Leía noches atrás, las opiniones de dos miembros de
unas ONG, en relación con quién o quienes, según ellos, no estaban
legitimados para suplir la eventual cesación del actual gobierno.
Por supuesto, que cuando alguien habla del tema,
resulta comprensible que arrime la brasa a su sardina. Claro, con la
salvedad que a las aspiraciones personales, por muy loables que resulten,
no se agregue un tipo de apartheid político, que si no es más
disolvente que la segregación que ha pretendido implantar la llamada
revolución bolivariana, por lo menos resulta más antipática, al tenor de
su inocultable vocación sifrina.
- No es la hora de los políticos. Es la hora de la
sociedad civil, de sectores independientes y de los jóvenes - he
escuchado varias veces a los que pretenden substraerse de ciertas
impericias, que sufrimos todos los venezolanos, cada cual a su modo, como
es natural.
¿Y quién decide, de quién es y no es la hora ? Pues
gente como los citados caballeros que se tienen a sí mismos como civiles,
independientes, puros y hasta jóvenes, pese a que su apariencia y en
especial su modo de conducirse, revelan todo lo contrario.
EL MUSCULO Y LA FUNCION. Hace no mucho tiempo,
escribía Duverger, que por partido político, debe entenderse toda
organización que pretende alcanzar el poder político.
En otras palabras. Si usted inscribe un equipo de
beisbol en la liga de los Criollitos, pero no anda tras el campeonato
pre-infantil, sino que utiliza a los muchachitos para la obtención de un
puesto en la junta parroquial del sector, su team habrá dejado de
ser una novena de beisbol y usted, en lugar de coach de la tercera,
habrá adquirido la moliente pero sobre todo oliente condición de político
de carrera. Creo tenerlo escrito en este mismo espacio. La función hace al
músculo, no el músculo a la función, en este, como en otros escenarios.
Aclarado lo anterior a ciertos sedicentes miembros
de la llamada sociedad civil, pero que de esto último tienen muy poco,
dada su no bien disimulada aspiración de llenar plaza en una concejalía,
ocupar una curul parlamentaria o ejercer la Presidencia en la hipotética
junta que reemplace a Chávez, entramos propiamente en materia.
Si es que se desea, en realidad, adecentar el
oficio, lo primero que debe hacer todo político, es admitir su condición
de tal. Sin titubeos, sin hipocresías y sobre todo sin hacer el
simulacro que se le asigna un interés secundario al cual se puede
renunciar sin mayor desprendimiento.
Rómulo se burlaba de esta supuesta clase de líderes:
"Les pasa como a los hacendados de sábado y domingo. El capataz
termina por robarles todo".
El viejo Kennedy sabía muy bien que estas cosas no
aceptan medias tintas. Cuando decidió llevar a un miembro del clan a la
Presidencia, la primera emplazada fue Jacqueline: "En los próximos
tres años - le puntualizó a la entonces esposa de John - olvídese de
cenas, bailes de gala y fines de semana en Cape Cod". Es célebre la mordaz salida de Gonzalo Barrios,
después de una prolongada reunión de cogollo: "Esto no es trabajo, pero como cansa".
Más que el reemplazo por presuntos dirigentes
civiles poco sinceros, porque pretenden mimetizar su verdadera fruición
por el poder, lo que Venezuela demanda es la democratización de los
partidos políticos, de modo que sus representantes se deban a sus
comunidades. Igual carece de legitimidad, el compañerito de AD, de Copei,
del MAS o del MVR cuando el cargo que ocupa, lo obtuvo gracias a una bota
octogenaria o al fraude avalado por el CNE, que los caballeros - y señoras
también - de una organización no gubernamental que nunca ha
celebrado elecciones y que por si fuera poco, niegan lo que realmente son
al tenor de la más conspicua definición académica: aspirantes a tomar el
poder y por consiguiente, políticos.
Hay que salir cuanto antes de Chávez. Su manifiesta
ineptitud para hacerle frente a las elevadas responsabilidades del cargo
no dejan otro camino. Para su reemplazo habrá que acudir a las instancias
pacíficas, democráticas, constitucionales, de modo que igual el remedio de
otro militarote no termine siendo peor que la enfermedad, como tampoco se
permita a unos autoerigidos - por ellos mismos y valga la redundancia -
miembros de la parte pura de la sociedad, el ejercicio de vetos o bolas
negras, que al fin de cuentas sólo pueden imponerlos las preferencias
electorales.
TODAVIA ES OCTAVITA. Ahora que recién finaliza la
temporada, recuerdo un relato del Carnaval de principios de los 60. Dos señoras, aprovechan las escapadas de sus maridos y deciden irse a bailar
disfrazadas de negrita. Al día siguiente intercambian experiencias:
- A mi me tocó una pareja manoseadora, agresiva y muy
veloz. Cuando le quise explicar que yo era una señora decente, ya había
dejado de serlo.
Con el perdón de las ONG aludidas en la presente crónica, por las comparaciones, siempre odiosas.
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