-Ese informe,
fue redactado por instrucciones de Bush - así, de un solo plumazo, despachó
tan graves acusaciones el bobo-vivo de la Cancillería.
Como se
advierte, el gobierno gamberro tiene diferentes niveles de exigencia en
materia de convicción y certeza. Si se trata de un dictamen forense
elaborado por un equipo multidisciplinario procedente de varios países, pero
incriminatorio de sus fechorías en el bajo mundo del narcoterrorismo, “que
se lo metan po’el …bolsillo” para utilizar la germanía del Jefe Máximo. Pero
si se trata de jurar y perjurar que un documento lo redactó de su puño y
letra, casi, el mismísimo presidente de Estados Unidos, es así, porque lo
digo yo, “po’que pa’ eso, semo gobielno”.
Más allá
de la calificación de los técnicos que intervinieron en la elaboración del
informe. De la asepsia de este último, porque Interpol, en sus conclusiones,
no se extiende sobre el contenido de la documentación, sino que se limitó a
determinar que las tres computadoras del jefe guerrillero no fueron
manipuladas por las autoridades colombianas ¿qué pueden informar los fulanos
aparatejos, que no supiésemos nosotros de antemano?
Nada nuevo
bajo el Sol y lo decimos sin pecar de sabihóndos.
Aparte de
todo, eso que a un grupo de expertos policiales significó interminables
jornadas de trabajo, a Hércules Poirot, por ejemplo, le hubiese tomado
minutos. La pretendida intrusión de Bush, incluso, en la elaboración del
dictamen, también hubiese salido a relucir de una sesión de preguntas y
repreguntas, dirigidas por el legendario detective de Ágatha Christie, dicho
sea de paso, una autora denigrada de manera injusta por nuestros
pseudointelectuales, en particular los izquierdosos, carcomidos de envidia
por el éxito editorial de la dama.
El primero
en ser llamado a declarar por Poirot, hubiese sido, el Baby Bush.
-S’ill-vous-plait,
monsieur, déme su nombre, dirección y teléfono.
-
¡Ay! Antes de responder, tengo que preguntarle a Cheeney.
Un duro
del interrogatorio y la tortura –de la tortura psicológica, no de la tortura
en El Amparo, como Rodríguez Chacín- no iba a perder su tiempo con un
individuo que para contestar las cosas más triviales, tiene que consultarle
a su Vicepresidente, de modo que la siguiente en el orden de los
repreguntados, sería la senadora Piedad Córdoba.
-¿Senatour
Cordobá, vous est la femme de monsieur Chavé?
-¿Yo, la
mujerieé de Chavé? ¡’Tas tostao, Poirot! Lo mío es le billeté de la partida
secreté.
Ni Raúl
Reyes, Tirofiijo, ni Mono Jojoy, comparecerían a las sesiones de preguntas y
respuestas dirigidas por el temible detective belga. El primero, por razones
obvias y los dos restantes, por estar en paños menores, en estos mismos
instantes en que ustedes, apreciadas lectoras, apreciados lectores, leen la
presente crónica, pasándolo gordo en la suite japonesa del Palacio de
Miraflores, con la compañía de “unas viejas, vea” proveídas por la generosa
petrochequera del anfitrión.
Para
cerrar el caso, tomaría turno en estrado el principal imputado.
- S’ill-vous-plait,
monsieur –dispararía Poirot a bocajarro- combien de temps ha ido usted, al
Cajuán y al Caquetá a jugar al rojo, con los guerrilleros de las FARC (al
rojo-rojito, monsieur, no lo tomé a mal).
Como se vé,
para demostrar unas relaciones viejas y pecaminosas, no hace falta hurgar
los archivos de ninguna narcocomputadora. |