UN
MILITAROTE LLEGA A LA PRESIDENCIA. Pasa toda su vida en el cuartel,
planificando magnicidios y golpes de Estado, pero como la ocasión la
pintan calva, aprovecha que la sociedad democrática tiene la guardia baja
y le conecta un gancho a la mandíbula en elecciones inobjetales. Luego de
la consabida luna de miel, comienza a comportarse como lo que es.
Apaleamientos a señoras que salen a manifestar en su contra;
conchupancias con la narcoguerrilla y el terrorismo; hostigamientos a
escribidores y periodistas; pero sobre todo, verdadera comezón forajida
de meter mano en la Tesorería, lo que se traduce en hambre, desolación y
caída libre de la popularidad.
En otro
tiempo, con tal clase de jefes de Estado ocurría como con la expiración
de las garantÍas que ofrecen algunos fabricantes de automóviles. 100
millones en moneda dura o medio centenar de asesinatos políticos, lo
primero que ocurra y ya, directo a pasarlo gordo en exilios dorados.
Pero
no. El gentío ha comenzado a mirarlos feo sin importar el saldo de sus
cuentas off shore, de modo que quien antes era candidato a salir
fotografiado en la "!Hola!"
ahora no pasa de la posibilidad de un reportaje especial en Discovery
Salvaje. Aparte de todo, siempre merodea el espíritu burlón de la
extradición, no importa que el afectado se esconda en un hoyo en Tirik o
en un bungalow de Varadero.
EL
RESULTADO NO PUEDE SER PEOR. Ante perspectivas tan poco prometedoras,
las víctimas potenciales no tienen otro camino que
aferrarse al poder. Lo mismo intentan trampas en un revocatorio o
inventan el cuento chino de la incursión de paramilitares, con el
agregado de la elevación de la rata de delitos atroces. La
humanidad se ahorraría fortunas, para no hablar de presos, torturas y
asesinatos políticos si a los gobernantes gamberros se le proveyese un
lugar seguro, confortable, para que en el momento de tirar la toalla lo
hagan, en efecto, sin necesidad de
pancadas de ahogados que además de dañar el glamour
conduce a los efectos colaterales mencionados en esta crónica.
EL
ATOLON DE LA FANTASÍA. "Bandolero World", "Choro Island" o
"Malandrolandia". Lo mismo da. El nombre y el idioma son
secundarios.
La idea se
concretaría en un atolón del Pacífico. Vigilados por unos pocos cascos
azules, pero por abundantes tiburones hambrientos de carroña etica, los
ex gobernantes perpetradores del universo fijarían residencia en el atolón,
donde puedan darle rienda suelta a sus fantasías de estar a salvo de
citatorios judiciales y de escuadrones anticorrupción. Un verdadero qui
pro quo. Malandros a
resguardo de la humanidad y esta última a salvo de ex Presidentes,
ex Vicepresidentes, ex ministros, ex Fiscales de diente roto, magistrados
del TSJ prevaricadores y ex rectores de entes electorales permanentemente
abiertos a la posibilidad de fraude.
Una
cláusula esencial del nuevo vecindario, sería la reserva del derecho de
admisión. De millardo per capita para arriba, porque tampoco es
que el perraje revolucionario va a poder vivir, así, como si tal cosa en
esta Meca del crimen sin castigo. Richard Peñalver, Cabrices, Lina y demás
miembros de los llamados Círculos, olvídense. A ustedes, la "Isla
del Burro", si acaso.
Algo que
garantizará solaz y sano esparcimiento a los felices copropietarios será
el " 'ta barato dame dos" a prueba de cacerolazos, en
restaurantes y centros comerciales
¿De qué sirve saquear el erario publico, si hay que comer
encapillado en el Círculo Militar y no se puede exhibir un diamante de
diez quilates, sin escuchar el envidioso repique de los utensilios de
cocina?
LOS
CRITICOS DE SIEMPRE. Lo sé. Seguro van a decir que es una idea que fomenta la
impunidad. Quizá es verdad. Pero lo que no se puede negar, es que como el
barco revolucionario se hunde, la inmediata implementación de
Malandrolandia, desencadenaría una estampida bolivariana. Una salida pacífica,
democrática, pero sobre todo, más expedita que cualquier otra. Con todo
que el revocatorio se encuentra, casi, al alcance a la vuelta de la
esquina.
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