Chavez y Peña

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No deja de ser un contrasentido que los caraqueños seamos los más lastimados por el centralismo desorbitado . . .


 

 

 

TREINTA O MAS AÑOS de ejercicio de un periodismo polémico, denunciador y quisquilloso, le valieron a Alfredo Peña, primero, ser el parlamentario más votado en las elecciones de la llamada Constituyente y, después, la Alcaldía del Distrito Capital con una mayoría holgada. 

Peña es un hombre hosco, de voz chillona, de malas o peores pulgas.

  Su fruición desmedida por la noticia caliente, su afán de confirmarla, de presentársela al lector con el respaldo necesario para quedar indemne de cualquier rectificación o desmentido, me condujo a imaginar que en alguna oportunidad, sería galardonado con un premio "Pullitzer", un Cabot Reward, o un Monseñor Pellín. Jamás, con un "Mister Simpatía", ni siquiera en una fiesta patronal del caserío más remoto.

Pese a ello, una vez en ejercicio de la función pública, el hombre se volvió amable, populachero, pausado, para desasosiego, no de los representantes de la llamada cuarta república - paradojas de la vida -, sino de los que estaban supuestos, como sus aliados naturales.

- Anoche lo vieron besando ancianas en el geriátrico de Caricuao - rezan algunos informes de la Disip presentados al jefe del Estado- y el domingo pasado puso la música en un templete montado en la esquina de Curamichate, cantando al estilo de Daniel Santos.

Una ciudad sin dolientes

Caracas no tiene dolientes. Hace escasos años, cuando se desmembró parte de su espacio vital para decretar una entidad sin población y sin suficiente territorio para ello, fuimos de los pocos que nos quejamos con amargura, porque fué una decisión a espaldas de la opinión de sus pobladores.

Pero había que crear el Estado Vargas. Era una medida para hacer demagogia barata con los potenciales votantes de esas zonas litorales. Además estaba la apetencia burocrática. Después de todo, una nueva gobernación nunca está de más para la repartición de canonjías y la colocación de compañeritos de partido, no importa que la medida no se traduzca en calidad de vida para las comunidades litorales. Además estaba la apetencia burocrática. Después de todo, una nueva gobernación nunca está de más para la repartición de canonjías y la colocación de compañeritos de partido, no importa que la medida no se traduzca en calidad devida para las comunidades.

No deja de ser un contrasentido que los caraqueños seamos los más lastimados por el centralismo desorbitado.Un vecino de Pampán, Trujillo o de Cúpira, Estado Miranda, se lamenta de que muchas veces cuestiones de la vida menuda de su municipio se deciden a sus espaldas y en sede de un poder central a centenares de kilómetros de distancia.

Pero, en Caracas, igual no toman en cuenta la opinión de sus parroquianos. Con el añadido de que como aquí tienen sus despachos el Presidente, sus ministros y los directivos de institutos autónomos, los árboles que cada jefe o jefecito del poder central plantan para marcar territorio, impiden mirar el bosque de las decisiones de carácter local, que se relacionan con el día a día de la vida del área metropolitana.

En cualquier municipio del interior del país la mutilación de su territorio o la creación de una nueva instancia burocrática en detrimento de sus autoridades locales tradicionales, ocasionaría una poblada. En Caracas no, y el aparente olvido por los asuntos que le llegan más de cerca se debe a cierto deslumbramiento que ejercen en los caraqueños las cuestiones de carácter nacional que se deciden en la ciudad.

Si tú dices centralismo, yo digo federación

Ha ocurrido en los meses más recientes. Si Peña se trae a Bratton para que le diga cómo resolvió el problema de la inseguridad en Nueva York, Chávez envía al alcalde Bernal a La Habana a observar cómo operan los comités revolucionarios. Si para las revoluciones cubanas y bolivarianas la internet es el opio del pueblo, para el alcalde metropolitano, Bill Gates es el Carlos Marx del tercer milenio. Si Chávez tiene una gresca con el Episcopado, Peña comulga - por primera vez en los últimos cuarenta años -y reza un rosario en familia.

Son rivalidades corrientes en el mundo de la política. Claro, uno, por más que adverse al señor Presidente, tiene que comprenderlo hasta cierto punto. Tampoco es que vayamos a exigirle que no recele de sus potenciales sustitutos, máxime ahora que muchos venezolanos miran su reemplazo como una cuestión de supervivencia.

Que gane el mejor. Así les dicen los ¡árbitros a los boxeadores, antes de sonar el primer campanazo. A cuál de los combatientes quisiera ver yo en la enfermería después de este forcejeo político, es una cuestión que espero que los lectores no hayan advertido.

Pero eso sí, que mientras dirimen la controversia no asfixien presupuestariamente a Caracas y su posible rebanación no se convierta en arma política para neutralizar a su alcalde.

 

 


© 2001 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio