En materia de
secesionismos, cabría replicarle al autor de la acusación con el consabido,
más secesionista será usted, porque en lo que se refiere a división y
fractura del gentilicio, si quienes adversan al gobierno deben algún
centavo, las cantidades a cargo del señor Chávez se contabilizan por
morocotas.
Por lo demás,
nada o poco original, esa treta de atribuirle las miserias propias a las
acciones ajenas. Prolepsis, denominaban en la retórica de la vieja Atenas,
el recurso de anticiparse a los argumentos del adversario. Pero tampoco hay
que
ponerse
aristotélico para describir a quién se refleja mejor en el ¡Al ladrón,
persigan al ladrón! que es artificio del hampa común y barriobajera.
La primera
línea secesionista entre los venezolanos, fue dibujaba por el dedote de
odio, de quien en estos últimos años le ha dado rienda suelta a su condición
de resentido, mental y sentimental. Algún toque de humor negro le quiso
imprimir en un comienzo a la práctica, con el mote de “escuálido”. Solo que
pronto, tal malquerencia social pasó al terreno de los hechos concretos,
mediante las listas de Tascón y Maisanta que, todavía, siguen siendo
utilizadas para la exclusión del contrario.
En materia
de perpetradores de cada appartheid, la o las víctimas de tal
práctica, insultos y/o remoquetes para intentar vejar al adversario y
sistemas de castigos, la Revolución Forajida ha parido como una acure mamá.
Ni
siquiera, los partidarios del oficialismo, han escapado de esa práctica, por
demás diabólica, de clasificaciones y subclasificaciones, aunque en este
último caso, la taxonomía ha respondido a factores como la forma de acercase
al sabor de los negociados bolivarianos, número de dígitos de las cuentas
off shore, grados de consanguinidad o afinidad con la genealogía
presidencial y hasta capacidad de compra del güisqui de ocho, 12 18 años o
el apetecido Premim.
Si para
operarse de cataratas, tiene que registrarse en una interminable lista de
espera para La Habana, malo, malo. Usted, por mucho que crea en el slogan
“Con Chávez manda el Pueblo” desde el punto de vista técnico, clasificará
como “bajoperraje bolivariano”. Como máximo, podrá aspirar a unas compritas
en Mercal, cobrar, cuando cobra, en una de las llamadas misiones y ser
enguacalado en furgoneta o en gandola para cada mitin de la avenida Bolívar.
La licencia, para un flamante Kalashnikov, es una señal que usted comienza a
clasificar para darle una patada a la pobreza, porque el aparatejo le
servirá para cobrar peaje en su vecindario, atracar bancos, lo mismo que
para aterrorizar policías que tengan el atrevimiento de solicitar a
cualquiera de sus compinches.
Hay otros
signos clasificatorios de la madre de ascenso social bolivariano. Pasarlo
gordo, en La Orchila, con una o varias tiernas, gastos “cubridos”, como un
vástago, cualquiera, del señor Hugo Chávez. O conducir un “Audi” y en una
noche loca, echar piques a toda velocidad por las avenidas de la
urbanización Altamira.
El
nepotismo, es el racismo en su expresión más regresiva. Por su parte, el
secesionismo, es subproducto de ambas lacras sociales, con el
establecimiento, en el caso específico del estado Barinas, de barreras
infranqueables a la venezolanidad, la pertenencia a la patria chica, los
méritos personales e incluso, la filiación en el propio partido de gobierno
¡Secesionista, ustedes, los Chávez!
Menos mal
que ni Venezuela es Bolivia, ni Santa Cruz, Sabaneta.
|