Ocurre que al comportamiento del oficial, se agregó
una cadena de justificaciones, de adhesiones, incluso, del llamado
Comandante en Jefe, quien minutos después del bochorno, se deshizo en
respaldos a su subalterno.
Ya vemos que la llamada revolución, sí ha sido
capaz de crear cierta cohesión entre algunos profesionales de las armas.
Solo que es una cohesión enfermiza. A los oficiales se les transmite el
mensaje que en lugar de marcialidad o respeto por la institución, lo que
cuenta es la lisonja, la genuflexión, ante el pretendido líder. Todo
para llegar al viejo postulado de "a los míos, con la razón y sin
ella" del Plan Bolívar, del FUS, Fondur y tantos otros escándalos,
donde oficiales peculadores han sido relevados de castigo a cambio de su
fidelidad perruna con el llamado proceso.
ESOS GUAPOS. Estos militares guapos -cuando están apoyaos
- me permiten recordar a otro generalote. Me refiero a Mario Benjamín
Menéndez.
El episodio ocurrió con motivo de la guerra de Las
Malvinas ¿Quién mejor para encabezar la ocupación militar de las islas
en disputa? -pensaron las altas autoridades en Buenos Aires.
Había que tener en cuenta que al frente del
gobierno británico se encontraba, Margaret Thatcher, mejor conocida como
" La Dama de Hierro", no precisamente, por salir a protestar con
una inofensiva cacerola.
Menéndez, aparte de genuflexo, como nuestro
generalote de Maracay, había sido un duro de la represión. Redadas
contra los disidentes del régimen, allanamientos pistola en mano y ¿por
qué no? alguno que otro caso de brutalidad militar, porque no se crea, no
solo de amenazas viven los regímenes totalitarios, ni sus oficiales que
se les colocan en decúbito.
Por supuesto, no es lo mismo proceder con ventaja,
sobreseguro, ni aporrear mujeres en medio de una protesta pacífica, que
enfrentar a los sanguinarios gurkas, que formaban parte del contingente
enviado por Thatcher para recuperar los territorios en discusión.
Los jóvenes argentinos, se batieron como unos
bravos. Pero Menéndez, al darse cuenta que los británicos doblegaron sus
defensas, que se acercaban a su cuartel general y que era ya su propio
pellejo y no el de la soldadesca el que corría peligro, se apresuró a
izar una bandera blanca, que en forma previsiva, así, como quien no
quiere la cosa, se había traído en su equipaje.
Habrá que preguntarle a Sun-Tzu, a Clausewitz o a
Lidell Hart, pero lo dudo. Con esta clase de guapos no se gana nada. Ni
una escaramuza, ni se sale bien parado de una manifestación de señoras.
DESVIACIONES CUARTELARIAS. La cultura del cuartel,
parece que consiste en un curioso cruce de violencia, machismo,
menosprecio a las mujeres y de pataletas, como ésta del general apaleador
de señoras. Me parece oírlo: " ¡Al lóbulo de la oreja de mi jefe,
ni con pétalo del redoblar de unas cacerolas!".
Ha ocurrido siempre en las asociaciones de hombres
solos. Desde los guerreros espartanos, hasta los violadores de Alcatraz,
pasando por los narcisos que frecuentan los gimnasios para verse más
musculosos. Mucha tela qué estudiar según Freud y Peyrefitte.
Sea como sea, nos imaginamos lo que ocurrió en
Maracay. El oficial, llega a su guarnición y lo primero que ve, es que
una matrona merodea por los alrededores, con una cacerola ¿No es
demasiada provocación? Hoy ya no se usan tales utensilios. No pintan nada
en esta época. Han caído en desuso. No hay nada qué cocinar. Pasaron
los tiempos en que las amas de casa, relajadas, plácidas, preparaban
algún condumio con el diario que les aportaban sus esposos.
Todo lo superfluo se transforma en maligno. Un
instrumento que tiene nulas posibilidades de freír, asar, hervir, ha
dejado de ser una cacerola para convertirse en arma letal. Lo mismo ocurre
con el hombre cuando es un inútil. Civil o militar. Pasa de herramienta a
arma blanca.
La culpa de la intolerancia política y de las
señoras maltratadas, no la tienen la prédica del odio, la tasa de
consumo de marihuana con Caballito Frenao en las movilizaciones de los
Círculos Bolivarianos, ni los generalotes abyectos. La tienen las
cacerolas. Las mujeres que se quejan por haber sido agredidas en tales
circunstancias -con una cacerola o a puño limpio- lo hacen por puro
gusto.
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