No
es fácil la relación entre un alcalde independiente y autónomo con un
Presidente bandolero.
Lo comprobó
Zoran Djindjic, apenas comenzó la campaña para ser electo primera autoridad
municipal de Belgrado a comienzos de 1996.
Tres
años atrás, Djindjic había regresado a Yugoslavia junto con otros
intelectuales, escritores y profesores universitarios, exiliados en
distintos países de Europa para escapar de la represión durante los
estertores del gobierno déspota del mariscal Tito y después del
fallecimiento de este último, de quienes lo sucedieron.
Fundador
del Partido Democrático en 1990, Djindjic, resultó electo parlamentario,
hasta que en 1994 es designado jefe de su partido, principal fuerza
opositora al gobierno gorila de Slobodan Milósevic.
El proceso
electoral que condujo a la alcaldía de la capital yugoslava a este singular
dirigente, nacido en Bosanski Samac, hijo de un oficial del Ejército Popular
Yugoslavo, que había obtenido su licenciatura en Filosoría en la universidad
de Fráncfort del Meno, Alemania estuvo plagado de irregularidades. Presiones
contra los electores de Belgrado, en particular contra los funcionarios
públicos a quienes se les amenazaba con despidos, alteraciones del padrón
con la ciencia y complacencia de un supuesto árbitro electoral venal y
coludido, aparte del más desvergonzado ventajismo traducido en el empleo de
los recursos públicos para cubrir los actos de campaña del partido
gobernante.
Un tal Vuk
Draskovic, adulante, aplaudidor como una foca y reilón a diente pelado de
los chistes malos de Milósevic en los programas que cada domingo
protagonizaba por la televisión, fue ungido, a dedo pelado, sin elecciones
internas de la coalición encabezada por el Partido Socialista de Serbia,
para enfrentar la opción democrática. Como se vé las diferencias con cierta
cleptocracia bolivariana, forajida y desvergonzada, se limitan a meros
asuntos de melatonina o de pigmentación de la piel.
El día de
los sufragios, tampoco estuvo exento de irregularidades. Además de los
consabidos motociclistas que merodeaban con claras intenciones
intimidatorias, los electores tuvieron que forcejar con la existencia de
tres y hasta cuatro listas diferentes en los centros de votación. Todo para
escamotearle el acceso a las urnas.
La
proclamación de Djindjic, no fue menos traumática. Sus activistas y
simpatizantes se tuvieron que movilizar, de manera enérgica, pero sobre todo
tenaz, hasta que después de varios meses el pretendido árbitro electoral se
vio constreñido a reconocer lo que era una realidad incontrastable.
Milósevic y sus compinches habían sido derrotados por quien se erigió en el
primer alcalde no comunista de Belgrado en más de 50 años.
Pronto
descubrió Zoran Djindjic, que los déspotas cuanto pierden, arrebatan. A los
pocos días de entrar en posesión de su cargo, Djindjic fue despojado de
“Estudio B”, una televisora que formaba parte del patrimonio municipal, para
meses después, ser forzado por las huestes de Milósevic a abandonar la
mencionada alcaldía.
Como
siempre estas arremetidas contra la civilizad terminan mal. Por poner al
descubierto tales paralelismos históricos se le ha pretendido abrir proceso
a Globovisión y al periodista Poleo. Espero que éste no sea nuestro caso.
Milósevic
acabó sus días, en una cárcel donde estaba bien preso por numerosos crímenes
de lesa humanidad y aquí llegamos a dónde no queríamos llegar sobre todo,
ahora, que nuestro Antonio Ledezma se debate entre la vida y la muerte, a
causa de una huelga de hambre para protestar contra los arrebatones del
gobierno forajido contra la Alcaldía Metropolitana: Zoran Djindjic, fue
asesinato, acribillado por un sicario contratado por los sedicentes
Socialistas del otro lado del océano.
Tal
parece, que en algún recóndito rincón del Planeta existe una academia para
Presidentes bandoleros y que allí, se les imparten los rudimentos básicos
para comportarse como lo que son. Si es así, nuestro Nerón de Sabaneta, se
graduó en esa universidad con mención suma cum laudem.
|