Por
cierto, para la próxima, debería esgrimirse otro cuento chino menos
perpetrador, puesto que esa misma LOPNA o Ley Orgánica para la Protección
del Niño y del Adolescente, prohíbe de manera terminante, la explotación de
un menor de edad “en cualquier forma” que pueda afectar su “integridad,
física, psíquica o moral”. Por supuesto que la mencionada prohibición
incluye poner como señuelo a una chiquilla de ocho años, para confundir,
desconcertar, desorientar a los planificadores de un hipotético complot para
asesinar, nada menos ni nada más, que al presidente de la República. Si esto
es así con los propios, ya deben los eufimizados “niños de la patria” seguir
con sus barbas - o sus inocentes quijaditas - en remojo.
LAS COMPARACIONES.
En materia de magnicidios los venezolanos, somos menos subdesarrollados que
el llamado mundo del desarrollo, valga la expresión. Estados Unidos,
registra los de Lincoln, Garfield, Mc Kinley y Kennedy, así como los casos
de violencia política individual contra, el hermano de este último, Martin
Luther King, Reagan y Malcom “X”. En cuanto a la Europa, tan solo de los
siglos XIX y XX, fueron asesinados el francés Carnot, la emperatriz
austríaca Zita, Francisco Fernando, archiduque de Austria-Hungría, además de
los primeros ministros españoles Antonio Cánovas y Carrero Blanco. Habría
que contabilizar, también, los intentos de eliminación de Juan Pablo II,
Bismark, Hitler, Napoleón I, Napoleón III y algún otro que se nos escape.
En
cambio, el homicidio de Delgado Chalbaud fue accidental, el intento contra
Betancourt fue planificado por extranjeros y en el frustrado ametrallamiento
de Carlos Andrés Pérez, su esposa, hijos, nietos y bisnietos, el cuatro de
febrero de 1992, tampoco participó ni un solo venezolano. Ello no lo decimos
en sentido figurado. Es que quienes intentaron cometer el mencionado crimen
de una familia entera, no son de aquí, sino oriundos de otra galaxia.
CUENTOS DE CAMINO.
En lo que sí hemos sido prolíficos, es en lo que se relaciona con los
“cuentos de caminos y conversación de arrieros”, magnicidas. Excusas para
reprimir, para adular o algo todavía más fatuo: para teatralizar la tragedia
que significaría el asesinato del hombre providencial, sin cuya conducción
la patria se perdería de manera irremisible.
González Guinand, más áulico que historiador, habla no de uno, sino de
cuatro complots para eliminar a Guzmán Blanco. La prensa oficialista de
tiempos de “El Cabito”, narra la inverosímil intentona del 27 de febrero de
1900 para tirotear y apuñalear a Cipriano Castro, a “quien el inesperado
ataque no logró alterar la serenidad de espíritu” al extremo que salvó al
pretendido magnicida de ser linchado por el populacho. Joaquín Crespo,
habría salido ileso de un dudoso cañonazo, en Maiquetía, cuando se disponía
a abordar el vapor “Libertador”. Sobra decir que según el chupamedias de
siempre, en el lance, Crespo se comportó “como un valiente”.
Pérez
Jiménez, fue menos lírico. Cada vez que denunciaba una supuesta conspiración
dinamitera, no posaba de guapo, sino que lo hacía so pretexto de despachar a
Guasina o a Sacupana, una nueva camionada de adversarios.
El
primer sospechoso de un crimen, es quien se beneficia del mismo. En lo que a
nosotros se refiere, he aquí nuestro aporte para frustrar un delito que
repudiamos, sin importar el nivel moral de la víctima.
2
p.m.. Punto único del Gabinete de emergencia: Magnicidio, potenciales
culpables y calibre de los proyectiles para cometerlo. El primer
exonerado es Fidel ¿Cuándo y dónde se conseguirá otro baboso que trueque
petróleo por los espejillos, siempre falsos, de una revolución fracasada? Baby Bush, lo mismo. Con el “¡El lobo, el lobo!” ha logrado levantar las
restricciones ambientalistas para la ansiada explotación hidrocarburos en
Alaska y en cuanto a la oligarquía criolla, jamás se ha beneficiado tanto de
la espiral de corrupción, aguas arriba y aguas abajo, de un gobierno
nacional.
Es en
esta parte del dramatis personae, cuando tercia el anciano retorcido,
caradura y aprovechador, primer beneficiario de cualquier vacante absoluta:
- ¿Con
azúcar o sin azúcar, mi comandante?
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