Se puede volar a Miami huyendo de la justicia, pero
no para una intervención quirúrgica de emergencia en el Mont Sinai
Hospital, ni para hacer escala con parada final en Disney World, ni
para volver con unos dólares en efectivo, transables en el mercado negro.
Ir a Margarita para traer tres cajas de escocés, 18 años, es una
necesidad perentoria ahora que contra el vital líquido pesa la amenaza de
clasificarlo como un lujo. Pero si el traslado a la isla es para
zambullirse en una playa de arenas blancas (que no son tan blancas)
bañarse en un mar azul (que no es azul porque está atestado de gente)
hospedarse en un hotel de cinco estrellas (que no es de cinco estrellas) y
sufrir los embates de la especulación de la isla (que sí es
especulación) el temporadista se hace acreedor de algún castigo
implacable.
Todo viaje de vacaciones, suele constituir un
martirio. Es un martirio. Comprenderá el lector, hoy lunes de Semana
Santa, porqué le hago este llamado. Todavía hay tiempo de cancelar esas
reservaciones, en especial si es para darse una vueltecita por nuestras
costas a tomar el sol.
Diversiones en traje de baño. Lo mejor de ir a
tomar el sol, es quedarse en la sombra. Lo peor de quedarse en la sombra,
es convertirse en víctima de los llamados deportistas a estricta orilla
de playa. A saber: paling o pala. Jogging o trote, a razón
de cien metros planos en diez segundos exactos; windsurf o
navegación a vela sobre artefacto en fibra de vidrio irrompible, que
indefectible pone proa contra la cervical de los nadadores menos avisados;
fútbol –o furbo- si los centrodelanteros, mediocampistas y
guardametas, son originarios de la llamada Madre Patria y cobran los penalties
sobre nuestro abdomen; pesca submarina arpón en mano; flying,
lo último, lo super, lo máximo en la materia, que consiste en un
adminículo que está supuesto a levantar vuelo – cuando vuela- pero que
sin remedio amariza sobre el inocente occipital de aquellos que eligen
emociones menos extremas.
El paling o paleta playera. Cuentan que en tiempos
de la llamada Guerra Fría fue un invento de la tenebrosa KGB para secarle
el cerebro a sus archienemigos del mundo capitalista. Sea como sea, nadie
ha podido averiguar quién gana o quién pierde en esta clase de
competencia boba. Claro, a menos que sea usted, en el momento preciso de
agarrar un sueñito –bien merecido lo tiene por dormir en la playa-
quien encaja uno de los formidables remates de alguno de estos atletas.
Única excepción en la que un practicante del paling no merece la
declaratoria de retrasado mental: cuando la competencia es contra una
chica tipo Viviana Gibelli, y al tercer lance, ambos atletas decretan
"taima", porque es hora de retirarse a los aposentos a recuperar
vitalidad.
El jogging o cien metros flat. Expertos aseguran que
la carrera a nivel del mar contribuye a la fortificación de los sistemas
cardiovascular, inmunológico y muscular, en este último caso, incluido
el esternocleidomastoideo. Hasta allí perfecto. Todo sea por la salud.
Solo que los cultores de la especialidad no aclaran que su chapoteo es
altamente molesto para el resto de los temporadistas, en especial aquellos
que conservan la ilusión, un tanto vana, de tomar un bronceado sin
salpicaduras. Existe una submodalidad del jogging a orilla de
playa, todavía más perniciosa. Me refiero a la que se practica en
compañía de "Rambo" – o de "Fifí" en la mayoría
de los casos – quien después de derrotar a su amo en final de
fotografía, se sacude el agua y arena como lo que es, un verdadero perro
que no repara que la playa está atiborrada de gente porque es Jueves o
Viernes Santo.
A la playa no se va a jugar y ya está dicho que
tampoco a tomar el sol. Ni a dormir. Tampoco a leer los diarios. Ni a
escuchar música. Menos cuando para esto último, se moviliza el equipo de
sonido de Clinton Vizquel, el menorcito de la familia, quien acopla las
cornetas del aparatejo a una batería de gandola, para desesperación de
los bañistas en varias cuadras a la redonda. Única excepción de música
en la playa al máximo decibel: la banda sonora de la película
"Tiburón".
Peor aún si se hace un viaje tan largo para verse
obligado a escuchar las intimidades del prójimo, en medio del
hacinamiento de bañistas:
- Yakelín Vanessa ¿Por fin te curaste de la
reticulosis eritomatológica?
Se comprenderá que en semejantes circunstancias, ni a echarse un
chapuzón. Aunque en Caracas, persista la escasez de agua.
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