Días atrás la citábamos: "Esto no es
trabajo, pero cansa". La frase pertenece a Gonzalo Barrios y devuelve
con su carga de ironía, la poca estima que todos aquellos que no lo son,
sienten por la condición de político.
No produce valor agregado en términos estrictamente
económicos. Menos todavía, existe una ley que sancione su ejercicio
ilegal. Para vivir de ella, tampoco se requiere de diploma o de título
académico. Pero el aspirante a llenar plaza en el segundo oficio más
antiguo del mundo, si desea tener alguna posibilidad de éxito - porque
después de todo hablamos de un terreno donde nadie garantiza nada- está
obligado a pasar por una institución que es la única que ofrece, la
mínima capacitación. Nos referimos a la tambien menospreciada
universidad de la vida, política, en este caso.
Se paga muy caro el desbalance entre la veteranía y
las herramientas para la responsabilidad que se asume, en esto de aspirar
o ejercer el Poder con mayúscula.
Recordaba aquello de la escasa valoración que suele
otorgársele a la condición de político, ahora, que en el momento en que
usted lee el presente artículo, Hugo Chávez Frías, echa un
"camaroncito", a pierna suelta, plácido, gozoso, en la suite
Presidencial del Palacio de Miraflores o quizá le da comida en la boca a
su célebre morrocoya, en el corral de La Casona - antes se llamaban
jardines o paisajismo exterior, pero la semántica de la revolución es
como es.
Y AHORA, LAS EXPLICACIONES. Hoy asistimos al sepelio
de la recién bautizada sexta república. Como el fracaso es huérfano,
pero no precisamente de explicaciones, nos adelantamos a ofrecerle
algunas, ante colapso del último golpe de Estado.
¿Se le ocurrirá alguna vez, a los miembros de la
frustada Junta de Transición hacer una operación de corazón abierto?
¿Quizá, el cálculo estructural de un rascacielos
o el software de una corporación de comunicaciones por satélite,
todo sin pasar por las Facultades de medicina o de ingeniería o sin el
previo pago del riguroso noviciado?
Por supuesto que no. Pero, sí de ejercer - sin la
matrícula respectiva y las horas mínimas de "prostíbulo" - la
jefatura de Estado, sin otra vinculación que ser muy buenos amigos entre
sí, panas, muy compañeros de la primaria del efímero Presidente, pero
con igual o todavía menos millaje político que este último y aquí
llegamos adonde no queríamos llegar.
LA ENGAÑOSA SOCIEDAD CIVIL. Los lectores pensarán
que el cronista se la tiene jurada. Que alguna clase de preconcepto contra
las ONG - asociaciones de vecinos y juntas de condominio, incluidas - hace
que incurra en algo que siempre evita: volver sobre un mismo tema.
Pero no. Nada personal. Solo que si algún momento
es oportuno para desmistificarla, ubicarla en su exacta dimensión,
ponerla en su santo lugar, es éste por el que pasamos. Todavía más,
para emplazar a todos los que sientan vocación de políticos, que
comiencen por algo elemental. Que declaren lo que son, en realidad.
Podrían dar el primer paso en esas incómodas planillas que uno tiene que
llenar cuando regresa al país, en la casilla correspondiente a profesión
u oficio, escriban "político" -si es con mayúsculas, mejor- de
modo que no vuelvan a autoerigirse en la parte pura de la sociedad, porque
lo de ellos es amor al arte y no fruición de arrimarse al sabor de un
ministerio, una diputación o hasta la mismísima presidencia de la
República.. En otras palabras, que estos caballeros de las ONG, la
derechona exquisita, la high, o la culai, le pongan un parao
a su intentona, ya de varios años, de meternos el gato de su verdadera
condición de aspirantes al venerable cambur, por la liebre de su
hipotética calidad de voluntarios sociales.
El gobierno de la transición, liderizado por la
llamada sociedad civil, fracasó. En menos de 24 horas, esta última
demostró que es más excluyente, sectaria e intolerante que el régimen
que estaba supuesto a reemplazar. Además, si en algún ámbito no se
puede subestimar al adversario -a los alidados potenciales, tampoco- es
precisamente en ésta y hacerlo con prepotencia, no es sino el resultado
de lo conversábamos al principio: el snobismo, por no llamarlo
chauvinismo político.
Más que las guarniciones leales a la quinta
república, las tanquetas, el posible ataque de los F-16 afectos al
gobierno de Chávez a las instalaciones de Fuerte Tiuna, lo que sepulta al
fugaz gobierno de transición, fue la teléfonía celular.
Nos imaginamos a Rangel, por nombrar un solo caso.
Malévolo. Con su sonrisa de medio lado. Con un par de los citados
aparatejos pegados, uno en cada oreja. Enconchado, pero entregado a tiempo
completo a la intriga. Dándole casquillo a los oficiales medios, comandos
y tropa ordinaria.
-¿Vio, mi capitán? Esa gente es más sectaria que
nadie. Se cogieron el gobierno pa' ellos solos. A Ortega lo dejaron como
las guayaberas. Lo mismo a los adecos, masistas de Puchi y Mujica y a la
gente de Arias Cárdenas. Imagínese, mi capitán, que a Salas Römer, que
siempre ha presumido de sangre azul, le echaron bola negra por plebeyo ¿Y
lo que le hicieron al poeta de la revolución? ¿Y al ministro Rodríguez
Chacín? ¿Y la autocensura de las televisoras?
O con esta otra:
-¿Qué le pareció la juramentación de Carmona
Estanga, mi teniente? ¡La propia conmemoración de un reencuentro de los
ex alumnos del Colegio San Ignacio! ¡De broma no instalaron el nuevo
gobierno en los salones del Country Club!
Total, que el impulso popular por una salida
democrática y constitucional del drama por el que atraviesa Venezuela, se
ha perdido por la impericia, pero sobre todo por la prepotencia de estos
llamados representantes de la parte pura de la sociedad. Claro, tampoco es
para desesperanzarse. En Venezuela, no hay inepto que dure seis años, ni
pueblo que lo resista.
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