EL
LECTOR LO SUPONDRA. Nos contamos entre quienes piensan que en este
aspirante no concurren las condiciones mínimas para su nuevo cargo. Nada
personal, dicho sea de paso. Ocurre que Carrasquero, está en el ojo de la
tormenta y cuando algunos conservan la esperanza bobalicona, que agarre el
toro del revocatorio por los cachos de la imparcialidad, he aquí que le
da por distraerse, por pensar en otras funciones, como si con las que
tiene puede jactarse del deber cumplido.
Por
supuesto, hay algo respetable en esta postulación. Quizá Carrasquero se
ha autoconvencido. No sirve, no funciona, es una inutilidad como árbitro
electoral. Por si fuese poco, es presa del miedo escénico y de aquel
funcionario decidor, dicharachero, que en sus principios gustaba de posar
ante la TV, ha emergido un individuo huidizo, huraño, dubitativo, que
delega en terceros la ineludible labor de informar cuanto ocurre en el
organismo bajo su responsabilidad. En este último particular los
opinadores, el cronista entre ellos, tenemos una cuota de responsabilidad.
Cada vez que en sus comparecencias públicas, el presidente del CNE decía
“veníamos”, “íbanos” o
cualquier otra barbaridad, lo convertíamos en víctima de nuestras
chacotas más crueles. Total, que el hombre perdió confianza, se volvió
un verdadero ocho hasta en sus acciones cotidianas, al extremo que en sus
visitas al mercado libre, no sabe si ordenar un racimo de rábanos o de
“rábamos”, en cuyo caso, las tomaderas de pelo no corren por cuenta
de los opinadores, sino de los expendedores de verduras.
LA
FUNCION JUDICIAL. Un árbitro, rector electoral o juez, no puede
pensar en tomar las de Villadiego en el punto más álgido de su gestión.
Es algo contrario al oficio y vistos los antecedentes del caso, nada
garantiza que este integrante en ciernes del TSJ, en medio del
enjuiciamiento del ex presidente Chávez, para nombrar un ejemplo no muy
lejano, no le dé por cambiar de cargo y en lugar de concluir lo que
comenzó, se promocione para un nuevo empleo: pitar un partido de la
Vinotino, so pretexto que árbitro
es árbitro.
Si
consideraba que la materia electoral no era su fuerte, Carrasquero no ha
debido aceptar plaza en el CNE o una vez en la misma y darse cuenta de sus
evidentes limitaciones, dimitir antes de celebrar a dedo y sin licitación
contratos por más de 200 millones de dólares. O de
prestarse a obstaculizar la consulta popular de modo que su sola
pretensión de convertirse en magistrado adquiera el sabor de recompensa
por no cumplir con su deber.
Los
motivos para que Carrasquero, ponga su mirada en el TSJ, trascienden el ámbito
de su decisión personal, porque forman parte del estilo impúdico de un régimen
que implosiona. La nueva ley del Tribunal Supremo se encuentra en el
centro de la polémica, las fuerzas de oposición se han abstenido de
presentar candidatos a los comités de revisión de credenciales y un
individuo que se vende como ajeno a toda militancia política lo menos que
ha debido hacer, es marcar distancia en lo que se refiere a la composición
del nuevo TSJ. Pero para eso semos gobierno, Carrasquero.
Los
venezolanos de mi tiempo, recordamos un chiste
cruel, pero muy aleccionador. Se trata de un mochito que lee un aviso en
la prensa: “Con fines matrimoniales, platinada despampanante solicita
joven, rico, alto y osado. Abstenerse si no llena todos los requisitos”.
Para sorpresa de la casadera este veterano va y toca la puerta en su
condición de galán.
Soy
rico, porque como lisiado tengo una mensualidad vitalicia de 200 bolívares;
lo de buen mozo, es algo que no deja de ser subjetivo; en cuanto a lo de
alto, ya te lo demostré al alcanzar de un solo salto el timbre de la
puerta y en referencia a lo de osado, no me vas a negar que hay que
tenerlas bien puestas para presentarme como pretendiente.
Para
no darle más vueltas, usted las tiene bien puestas. Más que las del
mochito, señor Carrasquero.
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