El Dopaje

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Peor que un dopaje deportivo que conduce a la descalificación,  es una trona mental de odio y exclusión social . . .


 

  Ya lo leyeron, la atleta venezolana, Rosario Ramos, ha sido defenestrada del tablero de medallistas de los más recientes juegos bolivarianos por el delito de dopaje. Según el parte médico, la chica ingirió boldelona, una sustancia prohibida para aumentar masa muscular que condena a los infractores, a la descalificación y suspensión, por varios años de esa clase de torneos.

Me parece muy bien, muy justo. Lo que ocurre es que todos los días vemos el doping con, café, tabaco, alcohol o con deporte-espectáculo.

 

 El yuppie para ganar en la NY stock exchange se da sus pases de cocaína, mientras que los llamados niños “de la patria” acuden a la pegaloca para  sobrellevar la miseria, en la calle o en algún recodo del río Guaire. Tal parece que la tendencia de sacar algo más de nosotros mismos, la encontramos desde la bíblica voladora de Noé hasta en unas eliminatorias de decatlón. El negrito del gabinete ejecutivo que celebra, a colmillo pelado los chistes malos en cada “Aló, Presidente”, no ríe, no se carcajea, sino que aprovecha los domingos para doparse con 100 metros planos de genuflexión.

EL ROSTRO EL DEPORTE. Dicen que se ultraja una actividad tan hermosa como el deporte cuando se permite el consumo de estimulantes. Pero uno, por el contrario, cree que los usuarios de esteroides anabolizantes, no son sino el verdadero rostro del espectáculo, la verdad no dicha de unos juegos que ya no tienen relación con aquel homenaje al músculo que nació en Grecia y que alguna vez propugnó la importancia de competir, no de ganar a toda costa, según los postulados del  barón de Combertain. Se droga el futbolista, el pelotero o el contendor de pista y campo, pero antes, ya se ha dopado el aficionado en la grada, con la adicción incontrolada por las victorias y con un fanatismo postizo subproducto del marketing.

Días atrás, por mencionar un caso que repugna, veíamos en nuestra TV, el comercial de una gaseosa, que hace jactancia de ser mecenas de nuestro seleccionado de balompié. Una clara incitación a la violencia en el deporte, con unos bobos simulando gritos, bailes, cánticos y gestos de guerra, de evidente corte fascista. Canibalismo primaveral, titulaban los surrealistas, esas demostraciones de antropofagia deportiva, ajenas de un todo a nuestra idiosincrasia, porque hasta donde tenemos conocimiento las rivalidades entre las diferentes divisas del patio, no han ido más lejos que de algunas bromas de mal gusto. El big busisness en buena parte del primer mundo, con poco de primavera, pero mucho de engullirse a los demás, es el de una pretendida guerra a muerte, con el balón o la disputa en la cancha como excusa. Un odio del hombre contra el hombre, como en el Circo romano, que ha conducido en aquellas latitudes a vandalismos como el de los hooligangs ingleses o los ultrasur de España. Ahora, con el citado comercial se pretende inculcarnos semejantes contravalores. Subyace allí, el mensaje que el fútbol - el concepto es extrapolable a cualquier otra disciplina deportiva- ya no es más un juego, sino un batalla de etnias, de millones, de figurones,  de una exacerbación nacionalista, que en el caso de la gaseosa, no deja de ser paradójico, pues se trata de una empresa extranjera, sin otro patriotismo que el de  embolsillarse sus respectivos millones de dólares.

VARIACIONES. En la infracción y consiguiente suspensión de la multiatleta, Rosario Ramos, cabe el conocido tópico: variaciones sobre el mismo tema, porque en lugar de alguna trasnacional de las bebidas basura, figura como primer candidato a sentarse en el banquillo el ente gubernamental, supuesto rector en materia deportiva. Carta blanca o vista gorda, por no decir instigación a los atletas en materia de dopaje, para que se mediquen a su propio riesgo a cambio de exhibir una cosecha de medallas, producto de un hipotético progreso deportivo.

Sea como sea, siempre será preferible una lanzadora de disco dopada de estimulantes que un político trono de resentimiento, ineficiencia, prédica de odio y de malquerencia social. En todo caso, peor que todas las drogas fisiológicas, me parecen a mi las drogas sentimentales. La revolución forajida, es un fumadero de opio adonde, con sus honrosas excepciones, ha llegado una taifa con una voladora de complejos personales, resentimientos, abuso de poder y fruición por meter mano en la Tesorería. Como se ve, las trasnacionales de la comida basura y los gobiernos gamberros, nos pretenden dopar con un cocktail de patria y de supuestas proezas deportivas.

Dicho lo anterior, más comprensión con casos como el de la señorita Ramos.

 


© 2005 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio