Usted lo sabe bien. Las causas del descenso abrupto
de los beisbolistas, es terreno abonado para la especulación.
Ciertos entendidos, hablan del síndrome del segundo
año. De acuerdo con estos teóricos, el trabajo de los llamados espías
de los equipos competidores, luego del acopio y procesamiento de las
debilidades de los jugadores contrarios - en especial de los novatos -
comienza a surtir sus efectos a principios de cada temporada.
Otros, señalan la farra en los meses de descanso,
como el motivo principal de la pérdida, repentina y muchas veces
definitiva, de las condiciones físicas. Hay quien habla del
envejecimiento natural de los atletas.
¡Pamplinas! Todo pelotero sabe que hay un código
no escrito que condena a los transgresores, con el bajo rendimiento,
tránsito doloroso a la banca y el ulterior envío a la liga de veteranos.
EL MAL DE OJO EN EL BEISBOL. Un pitcher que está
dando nueve ceros, jamás pisa la raya de cal, cuando va o viene del
montículo hacia el dogout. Un bateador que se encuentra sobre los
300 no se rasura, ni permite que lo fotografíen y hasta el fanático
menos informado, sabe que el legendario Joe Di Maggio, no se cambió de
calzoncillos - a pesar que en esa época pasaba la luna de miel con
Marylin Monroe - durante su seguidilla de 56 juegos consecutivos pegando
de hit.
Los Medias Rojas - equipo de mi preferencia - luego
de enviar a Babe Ruth a sus archirrivales, los Yankees de Nueva York, en
lo que ha sido el cambio de peor agüero en la historia del pasatiempo, no
han vuelto a ganar una Serie Mundial, y más de un asistente al Feenway
Park - el cronista entre otros - aseguraba haber oído la carcajada
burlona y cervecera de Ruth desde ultratumba, cada vez que el equipo de
casa ha estado a punto de coronarse campeón de las mayores.
Decíamos, señor Sosa, que fué en esta columna
donde lanzamos un alerta, la vez de la abrupta caída de su rendimiento.
Le solicitamos a la macumba de San Pedro de Macorís
que se declarase en emergencia. Ocurre que en los días previos al spring
trainig de la temporada de 1999, usted, por su juventud, por
ingenuidad o por un mal entendido sentido de conmiseración hacia el
prójimo, se prestó a una farsa deportiva, aquí en Caracas, en el
estadio de beisbol de la Ciudad Universitaria.
¿Dejarse ponchar por un pitcher mofletudo, de
inexistentes dotes atléticas, cuyas rectas de apenas 35 millas, por muy
Presidente que sea, no califican ni siquiera para sofball, categoría de
veteranas? Una afrenta al pasatiempo, señor Sosa. Esa noche, los
espíritus de las luminarias dominicanas que en otro tiempo jugaron en
Venezuela, montaron en cólera en el olimpo de béisbol: Pedro Alejandro
Lanz, Mellizo; los hermanos Lucas, Guigui y Pepe; Tetelo Vargas, refuerzo
del Concordia en 1931 y Lagunita García, un segunda base de los Patriotas
del Venezuela, a finales de los 40, entre otros.
Fué necesario, señor Sosa, recurrir a las
divinidades tutelares más conspicuas de la santería dominicana para
romper el maleficio.
¿Y a qué viene todo esto, dirá después de casi
tres años?
UN ARMA HOMICIDA. Es el caso, señor Sosa, que
durante su mencionada estada en Caracas, le hizo cierto regalo al autor de
su fraudulento struck out. Un bate Adirondack, 36, de madera
castaña clara, para mayores señas. Pues bien, al sujeto ya mencionado,
le ha dado por amenazar a los integrantes de la oposición a su gobierno,
a los propietarios de medios de comunicación, a los ganaderos, a los
industriales, al alcalde de Caracas y hasta a algunos sacerdotes, con
golpearlos, agredirlos, molerles las costillas, con "el bate de Sammy
Sosa", como lo proclama con indisimulada jactancia.
No me venga, señor Sosa, con que hace dos años
usted no sabía que el individuo en cuestión era socio y compinche de
Saddam Hussein, Gaddafi, Tiro Fijo, Mono Jojoy y Carlos " El
Chacal", entre otros duros del terrorismo y que con semejantes
amistades, constituía una insensatez regalarle un Adirondack 36. Lo sabe
ahora, Sosa. Por lo mismo, la presente advertencia, para evitarle el mal
momento de ser percibido como el facilitador de un arma homicida.
Quítele su bate a ese sujeto, señor Sosa. Pídale
que se lo devuelva. Explíquele que se lo regaló como un gesto de buena
voluntad. De ninguna manera para desacreditar a los bates, al beisbol y al
espíritu de sana competencia que preside el deporte. Menos aún, para
desprestigiarlo a usted, porque lo hace, cada vez que incurre en la
incivilidad de amenazar con un garrote a los que no nos plegamos a sus
pretensiones totalitarias y saca a relucir el nombre de Sammy Sosa como
supuesto mentor de sus desafueros.
Y por favor, señor Sosa, regrese a Venezuela. Para
jugar en la Serie del Caribe o para firmar autógrafos. Pero no para que
tengamos que volver a librarlo del mal de ojo, ni para sacarle las
castañas del fuego, por mezclarse con tal clase de sujetos. |