A Sammy Sosa

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Ha sido una insensarez, Sr. Sosa regalarle un bate 36 a un compinche de los duros del terrorismo . . .


NINGUNA MALQUERENCIA en su contra, señor Sosa. Con decirle que a mediados de abril del 99, cuando no superaba usted, el pírrico average de .181, con apenas un jonroncito, fué en esta columna donde se desentrañaron, los motivos de su slump. 

Usted lo sabe bien. Las causas del descenso abrupto de los beisbolistas, es terreno abonado para la especulación.

Ciertos entendidos, hablan del síndrome del segundo año. De acuerdo con estos teóricos, el trabajo de los llamados espías de los equipos competidores, luego del acopio y procesamiento de las debilidades de los jugadores contrarios - en especial de los novatos - comienza a surtir sus efectos a principios de cada temporada.

Otros, señalan la farra en los meses de descanso, como el motivo principal de la pérdida, repentina y muchas veces definitiva, de las condiciones físicas. Hay quien habla del envejecimiento natural de los atletas.

¡Pamplinas! Todo pelotero sabe que hay un código no escrito que condena a los transgresores, con el bajo rendimiento, tránsito doloroso a la banca y el ulterior envío a la liga de veteranos.

EL MAL DE OJO EN EL BEISBOL. Un pitcher que está dando nueve ceros, jamás pisa la raya de cal, cuando va o viene del montículo hacia el dogout. Un bateador que se encuentra sobre los 300 no se rasura, ni permite que lo fotografíen y hasta el fanático menos informado, sabe que el legendario Joe Di Maggio, no se cambió de calzoncillos - a pesar que en esa época pasaba la luna de miel con Marylin Monroe - durante su seguidilla de 56 juegos consecutivos pegando de hit.

Los Medias Rojas - equipo de mi preferencia - luego de enviar a Babe Ruth a sus archirrivales, los Yankees de Nueva York, en lo que ha sido el cambio de peor agüero en la historia del pasatiempo, no han vuelto a ganar una Serie Mundial, y más de un asistente al Feenway Park - el cronista entre otros - aseguraba haber oído la carcajada burlona y cervecera de Ruth desde ultratumba, cada vez que el equipo de casa ha estado a punto de coronarse campeón de las mayores.

Decíamos, señor Sosa, que fué en esta columna donde lanzamos un alerta, la vez de la abrupta caída de su rendimiento.

Le solicitamos a la macumba de San Pedro de Macorís que se declarase en emergencia. Ocurre que en los días previos al spring trainig de la temporada de 1999, usted, por su juventud, por ingenuidad o por un mal entendido sentido de conmiseración hacia el prójimo, se prestó a una farsa deportiva, aquí en Caracas, en el estadio de beisbol de la Ciudad Universitaria.

¿Dejarse ponchar por un pitcher mofletudo, de inexistentes dotes atléticas, cuyas rectas de apenas 35 millas, por muy Presidente que sea, no califican ni siquiera para sofball, categoría de veteranas? Una afrenta al pasatiempo, señor Sosa. Esa noche, los espíritus de las luminarias dominicanas que en otro tiempo jugaron en Venezuela, montaron en cólera en el olimpo de béisbol: Pedro Alejandro Lanz, Mellizo; los hermanos Lucas, Guigui y Pepe; Tetelo Vargas, refuerzo del Concordia en 1931 y Lagunita García, un segunda base de los Patriotas del Venezuela, a finales de los 40, entre otros.

Fué necesario, señor Sosa, recurrir a las divinidades tutelares más conspicuas de la santería dominicana para romper el maleficio.

¿Y a qué viene todo esto, dirá después de casi tres años?

UN ARMA HOMICIDA. Es el caso, señor Sosa, que durante su mencionada estada en Caracas, le hizo cierto regalo al autor de su fraudulento struck out. Un bate Adirondack, 36, de madera castaña clara, para mayores señas. Pues bien, al sujeto ya mencionado, le ha dado por amenazar a los integrantes de la oposición a su gobierno, a los propietarios de medios de comunicación, a los ganaderos, a los industriales, al alcalde de Caracas y hasta a algunos sacerdotes, con golpearlos, agredirlos, molerles las costillas, con "el bate de Sammy Sosa", como lo proclama con indisimulada jactancia.

No me venga, señor Sosa, con que hace dos años usted no sabía que el individuo en cuestión era socio y compinche de Saddam Hussein, Gaddafi, Tiro Fijo, Mono Jojoy y Carlos " El Chacal", entre otros duros del terrorismo y que con semejantes amistades, constituía una insensatez regalarle un Adirondack 36. Lo sabe ahora, Sosa. Por lo mismo, la presente advertencia, para evitarle el mal momento de ser percibido como el facilitador de un arma homicida.

Quítele su bate a ese sujeto, señor Sosa. Pídale que se lo devuelva. Explíquele que se lo regaló como un gesto de buena voluntad. De ninguna manera para desacreditar a los bates, al beisbol y al espíritu de sana competencia que preside el deporte. Menos aún, para desprestigiarlo a usted, porque lo hace, cada vez que incurre en la incivilidad de amenazar con un garrote a los que no nos plegamos a sus pretensiones totalitarias y saca a relucir el nombre de Sammy Sosa como supuesto mentor de sus desafueros.

Y por favor, señor Sosa, regrese a Venezuela. Para jugar en la Serie del Caribe o para firmar autógrafos. Pero no para que tengamos que volver a librarlo del mal de ojo, ni para sacarle las castañas del fuego, por mezclarse con tal clase de sujetos.

 

© 2001 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio