Un escenario desaconsejable
para tales canas al aire, porque a la vista del público y en un estadio con
capacidad para más de 90 mil aficionados lo menos que puede guardar un jefe
de Estado, es compostura. “Mens sana in corpore sano”, proclamaba Juvenal
hace dos mil años. Contrariar máxima tan venerable ante jóvenes deportistas,
tipifica delito de lesa olimpiada. El baron Pierre de Combertin, lo esperará
en el otro mundo, para pedirle cuentas al perpetrador.
Esto de los
jefes de Estado beodos, ha dado mucha tela qué cortar. Entre nosotros, los
casos más sonados han sido, por orden cronológico -no etílico- Cipriano
Castro, bebedor de coñac y aficionado a las llamadas mujeres de vida
alegre, Medina Angarita, demócrata, honorable padre de familia pero frívolo
y borrachín. La fama de Jaime Lusinchi, por empinar el codo formó parte de
su leyenda negra. Sin embargo, su alcoholismo fue más guerra sucia electoral
que un verdadero exceso.
Para
hablar de contemporáneos, son famosas las voladoras de Daniel Ortega,
presidente de Nicaragua, de Alan García, de Perú – las de Evo son con coca-
y de Nicolás Sarkozy, quien días atrás, apenas, se presentó en una rueda de
prensa dando traspiés, sin que el asunto pasara a mayor, salvo para algunos
opositores pacatos.
De lo que
sí no habíamos tenido conocimiento, jamás, es de la utilización de la
afición etílica para dirimir los conflictos entre dos presidentes rivales.
Un jefe de Estado si tenía pendencias con un colega, lo invadía, rompía
relaciones diplomáticas, le decretaba un embargo económico o le disparaba un
misil. Pero eso de utilizar un “Aló, Presidente”, para difundir las imágenes
de un adversario en pretendido estado de ebriedad representa un arma
inédita, por lo menos entre funcionarios de jerarquía.
¿Constituye el calificativo de borrachín una temible daga o metralleta al
extremo de provocar una rendición incondicional?
Todo lo
inútil se vuelve pernicioso. De manera que eso de disparar un proyectil
inofensivo, de bajo calibre, sobre todo, entraña el peligro de devolverse
contra quien aprieta el gatillo. Más que una escaramuza guerrera, prusiana,
digna de alguien que blasona con el ¡Patria, socialismo o muerte!
acusaciones de semejante nivel se asemejan a las reyertas entre prostitutas
y de las baratas, con el perdón de estas últimas, porque lo último que
queremos es ofender.
Quizá, al
empleo de armamento tan poco convencional se refería alguno de los
generalotes bolivarianos, cuando meses atrás proclamaba que en caso de una
confrontación contra Estados Unidos la guerra sería asimétrica. Adjetivos
aparte, si por calificar de borracho mandáramos a alguien al cementerio, en
Venezuela no quedaríamos seres vivos.
Hasta la
fecha, Bush no le ha devuelto el ataque a su colega venezolano. Sin embargo,
como lo que es igual no es trampa, no nos sorprendería, que una vez que se
le pasen la pea y el subsiguiente el ratón, eche mano de un arsenal igual o
peor al de su archienemigo. No sería una contraofensiva con cañones ni con
la Quinta Flota, sino con unas mentadas teledirigidas, directo, a la
reputación ajena. Retorsión, llamamos los abogados a esta especie de ¡la
tuya, que es mi comadre!
-Más kurdow será usted, míster. Of
course, yo, zamparme
many Jack Daniels entre pechow and espaldaow, pero you agarrar megatronas,
con Haloperidol, Litio, Prosac and Ritalín, mezclados Caballito Frenao,
rinquincalla y odio, que es el peor de los carburantes.
Venezolanos y gringos ¡temblad! No creemos que tal fuego cruzado llegue a
magnicidio. Pero un borrachicidio puede ocurrir en cualquier momento.
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