Tal era
la propaganda que promocionaba la supuesta laboriosidad del Jefe Máximo,
cuyo despacho en las noches era iluminado con una lámpara de pie,
colocada de manera estrátegica tras un monigote de palo para dar la
impresión a través de una ventana entreabierta, que el hombre estaba ahí,
infatigable, al pie del cañón, día y noche, 24 horas consecutivas.
Un ocioso
ejercicio intelectual. No deja de ser una ociosidad escribir
sobre preceptos constitucionales y legales, donde un gobierno no
cumple con ninguno y no hay juez, ni Ministerio Público que lo meta en
cintura. Pero qué demonios. Habrá que hacerlo, para que por lo menos
para llevar la cuenta de los expolios.
Los artículos
150 y 187.9 de la llamada Constitución Bolivariana, esa butifarra
normativa que nos ha convertido en el hazmerreir jurídico del planeta,
pautan que los contratos de “interés público” que cierre el Estado
venezolano con entidades oficiales extranjeras o con sociedades no
domiciliadas en el paíis, requieren la previa autorización de la
Asamblea Nacional.
La Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, TSJ, en una sentencia
suscrita por sus actuales miembros (fallo 2.241 del 24/09/03) acogió,
entre otras, la llamada “noción cuantitativa” para determinar cuándo
una negociación es de “interés público”. “Grandes contrataciones
–dijo el TSJ- susceptibles de comprometer gravemente el patrimonio de la
República, de exponerla a pérdidas graves o inclusive a reclamaciones
internacionales”.
Pero un
millarcito de dólares o
parte de él depositado en cuenta cifrada, bien valen una misa. Así
que como lo hicieron con los acuerdos petroleros con Cuba, ahora le
pretenden vender a los tambien “hermanos” de la ex Union Soviética,
sin licitación, a dedo quintarrepublicano y sin cubrir ni siquiera las
apariencias de pasar por un parlamento -que tampoco parlamenta demasiado-
una empresa de todos los venezolanos que es propietaria de, cuatro refinerías,
seis oleoductos, tres terminales petroleros, dos complejos petroquímicos
y más de 2.000 estaciones de servicio.
La raspa
bolivariana. “El
Universal” (31/10/03 y 01/11/03); el vespertino “El Mundo”
(26/12/03); “El Nacional” ( 27/12/03) y el semanario “La Razón”
(28/12/03), nos informan cómo se bate el cobre de la corrupción en el
Kremlin y sus alrededores.
Vladimir Putin
ha construido lo que en Rusia se denomina un “siloviki” o mafia
alrededor de su Presidencia. Antiguos compañeros de la siniestra KGB,
figuran incrustados en diversas instancias del Estado. Ello ha permitido
la apropiación de emporios empresariales, como el perpetrado en perjuicio
de la petrolera Yukos y del editor Boris Berezovsky, por nombrar solo los
dos casos más notorios, para lo cual han valido del Fiscal lacayo y también
ex miembro de la KGB, Vladimir Ustinov.
En el
caso concreto de la citada Yukos como principal beneficiaria de la
incautación de sus activos y los atropellos contra sus propietarios,
aparece su competidora, Alfa-Group. Casualmente, esta última es quien
ahora negocia la adquisición de la ORG del gobierno venezolano, anunciada
el día 23 de diciembre, cuando usted, amiga lectora preparaba sus
hallacas para la Noche Buena. Alfa-Group, registra su prontuario
particular a través de sus asociadas, Alfa-bank, la petroquímica
Regionkontrakt y la también petrolera Regionesfsnab. Fraude fiscal,
sobornos a funcionarios públicos, estafa en perjuicio de accionistas y
depositantes, acaparamiento de comida, ocultamiento o lavado de dinero
proveniente de corrupción adminstrativa a través de la apertura de
cuentas cifradas.
¿ Y qué
aspiraban los lectores? ¿Que la Revolución Forajida entrara en acuerdos
con algo así como la Santa Madre de Calcuta Petroleum Corporation?
Como queda
visto cabe parafrasear el latiguillo publicitario citado al comienzo, con
una versión mas local. Mientras la oposición defiende las firmas del
revocatorio, mientras los compañeritos de a pie del oficialismo aceitan
su peregrina tesis del megafraude, mientras los venezolanos comemos
hallacas o nos preparamos para recibir a los Reyes Magos, los miembros del
cuello blanco bolivariano, raspan la olla.
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