Tomemos a los esposos López Acosta, Haydeé y Tony, por nombrar otro caso. Me
lo han relatado amigos, que los vieron morir una y otra vez. En una primera
instancia, los dejaron sin vida, cuando les acribillaron a su muchacho. A
partir de ese instante, cualquiera podía certificarlos
de
cadáveres. Los ultimaron de nuevo, cuando un sicario policial, uno de los
que les había arrancado a su hijo para siempre, les espetó en sus propias
caras, jactancioso, retrechero: “¡A su hijo lo matamos como un perro, pa’
que sepan que hay gobierno!”. A los progenitores, ya occisos, los volvieron
a asesinar a mansalva: presos sin justificación alguna, se les privó de
asistir al sepelio del joven; por varios meses, para remover su dolor,
obligados a presentarse ante un tribunal que constatase que no se habían
fugado ¿Y cómo se podían evadir si ya eran, por varias veces, cadáveres! Es
cuestión de sumar o de multiplicar cuántas veces matan en Venezuela, al
mismo ser humano.
Son las 6:30 am de un lunes cualquiera. Ah, pero usted, ha tenido el pésimo
gusto de quedar en medio de una balacera. Morirá esa hora y fecha, pero lo
rematarán al día siguiente, la Guardia Nacional Bolivariana, el CICPC, o
cualquiera de los pretendidos cuerpos de seguridad, cuando para lavarse las
manos, descubran que usted, en realidad, no era un obrero que se dirigía al
trabajo, sino un solicitado por la justicia ordinaria. O que, sencillamente,
usted, peligroso integrante de un gang, ha sido víctima de uno de los
numerosos enfrentamientos entre pandillas rivales.
La crueldad, la vesania, el desprecio por la vida ajena puede adoptar
distintas tonalidades. “Damas y caballeros, señoras y señores, a
continuación nuestro invitado les ofrecerá su mejor interpretación:
variaciones sobre el mismo tema de ‘Cómo pasar a un disidente al páramo sin
escarpines”. Un Wolfgang Amadeus Mozart del ensañamiento es muy imaginativo,
prolífico, ocurrente. Y si le queda humano con cabeza, puede ensayar algo
con un perro, un gato o cometer ecocidio contra las cabeceras del Orinoco.
En materia de indiferencia ante una huelga de hambre mortal, nos viene a la
memoria Margaret Tatcher. Insensible, dura con el adversario político, pero
alcahueta y acomodaticia con las corruptelas de su camarilla. Su émulo del
Caribe me agradecerá, complacido, que recree una de sus proezas más
notables: la inanición homicida de varios miembros del movimiento
independentista irlandés.
“¿Y
qué quieren Bobby Sand y sus camaradas? ¿Estatus político?” Y después de
hacer una seña vulgar, los dejó morir de hambre en Dublín.
En materia de ensañamiento, Fidel Castro, siempre ha sido mozartiano. Meses
atrás, dejó extinguir la vida del objetor Orlando Zapata, como quien deja
que se extinga una vela. Lenta, pausada, serenamente. Pero Fidel, también,
es cultor de los juicios sumarios o fusilamientos express. O de las palizas
a las “Damas de Blanco”.
- ¿Y qué es lo que quiere Orlando Zapata? –lo escucharon socarrón, cínico,
desalmado- ¿Que lo declaremos disidente? ¡Si ese señor lo que es, es un
bombero. Bombero de los que colocan bombas, no de los que apagan incendios!
Con Zapata, con Bobby Sand, con Franklin Brito, no hubo conmiseración. O te
mueres o te mueres.
-
¿Y qué es lo
que quiere Brito? ¿Qué le devuelvan sus tierritas, el trabajo de toda su
vida, sus ahorritos para él y su familia? –se encogió de hombros, burlista
del sufrimiento ajeno, fingiéndose desentendido de las causas del drama- ¡Si
ese señor no es agricultor, sino un testaferro de los enemigos de la
revolución bolivariana!
Fue cuando asesinaron por primera vez, a Franklin Brito. No ocurrió anoche.
Ocurrió meses atrás.
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