidad, porque son capaces de mimetizar
su enfermedad y hacerla aparecer como de menor monta, hasta que desencadenan
alguna tragedia colectiva. Loco de metra, locote, locatelli, locomotora y
loco de chimenea, son otras de las elaboraciones del Soberano según los
matices de frecuencia, furia, redondez absoluta de la chaladura o la
compulsión por fumar, encapillado, cigarrillos con filtro aderezados con
“Pecho Cuadrao” y varias grageas de Halol, Halooperidol, Ritalín y Prozac,
como acostumbra a hacerlo nuestro individuo al filo de la medianoche.
Loco de la cabeza es aporte científico de los hermanos margariteños, que
más allá de la aparente redundancia o cacofonía, enfatiza que llegó el
momento de llamar la ambulancia.
La fuerza del loco
es, quizá, una de las expresiones más agudas que hay que abonarle al ingenio
criollo. Es sabido que para dominar la ira de un individuo calificado como
de metra, se necesitan diez mozalbetes vigorosos, sin que importe que el
infeliz tenga la talla, peso y contextura de un jockey de “La Rinconada”. En
el plano intelectual, la fuerza del loco se manifiesta con cierta
originalidad, inventiva y extroversión, que algunos electores –para su
desdicha- confunden con la genialidad y el carisma. Allí reside la
explicación de la pasajera popularidad de algunos locos de carretera en su
papel de fundadores de sectas, vendedores de productos contra la calvicie o
promoventes de reformas de la Constitución.
La distinción de la
locura que demanda una camisa de fuerza de lo constituye oliente y moliente
criminalidad lombrosiana que debe ser remitida a las colonias móviles de El
Dorado o al Tribunal Penal de La Haya ha generado verdaderos quebraderos de
cabeza a los especialistas.
Pero en ese
particular, también, nuestros modestos loqueros superan a los más reputados
criminólogos ¿Loco? increpa nuestra gente llana a quienes llegada la hora
alegan demencia para burlar la justicia. Para evitar semejantes evasiones
existe el infalible “locómetro” que mide la chaladura según el afectado coma
mucha –si lo hace con palangana, mejor- materia fecal en lugar de
calificar como tal a periodistas independientes.
Allí lo tiene quien se promueve como salvador de la Humanidad, pese a
que no aguanta ni un electroencefalograma
|