Establecido lo anterior
luce arriesgado, por decir lo menos, que alguien tenga la osadía de
pronosticar que cuando usted lea esta crónica, la derrota del señor Chávez,
se habrá concretado por margen bastante y que la mayoría de los
venezolanos - el cronista se irá a bailar tambor a Barlovento - estará
celebrando de manera ruidosa, aunque sin agredir, ni ofender a nadie.
De cualquier manera, como
el cronista tampoco se cree infalible, la prudencia elemental le obliga a
plantearse los correspondientes escenarios. No hay nada imposible, después.
ESCENARIO UNO. Gana Chávez.
O por lo menos, así lo proclama el CNE. En tal hipótesis, no queda duda.
Quienes lo adversamos, estamos obligados a seguir haciéndolo a través de
medios democráticos y pacíficos.
Sí, objetará alguno. Es
poco menos que imposible el empleo de semejantes herramientas frente a
quien las irrespeta de manera impúdica, jactanciosa, pero en especial
impune, porque carecemos de autoridades imparciales que lo metan en
cintura. Aparte de lo anterior, está documentada la coerción
oficialista a los empleados públicos y contratistas del Estado, para que
votasen por el gobierno; la existencia de listas negras, para negarle
servicios elementales a quienes se han atrevido a expresar su disidencia;
la persecución a Súmate; las chicanas de la mayoría gobiernera en el
ente electoral; el empleo amañado de la justicia, para amenazar al
adversario o producir fallos como el que convirtió el referendo en
plebiscito; la violencia de grupos de matones financiados con recursos de
la partida secreta; la intervención de altos funcionarios, como el
peculado de uso de bienes públicos en actos de proselitismo; la rebatiña
de recursos de la Tesorería a través de planes y misiones condenadas a
desaparecer apenas se concrete la hipotética ratificación del
Presidente; la obstrucción del sufragio a los venezolanos residentes en
el extranjero; la migración dolosa de votantes; las llamadas máquinas
"caza huellas", postizas y dispendiosas, con el deliberado propósito
de sembrar dudas en el secreto del voto y demorar de manera maliciosa el
acto de sufragio. Si lo anterior no constituye fraude continuado, con
premeditación, alevosía y hasta escalamiento, que venga alguien y nos lo
cuente.
Por si fuese poco, de
concretarse el supuesto triunfo de Chávez, en el parlamento aguardan las
leyes de contenido, de reforma al Código Penal y de creación de la policía
nacional con el objeto jamás ocultado de cercenar la libertad de prensa,
tipificar la mínima disidencia como delito y de convertir las policías
regionales en apéndices genuflexos de Miraflores.
Pues bien, aún ante tales
circunstancias, la disidencia se encuentra obligada a perseverar, sin
buscar culpables entre élla, pero sobre todo, sin acudir a la violencia,
porque nunca faltan espacios para las salidas civilizadas.
ESCENARIO DOS. Es la
primera vez que nos autocitamos. Pero siempre hay una primera vez, que en
nuestro caso esperamos que sea la última. Hace algún tiempo (2/6/03)
cuando nadie hablaba del llamado "voto silencioso", escribimos
una crónica sobre lo engañoso que resulta realizar un sondeo, dentro de
un régimen de terror (remitimos a los interesados al excelente servicio
de "Ediciones anteriores", que mantiene este diario en la red).
En aquella oportunidad, un legendario encuestador nos llamó para
enmendarnos la plana. Según él, en su oficio existían mecanismos que, aún
en circunstancias como las actuales, eran capaces de sobreponerse al
margen de error. Días atrás ese mismo experto en declaraciones a este
diario, admitió la existencia de esa zona gris estadística, producida
por el acoso al electorado.
Dicho lo anterior, los
amigos y relacionados se servirán no llamarme, hoy lunes. En el
instante preciso en que usted lee esta crónica, estoy bailando al son de
un "culo 'e puya" barloventeño. Pero aún en este supuesto
asertivo, los demócratas venezolanos estamos obligados a administrar la
victoria con ponderación, sin revanchismos, ni exclusiones de ningún
tipo, en particular, preparándonos para los retos que nos depara el
futuro. Mediato y el que se nos viene dentro de treinta días.
|