COMENCEMOS
POR LAS PROFESIONES DE FE. Porque aunque no muy morales que se digan, esa
gente también tiene principios. Todavía retumba el ofrecimiento que se
escuchó en el ballroom de algún hotel neoyorkino. Ocurrió cuando se
comparó nuestras riquezas naturales con una núbil y se emplazó a los
mismos globalizadores que tanto atemorizan al generalote del discurso,
para que tocaran, para que manosearan, para que gozaran a la chica. Los
lectores nos perdonarán. Pero el símil con el padre degenerado que
ofrece su hija al mejor postor resulta inevitable.
A
los pocos meses, luego de
alguna que otra escaramuza - verbal, por supuesto, porque el héroe máxiimo
revolucionario es alérgico a la pólvora - se puso manos a la obra en
esto de colocársele en decúbito ventral a los mencionados artífices de
guerras de cuarta o quinta generación. Fue con la entrega de las áreas
gasíferas de nuestra plataforma deltana. No hubo licitación allí,
fueron contratos a dedo por montos muy por debajo de los avalúos y ninguno
de los bien documentados señalamientos de corrupción fue investigado,
porque quedaron silenciados por la aplanadora cómplice de la Fiscalía,
la Contraloría y las comisiones o sub-comisiones de la Asamblea. Hubo
alguien, sin embargo, que no se cuidó la lengua. Los lectores recordarán
que el sujeto de siempre, en el acto de firma del expolio, le pidió a los
representantes de las trasnacionales, llevarle a “mister” Bush, el
mensaje que con la entrega de la la citada plataforma demostraba su
colaboración con las necesidades energéticas del Imperio.
DE
J.V. GOMEZ A LA REVOLUCION BOLIVARIANA. Se le suele atribuir al
periodista Clarence Horn la infidencia. Gómez le pidió a las empresas
petroleras, que redactaran la Ley de Hidrocarburos de 1920. “Ustedes
saben de petróleo.
Entonces hagan las leyes porque nosotros somos novatos en eso” habría
expresado el Benemérito en lo que constituye una de las peores
acusaciones en contra de su régimen. Pues bien, es sabido que la nueva
Ley de Telecomunicaciones, que remató el espectro electromagnético del
país al gusto de los pretendidos enemigos globalizadores, fue redactada
al mejor estilo gomero, por bufetes de Nueva York. Las supranacionales de
dicha industria no lo reconocerían, si ven a su modosito alabardero de
entonces, el hombre de los “Ojos Verdes”, transfigurado en todo un patán
de la política, en su carácter de candidato a dedo de una gobernación
bolivariana.
Otros
de los pretendidos archiadversarios que han hecho su martes de carnaval
con la Revolución Forajida, son los institutos financieros. No hay
intermediación crediticia porque la clientela no puede pagar los
intereses que cobran, pero su banco amigo le abona los ahorros 30 o 40
puntos menos de lo que recibe del gobierno por financiar la deuda pública
interna. Si hablamos de las trasnacionales españolas, peor, porque
han implantado el subterfugio de las rifas, para no remunerar a los
clientes con intereses contantes y sonantes y llegamos adonde no queríamos
llegar: Cadivi. Negociados de sobrefacturación de importaciones, registro
de deuda privada, repatriación de utilidades, ganancias en el mercado
negro de compra venta de los dólares, al tambor batiente de los baluartes
del neoliberalismo salvaje que hacen su agosto en Venezuela.
Aunque
es remota la posibilidad que sean de carácter armado, es posible que
produzcan algunas de las sanciones internacionales que atemorizan al
generalote del discurso. No deja de ser normal contra un gobierno
corrupto, violador de derechos humanos, socio de la narcoguerrilla, amigo
del terrorismo internacional, antidemocrático y perpetrador de fraudes
electorales. Algo muy distinto que sea sancionado por defender los
intereses del país. Porque la revolución forajida es como es. De cara
seria en materia de proclamas patrioteras. Pero de esfínteres rocheleros
a la hora del reparto de botín con sus supuestos enemigos históricos.
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