Delitos de Cuello Rojo

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¿Ha traído la llamada Revolución Bolivariana, un delito espeíifico y con características propias? . . .


 

  Se lo leímos alguna vez a Fernando Valarino: "Hay que aprender a llorar a los amigos". Era la lágrima comedida, viril y altiva, externa y la que corre por las entrañas, tributo y necesidad vital, a la que se refería este destacado psiquiatra venezolano, fallecido de manera prematura.

El asesinato de los jóvenes Faddoul y del trabajador Miguel Rivas, nos ha sorprendido fuera de Venezuela.

Uno, cree es posible desembarazarse un tanto de la cotidianidad, aunque sea por escasos días, pero he aquí que esta tragedia, en la distancia engañosa de unos miles de kilómetros, se nos clava, nos desgarra en lo mas profundo y entonces, el llanto trasciende el estrecho confín de la amistad personal, sin que importe que nunca hayamos tenido la oportunidad de abrazar al trabajador ultimado, estrechar la mano de los señores Faddoul, ni bendecir las cabecitas inocentes de los niños mártires.

ROJO O BOLIVARIANO. Se ha instaurado entre nosotros una nueva tipologÍa delictuosa. Sin ánimo de polemizar, pero si de llamar las cosas por su nombre, la etiología se entrelaza con la llegada de la sedicente revolución. Por ello deben compartir adjetivo, revolución y asesinatos, para mejor estudio y manejo de esa inédita antisocialidad, que no vacilamos en denominar delitos de cuello rojo o  mejor, delitos de cuello bolivariano.

El ministro del Interior, pide que no se politicen las  atrocidades contra los Faddoul, Rivas, el fotoreportero Jorge Aguirre, y antes, contra el empresario Sindoni, los estudiantes masacrados en el barrio Kennedy y los 100.000 muertos, que contabiliza el hampa a partir del 2 de febrero de 1999. Pero hay una circunstancia que a los venezolanos de bien no nos puede resultar indiferente.

Nos referimos al surgimiento de una  brutalidad, de una crueldad redundante, en otro tiempo ajena a la idiosincrasia y aquí llegamos adonde el alto burócrata no quiere llegar. Han sido ocho años de prédica de odio ininterrumpida, de ofertas de freir cabezas adversarias, de cognomentos como los de escuálido, oligarca, cachorro del imperio; de burla al adversario preso o caído en desgracia; de rienda suelta a la coprolalia gubernamental, al resentimiento personal, a la propaganda de guerra, asimétrica o vaya usted a saber, por quienes desde sus responsabilidades de dirección, han erigido en paradigma la intolerancia al diferente.

A uno, quizá, lo traicione algún chauvinismo desconocido, encapsulado en recóndito pliegue interior, de modo que en medio del dolor, roguemos, como si con ello pudiésemos aminorar la tragedia, que los culpables no sean venezolanos, que ojala fuesen oriundos de alguna galaxia y que aun así, hayan actuado obnubilados por cierto estupefaciente irresistible y distorsionador. Pero no es asi. Todas las sospechas apuntan hacia efectivos de organismos policiales, nacidos en Venezuela, exacerbados por el desmedido ánimo de lucro y transformados en monstruos, a causa de la droga de la prédica de odio, capaz de desatar los demonios internos mas deletereos.

Total, que aquí están los resultados de este macabro cocktail de apología a la división social, de ineptitud de los servidores públicos a quienes en lugar de probidad y eficiencia, se les hace jurar lealtad perruna; de corrupción impúdica, donde solo se castiga a quienes han caido en desgracia con el mandón por motivos futiles e innobles; de impunidad, "a los míos con la razón y sin ella", so pretexto que los fines de la inexistente revolucion justifican cualquier medio, cuando tendría que ser al contrario, porque los fines nunca llegan o no existen y en tales circunstancias, el único paliativo del drama de la población es la decencia, ahora mismo, en el manejo de los recursos que otorga el Poder.

GENTILICIO QUE PERSISTE. La ofuscación de la intolerancia les habrá infundido la quimera de creer que los verdaderos valores del gentilicio son  perecederos, como la carne. Pero las ejecutorias, hermosas como plegarias, fecundas como un Pentecostés,  ásperas como el llanto de la presente hora por el asesinato vil de tanta gente inocente, nos comprometen y permanecen sobre nosotros como sementera inabarcable e inspiradora.

Esos que han amado al pais, como los Faddoul, Sindoni, Rivas y tantos otros inmolados, nos inflan los pulmones en medio del presente luto para seguir desmontando la mentira y seguir vindicando, sin ofuscaciones ni retaliaciones subalternas, la buena astilla que por forturna y de manera mayoritaria, todavía, conservamos los venezolanos.

 


© 2006 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio