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" Un soldado de la Independencia ni celebra, ni acepta un ascenso ganado en una guerra entre hermanos" . . .


Cuando toma la palabra el fusil, calla la razón. Se entenderá por ello, que no me encuentro entre los admiradores más fervientes de las gestas guerreras. Me emociona más la heroicidad que construye. Esa del día a día.

La que no tiene más pedestal que el respetable quince y último ganado con el sudor de la frente, en lugar de la condecoración a costa de partirle el espinazo al adversario.

Pese a ello, por un inconmovible sentimiento de convivencia civilizada, guardo respeto y admiración por todo oficio ajeno. Incluso - valga la paradoja - por el de hacer la guerra. Por supuesto, siempre que el respectivo soldado se bata con gallardía y con lealtad a la hora de las hostilidades.

"Si llegan a saber que mi navío ha caído prisionero digan, sencillamente, que he muerto". La frase es de Damián Cosme de Churruca, minutos antes de la epopeya Trafalgar. Un buen ejemplo de la palabra empeñada. No el consabido "de aquí me sacarán cadáver" de algunos comandantones de la cuarta o de la quinta república, para después contemplarlos muertos, en efecto, pero de risa. O de miedo.

NINGUN MOTIVO DE CELEBRACION. Escribía Wellington que solo una batalla perdida, es más triste que una batalla ganada. Por supuesto que este general verdadero, poco asustadizo y por lo mismo nada proclive a la capitulación, jamás hubiese cometido la imbecilidad de festejar su hipotética rendición ante Bonaparte, como este último, nunca tuvo la desvergüenza de conmemorar Waterloo como que si hubiese sido un triunfo.

Desde Meggido, primera guerra convencional de la historia, 3.500 años atrás, con ejércitos frente a frente, generales al mando y verdadera estrategia, nos vienen a la memoria los tres únicos casos de jolgorio de quién se rinde ante el enemigo: El de Saddam Husseín que cada año festeja su derrota en la supuesta Madre de todas las guerras, el del caso del Museo Militar, que a partir de hoy se celebra con estrépito y el de los combates del sargento García:

- ¡El Zorro! ¡Atrapen al Zorro! Pero mentira. Al susodicho sargento, como todos los de su cofradía, le faltaba testosterona. Así que en lugar de enfrentar a su rival en medio de alguna auténtica escaramuza, se retiraba quién sabe si a presidir una fiesta patronal en Elorza o en Sabaneta.

CON EL PERDON DE LAS COMPARACIONES. El Libertador no se rindió en la batalla de Puerto Cabello. Menos todavía lo habría hecho sin ni siquiera resistir la primera carga enemiga. Durante toda su vida, Bolívar, rumió el amargo de esa derrota. Muchos años después, de solo escucharla a lo lejos, reconoció la voz de Fernández Vinony y con una inusual severidad, ordenó el fusilamiento sumario de quien siempre consideró el causante de aquella debacle. No nos imaginamos a don Simón, regordete, mofletudo, flatulento, desfilando, en medio de una fanfarria, cada aniversario de la pérdida de Puerto Cabello. Ni montando una verbena para convertir la fecha en efemérides.

Pero no hace falta pertenecer al Olimpo, para no festejar lo que carece de motivos para ello. Tampoco forma parte de nuestro gentilicio incurrir en semejantes ridiculeces.

En 1849 el general Justo Briceño, rechazó su ascenso a general de división por sus servicios en la revolución de Páez. " Un soldado de la Independencia - respondió cohibido por un verdadero sentido de honor militar - ni celebra, ni acepta un ascenso ganado en una guerra entre hermanos"

Es extraño. Pero cuando escuché que se montaría un templete con motivo del cuatro de febrero, pensé que quien iba a cursar las invitaciones era Carlos Andrés Pérez. Si a ver vamos, habrá sido destituido meses después, enjuiciado, aventado al exilio, pero en esa fecha específica, en esa jornada concreta, logró doblegar a su adversario. Además, ni siquiera en medio de aquel ataque tan sorpresivo, se hizo acreedor de las sospechas de cobardón, que pesan en contra de quien sí se rindió, sin ofrecer resistencia.

Pero la política es como es. A partir de este lunes el Alto Gobierno, decretará una semana de júbilo. En las paredes del Museo Militar retumbará el eco del héroe de aquella jornada: " Si la sangre huele a ... yo, estoy herido".

Algún cronista oficial a recordará, las palabras culminantes de la proeza:
" Aquí se rindió como un bravo, sin necesidad de disparar ni que le dispararan un tiro, víctima de una amenaza terrible. A saber:

- Aló, "Museo Militar" ¿Quién llama?

- Buenas noches. Es el general Antich. Que por favor tenga la amabilidad de rendirse"

Un verdadero golpe bajo contra la Convención de Ginebra, en materia de regularización de la guerra.

Quizá, para recordar aquella gesta hará falta un jalón, un hito, un mojón alusivo ( A los lectores malintencionados se le estima un mínimo de compostura, puesto que la ocasión es solemne).

Se lo conocerá en lo adelante, como el mojón del cuatro de febrero. O para resumir: el M. del 4/F.

 


© 2002 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio