DESTINATARIOS DE LA ANIMADVERSION. "Viajar con
un salmón", de Umberto Eco, contiene una confesión similar a la que
hacemos en el presente artículo. Eco, tampoco odia al fútbol. Pero se
declara enemigo furibundo de los aficionados de ese deporte, aunque por
motivos diferentes a los de este cronista.
Siento enemistad hacia el fanático venezolano del
balompié. Afino mejor la puntería. Enemistad lo que se dice enemistad,
uno, no la siente por casi nadie o por cosas muy especiales. Así, que
ante una palabra, pero sobre todo un sentimiento tan terrible, se hacen
necesarias las acotaciones del caso.
Mi animadversión no incluye al escasísimo, pero
muy consecuente número de parroquianos que pese a la relativa popularidad
de ese deporte en Venezuela, asiste cada domingo al Soto- Rosa de Mérida,
al Pueblo Nuevo de San Cristóbal, al Brígido Iriarte de Caracas, para
animar a los modestos equipos de nuestra Liga Profesional.
En eso de la enemistad hacia los hinchas
nacionales me refiero al fanático temporario. Al que juega siempre en
"posición prohibida". En outside. Al cazagüire
- en mi época le decíamos así, a los delanteros poco proclives a sudarse
la camiseta, que pretendían anotar goles a costa del esfuerzo ajeno. Al
aficionado, que permanece por espacio de cuatro años ajeno a la oncena de
su ciudad, pero que cuando llega el Mundial, se siente italiano, español,
brasileño o hasta de Afganistán.
RAZONES PARA SUFRIR O PARA FESTEJAR. ¿La torcida
de Río, Bahía, Sao Paolo sufrió explosiones de júbilo al enterarse que
el novato venezolano, Carlos Hernández, blanqueó el sábado antepasado,
por siete episodios a los Bravos de Atlanta? ¿Un chileno, un uruguayo,
saldría en caravana a festejar porque la selección argentina ganó su
tercera Copa Mundial?
Eso jamás. Razones de acérrima rivalidad o de
simple indiferencia, harían imposibles semejantes supuestos. Además, son
gente que no sentiría tales victorias como propias. Que no han aportado
nada para que se produzcan, y que por lo mismo, carecen del derecho de
hacer suyo algo que pertenece a un tercero.
Pero no. Al contrario de todo fanático que se
respete, el aficionado temporario o de cada cuatro años, aparte de
paralizar nuestra ya paralizada economía, porque abandona sus
obligaciones, para seguir el Mundial a través de la TV, sale a celebrar -
o a llorar, porque en materia de ridiculez tenemos para todos los gustos-
cualquier goleada por más que en ellas no tengamos arte ni parte.
La última copa celebrada en Francia cobró un
muerto entre nosotros. Algo insólito. Un pueblo que es capaz de un crimen
como el ocurrido en Caracas, durante el Mundial del 98, es un pueblo capaz
de jugarse el alma por una convicción que desconoce, por puro impulso,
porque así se lo dicta cualquier lunático, incluidos los mencionados al
inicio de la presente crónica.
Hace poco, en su visita a Venezuela, Savater,
reivindicaba la pasión por el fútbol. Según este autor, se produce,
entre los fanáticos una cierta unión, un cierto lenguaje común,
accesible, igualador, capaz de amalgamar a un sector considerable de la
población. Nuestro Pedro Díaz Seijas, por su parte, en un hermosísimo
trabajo, develaba las claves, por demás imaginativas, que se producen
entre los jugadores de Bolas Criollas. Pero ¿qué vínculo importante
puede surgir, con motivo de un partido entre dos seleccionados, si no se
tiene una idea exacta de la ubicación, cultura, características de los
países que representan y en la mayoría de los casos ni siquiera se puede
pronunciar correctamente el nombre de sus jugadores?
Quiero que Brasil, España e Italia, pierdan por
goleada (excusas para mi abuelo materno, Giuseppe Ziccarelli, a quien Dios
tenga en la gloria y para ti, Fatiminha, de mi amor). Todo con tal de no
ver a un grupo de idiotas en las calles de la urbanización Las Mercedes,
ondeando las banderitas de unos países con los cuales no tienen otra
relación que la de vecinos no siempre cordiales o la remota parentela de
algún inmigrante ilustre. Que Camerún siga la misma suerte. No sea cosa
que mis familiares barloventeños se alebresten, también, y les dé por
trancar el tráfico de la Carretera de Oriente. Mientras descubro un
equipo que no motive entre los venezolanos, tales expresiones de júbilo,
voy a ligar por los árbitros.
|