Pero no es
nada más en lo que se relaciona con el jefe de Estado. A partir de este
index librorum prohibitorum bolivariano, cualquier venezolano queda
inmune de referencias similares. Así que en lo adelante se decretan
proscritos de nuestro lenguaje coloquial expresiones como “¡Epa, mi loco!”,
“¡Amarra tu loco!”, “¿Y vas a seguir con la loquetera?”, lo mismo que
cualquier otra que, por muy cordial, querendona o descriptiva, aluda aunque
sea de manera oblicua que alguien tiene, un principio o una verdadera madre
de filtración en la azotea. Compatriotas legendarios, unos vivos, como “El
Loco” Ardila, “El Chalao” Méndez, “El Orate” Errandonea y otros
lamentablemente fallecidos, como “El Loco” Torres, “El Loco” Bermúdez y “El
Loco” Lizardo, verán cercenados sus aportes al gentilicio, porque nadie los
evocará a través de sus ocurrencias, casi siempre geniales, sino por medio
de unos patronímicos inodoros, incoloros e insípidos.
Todo genio
es un anormal, aunque todo anormal no es un genio. De modo que como medida
en defensa de los locos sin mucho seso, la censura nos resulta odiosa, pero
al menos caritativa.
La locura,
es tragedia propia que despierta la carcajada ajena. Comprenderán los
lectores, porqué cuando se expuso en la citada asamblea interamericana de
editores y directores de medios, el caso de la prohibición de hablar de la
salud mental de nuestro jefe de Estado, los delegados estallaron en sonora
carcajada. El único que permaneció grave, circunspecto, sin dibujar siquiera
una media sonrisa fue el expositor. Es que su condición compatriota lo
convertía en doliente, por no decir sufriente, de una posible insania que
deja de ser drama individual o familiar, para convertirse en hecatombe
nacional.
Hace algún
tiempo, J.R. Davison, K.M. Connor y Michael Swart, de la Universidad de Duke,
Carolina del Norte, Estados Unidos, publicaron un enjundioso trabajo sobre
los trastornos de conducta de varios presidentes de ese país. El estudio
abarcó 37 jefes de Estado, desde 1776 hasta 1974. Una medición no muy
satisfactoria, porque 49% resultó con “desórdenes psiquiátricos”, incluidos
24% depresivos, 8% con ansiedad, 8% bipolares y 8% alcohólicos, con el
agravante que el ejercicio de la primera magistratura exacerbó sus problemas
preexistentes. Ya lo decía el benemérito general Gómez: “Nada enferma más a
un imbécil, que ponerlo de jefe civil”.
Entre los
norteamericanos, el caso de Woodrow Wilson, quizá, ha sido el más grave.
Está probado que durante su magistratura, sufrió un accidente
cerebro-vascular, que fue aprovechado por su esposa y por una camarilla para
secuestrarlo, en la práctica, porque hacían, deshacían y para justificarse
declaraban ser portavoces del presidente disminuido.
Reagan,
durante su presidencia fue caricaturizado por padecer supuesta demencia
senil. En una oportunidad, él mismo, solicitó evaluación psiquiátrica, solo
que antes practicársela le expresó en tono jocoso a sus médicos: “Hay tres
cosas importantes que debo confiarles, la primera que tengo un pequeño
problema de memoria, con respecto a las otras dos, no puedo recordarlas”.
Subdesarrollo puro, esto de prohibir o amenazar a quien ose comentar la
posible insania de un jefe de Estado.
Síndrome
De Tourette agudo, sociópata incurable o el calificativo científico que
mejor calce. En lugar de censurar el tema, más bien habría que
desmitificarlo. Sobre todo cuando se trata de un individuo que, para el
columnista, no aguanta ni un electroencefalograma.
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