La Mira Bolivariana

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Las relaciones de la revolución bolivariana con EE UU. Un sentimiento de amor-odio, ideal para escucharse en una rockola . . .


 

 

Eliécer Otayza, ha declarado que hay que aprender a odiar a los norteamericanos. Que hay que tenerlos en la mira del resentimiento, porque de momento a otro, invaden Venezuela.

Otaiza ha sido un todoterreno en el gobierno gamberro. Jefe policial y desde el cargo, supuesto protector de Vladimiro Montesinos en Caracas, comisario político de la bancada oficialista en el parlamento, candidato a la gobernación de Carabobo - luego desfenestrado por el mismo dedote zurdo que antes lo había ungido -, presidente del INCE, coordinador de un plan de alfabetización, bufo y dispendioso, y director del Instituto Nacional de Tierras. Ahora se ha erigido, por si le hacía falta otro pergamino, en administrador de las bajas pasiones bolivarianas.

En pleno siglo XXI existe un sostenido intento de liquidar las animadversiones por raza, nacionalidad, religión, clase, sexo, opinión. Pero no. He aquí que en Venezuela, un individuo con la connotación que tiene  el capitán o teniente Otayza, pretende estimular el ángulo menos noble del ser humano.

 

Todo so capa de una hipotética invasión o de una guerra asimétrica, no menos hipotética. Habrá que preguntarle a Sun Tzu, Clausewitz o a Lidell-Hart si las luchas, lo mismo en el campo de batalla como en la vida diaria, se ganan con aplomo, adiestramiento y testículos - con ovarios legítimos, también - y no con rencores de mujerzuela.

LA SIEMBRA DE RESENTIMIENTOS. No es fácil, en nuestro país, cosechar malquerencias como las mencionadas. El venezolano es, impuntual, confianzudo, jaranero, vivalapepa, olvidadizo y con una propensión genética a compensar sus incumplimientos, con “una de cariño”, no importa que trate con gente desconocida. “Caramba, gorda, no pude tenerte el trabajo a tiempo. Sin embargo, seguro que la semana que viene te lo entrego, mamita”.

Pero también somos, madrugadores, laboriosos, listos, valientes, hospitalarios y de buena fe,  lo que le ha valido a mucho hampón de la política para forrarse de billetes. Mandela decía, que no hay que olvidar, aunque es necesario perdonar. Nosotros siempre hemos llegado a este último resultado, pero por la vía de la desmemoria.

Nuestra poca propensión al odio generalizado, se demuestra con  hechos. El peón alzao que tiene seis años de incitaciones, no puede darse por satisfecho en este particular. Va, se manda cada domingo un maratón de insultos contra opositores, sacerdotes, abogados, periodistas, damas –peor, si son negras, como Condolezza - jueces desafectos, supuestos oligarcas, perseguidos políticos, colombianos - siempre que no sean de la narco - defensores de derechos humanos, pero el grueso de sus seguidores después de cada soflama, se marcha a casa a dormir la trona tumultuaria.

LAS CANCIONES DE DESPECHO. Como en todo, siempre existen las consabidas excepciones. Pero ni siquiera en el caso específico, tema principal de la presente crónica, percibo el encono feroz, irreconciliable, milenario, sañudo, que se nota entre otras naciones enemigas. Tengo para mí, más bien, que lo que priva aquí es esa mezcla amor-odio, tema recurrente en los despechos rockoleros que se escuchan en los establecimientos nocturnos. No hay que olvidar que el señor Otayza, antes de ser rescatado por el llamado proceso revolucionario, era una persona del ambiente.

Una propina generosa sobre la pasarela y un buen soldado de la multipolaridad o del stripptease, según las circunstancias, retribuye la pretensión manoseadora, con un mohín celestino o con el otorgamiento –no menos celestino- de un bloque gasífero en la plataforma deltana. Si se produce una rechifla botiquinera o la pita se origina en la Casa Blanca,  hay artillería para todos los gustos: espalda a la clientela, seguida de una retrechería con el pompy, en hilo dental o el inicio de una carrera armamentista.

Hasta el mismísimo Fidel, es destinatario de ese sentimiento ambiguo, paradójico, agridulce, porque los extremos se tocan, en el amor,  el odio y en las relaciones exteriores ¿Cambiar en pesos cubanos el producto de uno de los tantos latrocinios bolivarianos? De ninguna manera, porque los revolucionarios que aseguran su futuro, aman al odiado dólar.  

Sea como sea, aumenta nuestro apresto militar. Nadie desea que nada de esto ocurra, pero uno se pregunta, por poner un caso,  cuál será el destino de los 100.000 nuevos fusiles rusos, ante una eventual invasión gringa. El dilema esta latente. Armas del odio antiimperialista o herramientas del amor revolucionario. No quiero ofender, pero me temo que en tal eventualidad, a esos fusiles les tendrán que quitar la mira.

 


© 2005 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio