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Los ciudadanos, como los gobernantes de países en trance de degenerar en republiquetas, deberían tomar algunas lecciones del caso de Albania . . .


 

 

Leo en la prensa, que Naciones Unidas ha decidido prorrogar la permanencia en Albania, de sus comisionados-negociadores. Se trata de un grupo de funcionarios entrenados en la difícil tarea de ponerle fin a viejas vendettas, con la particularidad que al estilo de los antiguos dramas  medioevales, las matanzas sistemáticas que se originan en ese país, obedecen a motivos domésticos, familiares y hasta pasionales.

Albania exhibe el dudoso honor de ser la nación más pobre de Europa. Luego de años de dictadura comunista, a comienzos de los 90, intentó adaptarse a los cambios ocurridos con motivo del desmoronamiento del bloque soviético. El progreso ha sido significativo, pero insuficiente al extremo que persisten rezagos que hacen, incluso, dudar de la viabilidad o factibilidad de Albania como país. Desequilibrio en su balanza de pagos (de cinco a uno, según algunos indicadores); desempleo crónico; éxodo de trabajadores; secuelas de la guerra en su vecina, ex Yugoslavia; rivalidades étnicas y demás manifestaciones de atraso, que se podrían compendiar en un muy bajo nivel de educación.

JUSTICIA POR PROPIA MANO. Pero era a su peculiar código de honor con el subproducto de venganzas personales y matanzas indiscriminadas por motivos a veces fútiles, a lo que nos queríamos referir en la presente crónica.

 

El llamado monopolio de la violencia por parte de la autoridad legítima, es regla básica en toda comunidad civilizada. De eso, en específico, es lo que carecieron los albaneses por décadas, en particular a raíz de la entronización de las dictaduras corruptas e izquierdistas - más lo primero que lo segundo - que encabezaron, Enver Hoxha y su sucesor  Ramiz Alia.

A los asesinatos en masa por motivos religiosos, políticos o raciales, nos tienen acostumbrados - si es que cabe acostumbrarse a las atrocidades - los numerosos reportes de las diversas organizaciones relacionadas con la tuición de los derechos humanos. Hay en tales masacres una previa prédica de odio indiscriminado, que condiciona a sus perpetradores a la aniquilación del contrario o del diferente.

¿En qué se diferencian tales crímenes en masa a la situación sufrida por los albaneses?

En primer término, habría que anotar una dramática inexistencia de estándares de conducta aceptadas por el grueso de la población. Algo que trasciende a la existencia de leyes formales, de esas que solo existen en el papel. No obstante, el factor más desencadenante, lo ha constituido la desconfianza absoluta en los sistemas policial y judicial, tachados de corruptos y parcializados. Un estigma persistente durante todo el período de pseudo legalidad revolucionaria, que degeneró en anarquía normativa según los códigos personales de conducta adoptados por cada cual.

Total, que los albaneses convirtieron en tradición y hasta cuestión de honor tomarse la justicia por sus propias manos en lugar de acudir a estrados a demandar justicia. Adicionalmente, como las leyes escritas valen poco o nada, cada ciudadano se fabrica sus propias normas, lo que incluye los castigos más atrabiliarios para agravios en algunos casos banales.  

Lo anterior genera una cadena, muchas veces interminable, de ofensas pendientes que ha desembocado en un autoencarcelamiento masivo. Los potenciales justiciables, no son procesados ni condenados por los tribunales, pero ante el peligro cierto de ser ultimados por los agraviados, optan por resguardarse en sus propios hogares. Se han registrado casos de autoreclusión por 20 y hasta por 30 años. No hace falta ser muy imaginativo para suponer los devastadores efectos de tener parte importante la población, en plena edad productiva, encerrada en sus propias casas, de holgazanes, en espera que otros parientes, provean sus alimentos y necesidades elementales.

Un trabajo de Sísifo. La tarea de los negociadores-comisionados de Naciones Unidas, ha sido la de detener esa sucesión de vendettas y contravendettas. Para ello han tenido que acudir a laboriosos mecanismos alternativos para la solución de controversias, porque los albaneses siguen sin confiar en sus jueces y los cánones de conducta aplicables, son muchas veces oscuros y hasta contradictorios. Un trabajo de Sísifo, porque para peores males, los impasses se remontan a décadas y entrelazan tres, cuatro y hasta más clanes o grupos familiares.

Los habitantes en general, y en particular los gobernantes de los de países en riesgo de degenerar en republiquetas, harían bien, en tomar las lecciones del caso. Sobre todo, las referidas a la carga de anarquía de las pseudolegalidades -personales o revolucionarias-  así como de los riesgos que entraña la descredibilidad en los árbitros llamados a solucionar, de manera civilizada, las controversias entre los connacionales

 


© 2005 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio