Claro, se trata de mecanismos que cada vez serán más inteligentes, con mayor
musculatura, pero sobre todo, más constantes que sus predecesores de carne y
hueso, en materia de valores éticos. Harán valer su superioridad. Terminarán
por apoderarse de la tierra, sojuzgar a sus inventores si no es que deciden,
de paso, borrarnos del planeta, en especial por haber advertido el peligro
que representa la construcción de semejantes monstruos.
TREN EJECUTIVO.
Aunque nos pese, tenemos que reconocerlo: la inferioridad humana será
patética. En particular, en determinados sectores. Un gobernante-robot, por
ejemplo, jamás pecaría por peculador. Ni se le ocurriría dar orden de
disparar contra una manifestación, pacífica, formada por mujeres y niños.
Mucho menos, entregar los recursos no renovables de su país, a menos que se
le queme un chip en cuyo caso, no habría necesidad de convocar un
referendo revocatorio, enjuiciarlo por vendepatria o de colgarlo de
un poste –colgarlo por las antenas, tampoco se piense que fomentamos el
capamiento de aparatejo alguno. Bastaría acudir a la ferretería más cercana
para reemplazarle el repuesto dañado. Además, quedaría la posibilidad de
exigirle daños y perjuicios a la empresa que lo fabricó. Por el contrario ¿A
quién van a demandar los ciudadanos de un país, si tienen la desgracia de
colocar al frente de sus destinos un humano, dadivoso a cambio de
complicidades, manoseador de la Tesorería y por si fuese poco, con la
compulsión de hacer el payaso en los eventos internacionales que es
invitado?
El
efecto cascada, sería otra de las ventajas del mencionado avance de la
tecnología. Algo seguro, será el nivel de exigencia del robot que cubra
plaza como jefe de Estado, en la selección de sus colaboradores. Serán cosa
del pasado, los ministros con cuentas cifradas en Hong-Kong y los
televidentes no sufriremos más la pena ajena de ver a un generalote nacido
humano y criado en los andes venezolanos, pero comportándose como un
androide made in Japan, de testosterona de silicón. Además, los
costos de mantenimiento, atentan contra la supervivencia burocrática del
desacreditado homo sapiens. Cambio de aceite, y ya. Hasta el 2021. En
particular si se trata de un modelo similar al ministro de la mano cansada.
De igual forma, lo lamentamos, por el negrito reilón de los chistes malos,
en los ¡Aló, Presidente! Lo reemplazará, un muñeco genuflexo y de sonrisa a
colmillo pelado, pero que no necesitará que le den cuerda sino que se las
arreglará con un par de alcalinas triple “A”.
DISIDENCIA A LA
MEDIDA. Un
gobierno de los mejores, por lógica, se apegará a los principios de
pluralismo y alternabilidad. Por las buenas, sin necesidad de la aplicación
de ninguna “Carta Democrática” ni de la intervención de un robot medio
bobalicón, tipo Jimmy Carter. Cada período constitucional, una fuerza de
oposición se aglutinará alrededor de los últimos modelos con cámara
incorporada y que reciban mensajes por la Internet. Como ocurre con las
ofertas de teléfonos móviles. Así, los potenciales compradores –o votantes,
como usted prefiera- evaluarían las opciones y aparte de los adelantos
técnicos prevalecerán aquellas con repuestos garantizados y pagaderas con
credit card.
Total, que nos encontramos en el umbral de una revolución de verdad.
Mientras llegan los modelos más adelantados, el hombre de la chivita del
CNE, no necesitará cedular colombianos, ni comprar, previa bajada de la
mula, más máquinas de votación. Le bastará traer desde Aichi, varios barcos
cargados de humanoides y así, ¿quién lo duda? incluso la diputada de los
rulos repetirá en su curul, sin necesidad de comportarse como una dama, ni
de reconciliarse con el agua y el jabón.
En
cuanto a los mortales ajenos a la política, pasaremos a la clandestinidad.
Hasta que el futuro nos alcance, en un hotelillo de sábanas calientes
amancebados con una mujer de hojalata.
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