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¿Cinco minutos? –se pregunta Clinton, mientras levanta inventario
visual de todas las jovencitas que se arremolinan alrededor de las rutas
de evacuación- ¡Tiempo más que suficiente para que antes del
desembarque, una de esas chicas se me arrodille como la Lewisnky!
En
Estados Unidos, Jimmy Carter, tiene fama de pelmazo. “Los premios Nóbel
de ciencia, para el primer mundo y los de la Paz, para dirigentes de
países subdesarrollados. Como Carter nos estaba convirtiendo en uno, le
fue concedido el suyo”, “El mejor ‘ex’ Presidente que hemos tenido”.
Esos y otros retruécanos de sus compatriotas, resumen una gestión de
gobierno, mediocre, gris, que significó un bajonazo de Estados Unidos,
como superpontencia mundial. Pero volvamos al naufragio.
¿Cinco
minutos para desembarcar? – se pregunta el bueno de mister Jimmy-
¡Tiempo suficiente para recitar unos versos de Walt Withman.
Carter
declama, otra vez. No ha tenido buena prensa, la reaparición del ex
mandatario mencionado en último término. Los votantes del Estado de
Florida se lamentan, todavía, de las trampas que hace cuatro años
llevaron a Baby Bush a la Casa Blanca y tal experiencia vital, sumada a la
bobalicona veeduría internacional del referendo celebrado en Venezuela,
hace que cualquier advertencia de Carter en materia
de votaciones se encuentre devaluada, o peor todavía, tropice con la
muralla infranqueable de los prejuicios contra su persona. La ecuación es
sencilla. Un hombre cuya fama de tonto es materia prima de chistes y que
por si fuese poco, acaba de ser víctima del engatusamiento masivo de un
Presidente, autoridades del CNE y magistrados de una republiqueta
bolivariana, carece de arboladura intelectual, para neutralizar al “hacker”
más inocentón de la primera potencia del planeta.
Pese
a las críticas, el cronista presume la buena fe de Carter. Nadie puede
discutirlo. Para que cualquier sufragio obtenga a santificación de “no
tricks” que expide el citado ex gobernante –después de su
pasantía por Caracas, por supuesto- se requieren árbitros honestos,
padrón a prueba de cedulaciones y de naturalizaciones maliciosas,
máquinas electorales no sujetas a las contingencias de unas proveedoras
piratas. No lo exigió así en el caso de Venezuela, no porque un racismo
atávico y sureño, lo obligue a demandar para sus compatriotas una
democracia cinco estrellas, mientras que para el bajo perraje
latinoamericano considere más que suficiente unas elecciones de fachada,
de modo de poder asistir con su consciencia blanqueada a los oficios
religiosos dominicales. Pero, mejor complemos la idea, en pantalla
Cinemascope.
Talento
de exportación. Son las 6:30 am.. Frente al espejo,
un hombrecillo ajusta el nudo de su corbata blanca contra el cuello de su
camisa irreductiblemente negra. Luego de contemplarse el clavel en el ojal
y de pasarle revista a su traje a rayas verticales –chaleco incluido- se
dice para sus adentros y para sus afueras ¡Trrremenda pinta! De
pronto, recuerda que le falta el calzado, para ocasiones especiales.
-¡Resurrección,
cristiana! Buscáme rápido los zapatos blanquinegros que dejé aireándose
sobre la batea.
En
esto de las indumentarias de ciertos personajes de la farándula política,
los opinadores tenemos que asumir nuestra cuota de responsabilidad. La
semana pasada, por citar un ejemplo, anunciamos la posibilidad que ante
los desafueros electorales, habidos y por haber en Venezuela, se aplicasen
en contra de sus autores, las leyes antimafia sancionadas en algunos países
extranjeros. Pero no. En lugar de inhibir, de cerrar la tripa siciliana
que todo ser humano lleva entre pecho y espalda, nuestra advertencia más
bien la alebrestó y he aquí que al presidente de nuestro ente
electoral, le ha dado por derrochar físico a través de la TV trajeado
como lo hemos descrito.
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. . . y ultimadamente, si Carter es el Eliot Ness de las votaciones,
yo soy un verdadero Intocable de la operación electoral.
Fue
cuando Carrasquero, decidió ofrecerle una asesoría al partido
Republicano de Fort Lauderdale.
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