Pobre Censor

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Reaparece la figura del censor, la segunda profesión más antigua del mundo . . .


Ahora, que la "Revolución Bonita" hace preparativos para aprobar la "Ley sobre la Responsabilidad Social en Radio y Televisión" y que el control de cambios forma parte de los íconos del gentilicio, igual que la impuntualidad, el café cada mañana y el cartel de "Se acabó la gasolina", luego de 36 horas de cola.

Ahora, que por algún comentario irreverente o tomado fuera de su contexto, lo mismo te revocan la concesión de una televisora, que te niegan los dólares de turista para dar un paseo a Disney World.

Ahora, para concluir, que los reporteros, camarógrafos, editores, dueños de emisoras de radio y de TV, saben por experiencia propia, que si los pela el sin nariz de los Círculos Bolivarianos, "¡pa’ que sepan que hay gobierno!", los agarra el chingo de una averiguación de Conatel o del Seniat, pienso que ha llegado el momento de reivindicar una ocupación sometida al escarnio público por mucho tiempo. Me refiero a la de censor, segunda profesión más antigua del mundo, que ahora vuelve por sus fueros en Venezuela.

No deja de ser paradójico. Es menos violador un censor que asume sin medias tintas su condición de enemigo de la libertad de prensa, que un gobierno que festeja esta última con bombas, cohetes y cohetones - detonados en el interior de los servicios independientes de información, por supuesto.

Malas palabras. En esto de la censura, algunos gobiernos acuden a la práctica de proscribir de cualquier tribuna pública, cierta clase de palabras inocentes, si se quiere, pero vistas por las autoridades como desestabilizadoras y hasta contrarrevolucionarias.

"Meter mano en el erario público", "malestar en el estamento militar", por nombrar algunas, suelen figurar en esa especie de Index librorum prohibitorum, de todo jefe de Estado, de pésimas pulgas a la hora de mirar de cara, la realidad de su gobierno.

¿Cómo comunicarse, en tales circunstancias? Mucho antes del psicoanálisis, ya se sabía que la mejor manera de exorcizar un determinado demonio, es no llamarlo por su nombre. Pero en este caso el remedio es peor que la enfermedad. El empleo de perífrasis gramaticales, genera un lector de entrelíneas y mal pensado, que más allá de lo que usted diga o escriba, le da rienda suelta a la imaginación, casi siempre para lo peor, con el peligro que representa tal libertad interpretativa.

Alguien escribe, por ejemplo, sobre el concepto de la "redistribución de la riqueza bolivariana" y ahí lo tiene, ingresa a una lista negra gubernamental, porque no faltará quien denuncie que su verdadera intención fue burlarse de la rebatiña con los recursos del Plan Bolívar, Fondur, Fontur, los contratos de la plataforma Deltana y lo que es peligroso, hacer mofa del generalote que pasó a mejor fortuna, como testaferro de una televisora.

Si algún opinador advierte que priva el malestar, por la depredación ambiental, el peligro de extinción algunas especies y que solo hace falta un "click" para que los "ecológicos" marchen hasta Miraflores, ya está. Lo acusarán de conspirar en clave. Por "ecológicos", interpretarán a los militares en traje de camuflaje; por especie en extinción, a la clase media y por protesta hasta el palacio de gobierno, un asalto golpista, al mejor estilo del 4/F.

Ya lo decía al comienzo, aunque de otra forma. Peor que el censor, es el cazador de brujas. El primero lee, interpreta, tacha con su lápiz rojo para que no se publique lo que considera subversivo. Hay allí cierta actividad intelectual, hasta de carácter preventivo. En el segundo caso, ni siquiera esto. Basta gritar mientras apunta con el dedo índice: ¡Una bruja! y lo que se inicia a partir de entonces, es la típica cacería.

El censor en casa. Sea como sea, no es fácil la profesión de censor. Me lo imagino cuando regresa a casa. Extenuado, agotado, con los ojos rojos de revisar con lupa, las predicciones de Walter Mercado, "Mujercitas" de L.M Scott, las aparentes insinuaciones libidinosas de Herman Monster hacia su cuñadita y los mensajes sediciosos que le transmite el "Zorro" al sargento García. Lo recibe su esposa.

-¡Todas las que vemos la telenovela, estamos indignadas, José Ramón! ¡No lo puedes permitir! Lucecita no se puede quedar con el viudo. Ese personaje es un pelmazo...Por cierto ¿No viste las palabrotas escritas en el ascensor? ¿Y a la señorita García, la que se mudó al apartamento 53? ¡Con esa minifalda y ese wonderbrá a la vista del público! ¡También los tienes que censurar!

-Sabes que no me gusta hablar del trabajo en casa, Gertrudis...

-¿No quieres hablar del trabajo a casa? ¡Tú lo que quieres es censurarme a mi también, José Ramón!

Pobre censor.

 


© 2003 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio