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La muerte de Slobodan Milosevic, hace retomar el tema de la revisión de las oportunas sanciones contra los gobiernos gamberros . . .


 

  Ha fallecido y no muy cristianamente que se diga, Slobodan Milosevic. El deceso ocurrió, en La Haya, hace apenas unos días. Algo que no nos cansamos de lamentar. Uno, cree en la Justicia Divina, sabia y misericordiosa,  pero siempre abriga la esperanza que aunque sea una parte de las atrocidades que se cometen aquí se expíen en este mundo, no por venganza, ni por solazarnos con el caído, sino para que sirvan de advertencia, a la rienda suelta de cierta taifa de forajidos.

La asistencia internacional en la prevención y castigo de delitos contra la humanidad, es como es. Retrasada y cuando llega, inepta, pues si en algo fracasó el Tribunal Penal que procesó a este criminal, fue en salvaguardar su integridad física.

 

Ni lo vigiló, para disipar cualquier sospecha de asesinato o suicidio, ni le prestó conveniente atención médica, de modo que ahora sus conmilitones pretenden erigirlo mártir, por sufrir lo que no fue más que un infarto.

Un feroz malhechor ¿nace o se hace? Es una pregunta que desde hace años, recorre los cubículos y laboratorios donde se estudia el flagelo.

“Slobo” Milosevic fue criado por su abuela. Aquel delincuente nato, analizado por Lombroso, que siempre despertó recelos por algún tufo prejuicioso y racista, ha retomado aliento con motivo de las conclusiones del llamado “Proyecto del Genoma Humano”

No es aventurado afirmar que los padres de Milosevic, quizá, portasen alguna secuencia en el ADN o en sus llamadas células germinales productoras de una prole tarada y con irrefrenable tendencia al delito. Claro, siempre queda la posibilidad del delincuente social producto del medio ambiente, incluido el pésimo ejemplo familiar.

Si algo valdría la pena investigar con verdadero rigorismo científico, ahora, que se disponen las herramientas, sería alguna muestra del zigoto del dirigente muerto. Porque lo cierto fue que sus padres, en distintas épocas y por motivos diferentes, se suicidaron y en su familia priva propensión, que podría arrojar indicio de algún genoma que exponga a los Milosevic a la conducta antisocial.

Populista, demagogo, enemigo de la libertad de prensa, con un tic nervioso músculo motor, mitómano -“Nunca he visto a alguien que mienta con tanta desenvoltura y sangre fría” se expresó de este individuo, Zimmerman, embajador norteamericano- fue además, Milosevic, exportador de su supuesta revolución a tenor del envío de armas a localidades vecinas, practicante de fraude electoral y enemigo de la alternabilidad democrática. Sus adversarios recuerdan cómo el 6 de julio de 2001, intentó modificar la Constitución para perpetuarse en el Poder y cómo el 24 de septiembre desconoció el triunfo del opositor Vojislav Kostunica.

Si en una cosa Milosevic, tampoco fue segundo de nadie, fue en materia de nepotismo y fruición de meter mano en la Tesorería. Su hijo Marko, amasó una considerable fortuna, según lo atestiguan cuentas detectadas en Suiza, Grecia y la misma Serbia y su hermana, Marija, se descubrió propietaria de una cadena televisiva, de varias de empresas inmobiliarias, de comunicación y hasta de una discoteca. Por si fuese poco después de su remoción, Milosevic, se vio envuelto en la desaparición de 173 kilogramos de oro, lo que corroboró lo que muchos sabemos. No existen los llamados altibajos morales. Un político delincuente es un político delincuente y ya. De tal manera que lo mismo ordena que disparen contra una manifestación pacífica, que asalta la  Hacienda Pública.

Pese a todo, lo que constituyó la verdadera opera magna del llamado “Carnicero de los Balcanes” fue en su prédica de odio. Las comunidades bosnias, croatas, kosovares, albanesas, montenegrinas y las minorías húngaras, convivieron en relativa equilibrio por alrededor de 500 años. Pero so pretexto de una pretendida limpieza étnica y la construcción de una “Gran Serbia” este genocida, exacerbó unas inexistentes diferencias raciales que condujeron a la carnicería.

Por extraño que le parezca a algunos, la intervención de la democracia venezolana, fue decisiva para desenmascarar a este criminal, que tuvo el desparpajo de autobautizarse como “El Pacificador de Bosnia”. Me refiero al entonces miembro del Consejo de Seguridad de ONU, Diego Arria, quien con una activa participación, contribuyó al desenlace del drama.

¿A qué número tienen que ascender las víctimas de un gobernante gamberro, para que la comunidad internacional, con los matices del caso, se sensibilice de sus aberraciones? Es otra de las reflexiones que caben hacer con ocasión de la reciente muerte del “Carnicero de los Balcanes”.

 


© 2006 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio