EL
MARGEN DE ERROR A FAVOR DE LA OPOSICION. El hostigamiento a los firmantes
del revocatorio Presidencial, ha generado el subproducto de un encuestado,
poco dispuesto a soltar prenda. El empleado público, el contratista al
servicio del Estado, el parroquiano oliente y moliente que necesita
renovar su cédula, solicitar un pasaporte o acudir a cobrar su pensión
de jubilado, está enterado de la página en la red del señor Tascón,
como también de las listas negras, intimidatorias y capomafiosas, que
circulan en los ministerios. De manera que cuando un
desconocido toca la puerta para indagar las preferencias políticas, el
gentío se hace pasar por “Ni-ní” o se deja de malos ruidos y posa de
chavista para salvaguardarse de posibles represalias.
En
los sectores depauperados, este mimetismo cubica volúmenes mayores. Es
comprensible. No es lo mismo responder un cuestionario en el ambiente de
un condominio relativamente seguro, que hacerlo en Hornos de Cal, La
Charneca, La Dolorita, donde el azote de barrio exhibe ahora el
rimbombante calificativo de “luchador social bolivariano”. Días atrás
me lo comentaba un grupo de amigos que reside en esta clase de sectores:
“No somos tontos, para hacer del conocimiento público en nuestro
vecindario que queremos salir de Chávez ¿A ver si los malandros que
pasan por la taquilla del alcalde Bernal, nos queman nuestros
ranchos?”
Total,
que por muy adiestrado que sea el encuestador, el margen de error se
multiplica cuando su trabajo de campo realiza en un país donde se
perpetran los crímenes más atroces a causa de las preferencias políticas.
Como incinerar vivos a los soldados de Fuerte Mara, para mencionar solo el
caso más reciente.
COBRANDO
AUNQUE SEA FALLO. A ese 30% referido al comienzo hay que quitarle por lo
menos diez puntos. No se refleja este descuento en los llamados gráficos
de torta, elude a los
entrevistadores más perspicaces, pero esta ahí, latente, agazapado, a la
espera que se abran las urnas de votación, para expresar su rabia por el
vejamen de no poder expresarse con libertad.
Pese
a todo, ese rechazo abrumador de la gestión de Chávez, parece no
traducirse, a la hora de anticipar los resultados de las elecciones de
gobernadores y alcaldes. Aparte de las particularidades de cada región,
juega en esto último la dispersión de las opciones presentadas por la
disidencia.
En
medio de tal paradoja, el supuesto dilema hamletiano, de ir o no ir a las
elecciones regionales o de declarar vivo o clínicamente muerto el
referendo revocatorio, resulta una calistenia ociosa, innecesaria que ni
siquiera merece el calificativo de sofisticada.
La
oposición en cuanto a la posibilidad de sacar a Chávez mediante los
votos, debe seguir en lo que anda. Exprimiéndole la última gota a la
naranja, pero como suponemos que la Coordinadora Democrática, es capaz de
caminar y masticar al mismo tiempo, tendrá que articular los mecanismos
de modo que el mayor número de sus candidatos a los cargos estadales se
ponga de acuerdo. Claro, se dice rápido. El político profesional, es un
enfermo crónico de vedettismo, de modo que nunca es sencillo disuadir al
salvador de la patria que cada aspirante lleva dentro de sí, que es hora
del no va más, porque hay otro competidor con mayores posibilidades de
triunfo y en circunstancias semejantes, los egos desorbitados abonan el
terreno a la espiral totalitaria de la llamada Quinta República.
La
prioridad es sacar a Chávez a los votos. Eso no se discute. Pero si las
trampas del CNE y de la Sala Constitucional tienen éxito, hay que cobrar
aunque sea fallo el repudio generalizado al llamado gobierno
revolucionario.
LAS
PRIMARIAS DE LA OPOSICION. Nadie dice que unas primarias abiertas entre
candidatos de la oposición, se encuentren inmunes a toda desviación,
incluida la posibilidad de
que los chavistas acudan a votar, también, con el objeto de crear
distorsiones. Pero aún en este supuesto negado, porque al comienzo
partimos de la premisa de la poca capacidad de convocatoria del
oficialismo, estaríamos ante un mal menor. El peor candidato de la
oposición, es preferible al gobernador genuflexo con el oficialismo. En
especial si alguno de estos últimos se erige mandatario regional, no por
sus méritos personales, sino por la dispersión bobalicona del voto de
las fuerzas democráticas.
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