El primero
en sucumbir a la tentación de meterse unos cuantos dólares, con esto de una
supuesta fórmula mágica para acabar con las tiranías, fue Aristóteles. Los
lectores recordarán que en el caso de Dionisio de Siracusa, recogido por
Platón en uno de sus diálogos, el llamado Estagirita, no se andaba con
medias tintas a la hora de aplicar con extrema dureza, el artículo 333 de la
“Mejor Constitución del Mundo”.
Otro que
sucumbió a la tentación de las coimas repartidas por la CIA para luego
concluir en el “a grandes males grandes remedios” fue Santo Tomás de Aquino
(“Summa Theologica y Human Nature”). Todo ello sin
olvidar a verdaderos justificadores de medida tan drástica como John Stuart
Mill (“On Liberty”), Montesquieu, John de Salisbury, Phillipe de Melachton,
Calvino, John Althus (“Teatrise on Politics”) el jesuita Juan Mariane (De
Redge et Regis Institutionem), Francois Colman, Stephanus Junius Brutus (“Vindictae
contra Tyranus”), Martín Lutero, su discípulo Phillipe Melanchton, Thomas
Hobbes (Leviatán) y Su Santidad Juan Pablo II, quien basado en el anterior
bagaje doctrinario afirmó que la guerra de Bosnia era justa y santa, porque
entre sus propósitos destacaba “defender a un pueblo que sucumbe bajo el
golpe de un agresor injusto”. ¿Y saben quién más? Fidel Castro (“La historia
me absolverá”), uno de los apólogos más conspicuos de este tipo de
descabezamientos, al extremo que su seguidor más baboso y genuflexo, debería
tomar las precauciones del caso.
Con todo y su autoridad científica, las anteriores citas no tienen mayor
trascendencia. Se trata de lucubraciones circunscritas a cenáculos y que por
lo mismo, que no trasponen los reducidos confines de las academias.
En la orilla opuesta, encontramos apólogos del magnicidio con una onda
expansiva mayor. Uno sube un cerro, asiste a un templete o es invitado a la
celebración en una junta de condominio y allí están éllos, inmunes al tiempo
y a la moda, cada día más populares, con sus exhortaciones más sediciosas
¿Qué vaina
es esa, de aquella guarachita, “La Bemba Colorá” que inmortalizó Celia Cruz?
A saber: “Pa’ mi, tú no eres “nada”, tú tienes la bemba colorá. ¡Azuca!”. Y
ahí lo tienen, un bembón que no es nada, no nada, y si no nada se ahoga y
el que se ahoga se muere y atendida la condición de bembón, según la
copilla, del potencial muerto por inmersión, la referencia magnicida es
evidente, aunque una vez cadáver, le suministren ¡azuca! como premio de
consolación.
Ismael
Rivera, “Maelo”, llegó a cotas más altas. Suerte de Notradamus caribeño,
“Maelo” comenzó sus anticipados emplazamientos al bembicidio, seguramente,
con financiamiento del Imperio, a tenor de aquel “¡Matarón al negro bembón,
hoy se llora noche y día porque al negrito bembón todo el mundo lo quería!”.
Los paralelismos están a la vista. El occiso no era el de un bembón
cualquiera, sino, uno, popular al extremo que “lo querían”. Todo para
concluir con una estrofa, de veras tendenciosa: “¿Y por qué lo mató, diga
usted la razón? –oímos al final de la canción- ¡Yo, lo maté por ser tan
bembón y pa’ gozá!”.
“Maelo”,
debe ser remitido directo, a las colonias móviles de El Dorado. No importa
sea necesario exhumarlo y para
ello, contar con los valiosos servicios de un
enérgico Fiscal, como nuestro Isaías Rodríguez. Hay que desalentar a toda
costa, el bembicidio, el verruguicidio o como se llame cualquier otro tipo
de salida violenta.
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