El prudente y
comedido ¡shhhh! de la amantísima autora de los días de este verdadero ícono
de la juventud bolivariana, intentó atajar los insultos contra un insólito
destinatario.
- ¡Cállate,
mi amolcito, mugre de mi pezuña, eructo de mi corazón, rebuzno de zopenco,
mira que las paredes oyen pero sobre todo, hablan y alguien nos puede sapear
con nuestro benefactor, el queridísimo Comandante – le imploró Yakelín
Gertrudis.
- ¡Que nos
sapeen! ¡Me importa un cipote! Y en cuanto a "tu" benefactor y queridísimo
comandante se puede ir muy largo al… –En este punto la rabieta asumió un
tono sentimental, al extremo que lo que comenzó como una declaración de
guerra fue degenerando en pucheros.
Los lectores
ya lo adivinarán. La angustia, el desasosiego, el sálvese quién pueda, lo
desencadenó el "¡Aló, Presidente!" aquel. Nos referimos al que proclamó que
los verdaderos bolivarianos, cual cristianos de parábola bíblica, tenían que
compartir sus túnicas con algún mendigo.
- ¿Darle una
cola en mi Hummer, doce cilindros, con tres filas de asientos, a algún
tierrúo del barrio de las Minas de Baruta o del Placer de El Hatillo?
¡Qué rayón! –la queja ya estaba a nivel de llantén a lágrima viva.
La
bolivariana Yakelín Gertrudis, había conservado el ánimo conciliador en
medio de esta plática familiar tan educativa. Pero a cualquiera lo
traicionan los nervios. En particular cuando le tocan el bolsillo. O las
cuentas off shore.
¿Y si tenía
que repartir sus depósitos en dólares, euros, yenes, francos suizos, pesos
cubanos, pesos macuquinos, doblones, redoblones, morocotas y lingotes de
oro? La posibilidad que su apartamento en Fisher Island, en pleno
corazón de los mayamis, lo mismo que su villa en las orillas de lago
de Montreaux, vecina a la del gobernador de "Los Ojos Verdes" pasasen a
formar parte de algún pote socialista, endógeno y solidario, también cruzó
su mollera como un rayo aniquilador. Los ánimos se le alebrestaron.
- Imagínate
–la antes reflexiva Yakelín Gertrudis ya estaba como una cuaima- a lo mejor
tengo que cederle la mitad de mis vestidos "Carolina Herrera" a la
comandante Lina Ron ¡Qué bolas, esa chusma con mi pinta! ¡Chusma, chusma,
chusma!
El
bolivariano Freddy Williams III, aparentando distancia de aquel drama,
campaneaba, parsimonioso, su Etiqueta Azul. Pero lo de siempre: los sufridos
maridos y salvo prueba en contrario, somos los "culpables-de-toda-vaina" en
el hogar. No importa que éste sea escuálido o bolivariano.
- ¿Y tú –Yakelín
Gertrudis lo señaló con dedo acusador- te vas a quedar ahí, sin hacer nada,
paradote, bebiendo caña y comiendo caviar del mar "Caspa"? ¿Ah?
Ya lo dice el
apotegma. Perro viejo late echao. Sobre todo si está bien buchón.
- Cuando
Chávez –se dijo el bolivariano Freddy Williams III para sus adentros y sus
afueras- regale el Cartier Pashá, sus trajes Brioni, sus calzoncillos Prada
y Jorge Rodríguez haga lo mismo con el Audi y su pent-house, yo partiré y
repartiré mi cochina bolivariana.
Sonrió,
aspiró su habano y se sirvió otro scotch
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