Tiranos en Cueros

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Más allá de la repugnante condición moral del prisionero, la publicación de las mencionadas gráficas quebranta los derechos elementales de todo encarcelado . . .


 

  Días atrás, en los diarios de las principales ciudades del planeta, aparecieron unas fotos de Saddam Hussein en interiores. Las tomas fueron realizadas en el calabozo donde espera juicio por sus delitos y aparte de mostrarlo, casi, como Satanás lo trajo a este mundo, observamos algunas instantáneas en las que el detenido con cara de circunstancia, lava a mano sus prendas de vestir, incluidos los ya mencionados calzoncillos.

 

Más allá de la repugnante condición moral del prisionero, de su comprobada fruición por meter mano en la tesorería pública en sus tiempos de gobernante, de su crueldad, atrocidad, desvergüenza, de sus farsas electorales, de sus pretensiones de galán, de sus muecas para hacerse el chistoso, de sus arrestos de bocón y de guapo cuando estaba apoyado, pero asustadizo y propenso a la rendición a la hora de las calzas prietas, la publicación de las mencionadas gráficas quebranta los derechos elementales de todo encarcelado.

No se puede combatir el crimen a través de otro crimen. Así, que por nula que es la simpatía que nos despierta el personaje, no nos queda otra cosa que condenar, sin titubeos de ninguna clase, esta  acción que confunde la venganza con el castigo justo, la burla con el escarmiento aleccionador y el vejamen de cabo carcelero, con el debido proceso. Hechas las anteriores acotaciones, entremos en lo que se llama, materia. 

Denominadores comunes. La lógica que se articula alrededor de este tipo de déspota, siempre guarda la misma dinámica. Se inicia con la creencia de una supuesta invencibilidad, sigue con la exaltación de unas cualidades que no se poseen en lo absoluto y con la corrupción exacerbada por la creencia imbécil de la impunidad vitalicia, hasta desembocar en estos semidesnudos, que más que una anatomía maltrecha, enseñan lo perecedero que es Poder, lo inútil de su parafernalia y que muchas veces la justicia tarda pero, al fin llega. Bien les valdría a los Saddam Hussein del planeta mirarse en ese espejo de calzoncillos zurcidos y lavados a nudillo limpio.

Mejor que despojar de sus ropajes a un tirano caído, es dejar en pelotas al que se encuentra en ejercicio. Tras ese mundo de uniformes, de ¡atención firrr…! y de genuflexos que florecen como hongos en un régimen que desdeña los escalafones cívicos elementales, los primeros en no aceptarse tal cual son, suelen ser los propios afectados. Es aquí donde el clavo pasado, cede preferencia al desnudo oportuno de las violaciones de derechos humanos, de los expolios, pero sobre todo, de la concentración viciosa de autoridad que conduce a semejantes aberraciones.

Exhibiciones impúdicas. Las escenas parecen arrancadas de las páginas de Valle-Inclán, de la vida de Dionisio de Siracusa, aquel déspota inspirador de algún diálogo platónico o de “El gran Burundú Burundá, ha muerto”, del colombiano Jorge Zalamea.

El individuo viaja hasta las antípodas. Atraviesa el desierto a pie, en medio de las mayores incomodidades y allí está. No se requiere un dictamen de la OEA, ni de un informe del bobo de Jimmy Carter para certificar la condición de dictador en calzoncillos. Basta mirarlo en los cueros morales de su risa babosa por el solo hecho, vergonzoso para la gente normal, de pasear en automóvil conducido por uno de sus congéneres más abominables.

Si al éxtasis por la simple cercanía personal, se agrega la dádiva dispendiosa para comprar cariño, el retrato deja de serlo.  Adquiere la categoría de placa de rayos “X”, aparte que la pose no verá en aquellos interiores largos, anticuados, hasta las rodillas, que provocan la burla del público femenino demandante de emociones más fuertes. El atuendo íntimo, tendrá que ser el sugestivo bikini con el que los déspotas dejan al descubierto sus adiposidades totalitarias y aquí, llegamos adonde no queríamos llegar. Nos referimos a la madre –para emplear la jerga del oficio- de todas las tomografías dictatoriales.

Son las cinco de la madrugada. Han sido diez o doce horas de cháchara continua, ininterrumpida, ni siquiera, por las urgencias de alguna “necesaria”. Es que la sola presencia de un tirano, viejo, mañoso y bananero, resulta paralizante para determinados esfínteres.  Una condonación de la deuda petrolera por aquí, la dejación de las funciones de cedulación de ciudadanos por allá, pasando por la entrega del manejo de buena parte de la denominada industria básica. Pero el clic del imperativo massmediático tiene sus propias exigencias.

Habrá que buscar una panty, para que la indumentaria no desentone.

 


© 2005 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio