Pero en lugar de preocuparse por los adjetivos, los gobernantes deben
ocuparse de lo sustantivo, vale decir, abstenerse de abusar del Poder, lo
que incluye prefabricar demencias para reprimir.
Brito, fue despojado de su pequeña finca. Antes del episodio no era, ni
partidario, ni opositor de la sedicente revolución. Pero para reclamar,
sobre todo, para exigir que le regresaran lo que es suyo, se declaró en
huelga de hambre. “Iba a morirse de inanición” alegó el comandantón, que
dirigió el piquete que lo secuestró y lo acarreó como un fardo al Hospital
Militar de Caracas. Solo que en Venezuela, al contrario de otras
legislaciones, suicidarse no está tipificado como delito. A nadie, por
consiguiente, en nuestro país, puede privársele de su libertad bajo la
premisa que quiere atentar contra su propia vida.
Menos aún procede argüir, para haberlo hospitalizado a la fuerza, que es un
chiflado. En este último supuesto, en todo caso, la declaratoria
correspondía a un juez, no unos diputados oficialistas capaces de afirmar
cualquier cosa con tal de adularle al amo. Mantener al falso demente
incomunicado y prohibirles a su mujer e hijos que lo visiten, convierte a
sus celadores en reos de delitos atroces. Los médicos, enfermeros y
pretendidos “loqueros” de Brito, incluidos los generalotes que dicen acatar
órdenes, deberían reflexionar. “Cuando la hora sea llegada” como lo recitaba
nuestro Fernando Paz Castillo, no les cabrá alegar “obediencia debida” ni
habrá escondrijo para que evadan la justicia penal internacional.
La coartada de declarar “mentalmente inepto”, al objetor, al adversario, al
diferente, para reprimirlo es una treta que por vieja, no es menos cruel.
Basta el talante tiránico para utilizar.
Durante tiempos de la Inquisición, por la mínima disidencia te
declaraban “poseso” y terminabas en la hoguera.
En hospitales como el de Salpetriere del siglo XVII francés, mucho
indeseable social, inválidos, vagos, borrachines y huérfanos, entre otros,
fueron víctimas de la eutanasia. Hitler ¡Ah, ya se me escapaba, Hitler!
implantó el programa “Aktion T4”, para la eliminación “médica” de adultos
improductivos –judíos incluidos- lo mismo que de niños con pretendidas taras
hereditarias. En la extinta y poco noble Unión Soviética, el prominente
psiquiatra
Andrei Snezhnevsky creó una nueva
subclasificación: la esquizofrenia de progresión lenta. Este diagnóstico le
permitió a la tiranía stalinista la reclusión en manicomios y sin fórmula de
juicio, de millones de hipotéticos anticomunistas. Años después,
cuando Snezhnevsky fue desenmascarado, no soportó el oprobio: jamás se
atrevió a regresar ni a un solo congreso internacional de su especialidad.
Más recientemente,
el psiquiatra Thomas Szasz, (Hungría, 1920), en su obra “Hacia un Estado
Terapéutico” cuestionaba la “hospitalización involuntaria”, en Estados
Unidos, de individuos no peligrosos. Por mucho menos de lo que ocurre aquí
con Brito, Szasz, llamó fascista al gobierno de George W. Bush.
Más
grave aún, es que a los pretendidos pacientes psiquiátricos los sometan a
torturas encubiertas, lobotomías, electro-shok,s terapias convulsivas –en la
Cuba de los Castro se cuecen habas- o se les apliquen drogas para
idiotizarlos de por vida.
Franklin Brito tiene derecho a reclamar de manera vehemente, que le
devuelvan sus tierras y los demócratas del Mundos a reclamar de manera
vehemente su libertad. Recluirlo en un psiquiátrico para callarlo, hermana a
quienes lo hacen con los tiranos más repugnantes de la Humanidad.
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