Ahora, para concluir, que los reporteros,
camarógrafos, editores, dueños de emisoras de radio y de TV, saben por
experiencia propia, que si los pela el sin nariz de los Círculos
Bolivarianos, "¡pa’ que sepan que hay gobierno!", los
agarra el chingo de una averiguación de Conatel o del Seniat, pienso que
ha llegado el momento de reivindicar una ocupación sometida al escarnio
público por mucho tiempo. Me refiero a la de censor, segunda profesión
más antigua del mundo, que ahora vuelve por sus fueros en Venezuela.
No deja de ser paradójico. Es menos violador un
censor que asume sin medias tintas su condición de enemigo de la libertad
de prensa, que un gobierno que festeja esta última con bombas, cohetes y
cohetones - detonados en el interior de los servicios independientes de
información, por supuesto.
Malas palabras. En esto de la censura, algunos
gobiernos acuden a la práctica de proscribir de cualquier tribuna
pública, cierta clase de palabras inocentes, si se quiere, pero vistas
por las autoridades como desestabilizadoras y hasta
contrarrevolucionarias.
"Meter mano en el erario público",
"malestar en el estamento militar", por nombrar algunas, suelen
figurar en esa especie de Index librorum prohibitorum, de todo jefe
de Estado, de pésimas pulgas a la hora de mirar de cara, la realidad de
su gobierno.
¿Cómo comunicarse, en tales circunstancias? Mucho
antes del psicoanálisis, ya se sabía que la mejor manera de exorcizar un
determinado demonio, es no llamarlo por su nombre. Pero en este caso el
remedio es peor que la enfermedad. El empleo de perífrasis gramaticales,
genera un lector de entrelíneas y mal pensado, que más allá de lo que
usted diga o escriba, le da rienda suelta a la imaginación, casi siempre
para lo peor, con el peligro que representa tal libertad interpretativa.
Alguien escribe, por ejemplo, sobre el concepto de
la "redistribución de la riqueza bolivariana" y ahí lo tiene,
ingresa a una lista negra gubernamental, porque no faltará quien denuncie
que su verdadera intención fue burlarse de la rebatiña con los recursos
del Plan Bolívar, Fondur, Fontur, los contratos de la plataforma Deltana
y lo que es peligroso, hacer mofa del generalote que pasó a mejor
fortuna, como testaferro de una televisora.
Si algún opinador advierte que priva el malestar,
por la depredación ambiental, el peligro de extinción algunas especies y
que solo hace falta un "click" para que los
"ecológicos" marchen hasta Miraflores, ya está. Lo acusarán
de conspirar en clave. Por "ecológicos", interpretarán a los
militares en traje de camuflaje; por especie en extinción, a la clase
media y por protesta hasta el palacio de gobierno, un asalto golpista, al
mejor estilo del 4/F.
Ya lo decía al comienzo, aunque de otra forma. Peor
que el censor, es el cazador de brujas. El primero lee, interpreta, tacha
con su lápiz rojo para que no se publique lo que considera subversivo.
Hay allí cierta actividad intelectual, hasta de carácter preventivo. En
el segundo caso, ni siquiera esto. Basta gritar mientras apunta con el
dedo índice: ¡Una bruja! y lo que se inicia a partir de entonces, es la
típica cacería.
El censor en casa. Sea como sea, no es fácil la
profesión de censor. Me lo imagino cuando regresa a casa. Extenuado,
agotado, con los ojos rojos de revisar con lupa, las predicciones de
Walter Mercado, "Mujercitas" de L.M Scott, las aparentes
insinuaciones libidinosas de Herman Monster hacia su cuñadita y los
mensajes sediciosos que le transmite el "Zorro" al sargento
García. Lo recibe su esposa.
-¡Todas las que vemos la telenovela, estamos
indignadas, José Ramón! ¡No lo puedes permitir! Lucecita no se puede
quedar con el viudo. Ese personaje es un pelmazo...Por cierto ¿No viste
las palabrotas escritas en el ascensor? ¿Y a la señorita García, la que
se mudó al apartamento 53? ¡Con esa minifalda y ese wonderbrá a
la vista del público! ¡También los tienes que censurar!
-Sabes que no me gusta hablar del trabajo en casa,
Gertrudis...
-¿No quieres hablar del trabajo a casa? ¡Tú lo
que quieres es censurarme a mi también, José Ramón!
Pobre censor.
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