Tanta era la premura de ediles y de alcalde por
ganar el nuevo trofeo de genuflexión, que es probable que cuando se
publique la presente crónica, no sirva de nada.
En ese caso, vítores, loas, para las autoridades
municipales autoras de la estupidez y para nuestra adorada Caracas, para
nuestra sufrida capital, un buen bofetón, como de costumbre, de regalo en
el mes de su 435 cumpleaños.
MOROCOTAS Y CASCOS DE MULA. ¿Cuál es el programa
de gobierno de Bernal y de sus concejales? ¿Qué han hecho en sus dos
años de mandato y qué podemos esperar en los que les resta?
Linares Alcántara, en el ya lejano bienio de su
Presidencia, despachaba tales interrogantes sin demasiadas teorizaciones.
Las recordamos, sin mala intención. Así como Nicolás Patiño - o
Patiño Nicolazón - es testador directo de esa fruición quintarrepublicana
por la modificación insustancial de nombres, la presencia del líder del
llamado Liberalismo Amarillo, merodea como un espíritu burlón en el
ideario de la sedicente Quinta República.
¿Mi programa de gobierno? - se preguntaba y
se respondía Linares - Montarme en la torre de la Catedral con una
cesta de morocotas y tirárselas a todo el que pase (...) Los
mejores ingenieros para mantener caminos, son el ingeniero Sol y el
ingeniero Casco de mula (...) A mis enemigos, les pongo un zamuro de
prendedor.
EL NOMBRE NO HACE AL HOMBRE. Por supuesto que
tampoco queremos elevar a la categoría de tragedia, este nuevo pegoste - con el perdón del patronímico del Padre de la
Patria - que se le
pretende agregar a la denominación del municipio donde nacimos, residimos
y esperamos recibir cristiana sepultura. La tragedia la hace el hombre, no
el nombre. Igual un militarote ignorantón 120 años atrás, que un
alcalde y unos concejales capitalinos, ignorantones también y que por lo
mismo, constituyen un verdadero bochorno en medio del siglo XXI.
Hasta aquí las semejanzas. Aunque de manera
rudimentaria, a sol y a mula, Linares, no se desentendía, como Bernal y
su gente, en eso de tapar los huecos de las calles y caminerías de la
época. Además, con todo lo criticable que pudo ser su peculiar manera de
redistribuir la riqueza, siempre será preferible tirar morocotas a los
viandantes de la esquina de La Torre, que tirarlas del erario municipal,
pero entre la taifa de marihuaneros que pasan quince y último por la
taquilla del municipio Bolivariano, por agredir, por insultar, a
todos los que tienen el atrevimiento de circular por esa misma esquina - vaya
con los paralelismos históricos - sin el visto bueno de semejantes
hampones.
CENTRALISMO EN LA CAPITAL No es la primera vez que
nos quejamos con amargura del centralismo que ha sufrido nuestra capital.
Una paradoja, que siempre ha sido así y que ahora recrudece. Se toman
decisiones, se afecta su estructura administrativa, sus tradiciones y se
le consulta poco o no se le consulta a los caraqueños. Como cuando se
desmembró su espacio vital con la creación del Estado Vargas, ente
ficticio e infactible desde el punto de vista económico. Como cuando en
la butifarra Constitucional del 99, se tomaron decisiones sobre su
funcionamiento y en lugar de someterlas a consulta entre los que vivimos
aquí, exclusivamente entre lo caraqueños, opinó y hasta votó gente
extraña a su ámbito político y territorial. Todavía estamos pagando
semejante enredo constitucional.
Ahora una camarilla, pretende agregarle adjetivos a
su denominación y lo que es peor, sumarle a su población un factor de
irritación, a todas luces inoportuno. Pero ¡Qué diablos! Si tenemos a
un alcalde que con sus pistoleros, sus Círculos Bolivarianos, ha hecho lo
que está a su alcance para "ponernos un zamuro como prendedor", como
decía su ideólogo Linares Alcántara. Solo que con esta gente, ya ni
zamuros nos quedan en Caracas.
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