Loco One o Loco Uno, según sea
usted un cultor del spanglish o un purista del castellano.
Me corresponde el honor de haber publicado el primer
diagnóstico serio, documentado y con rigorismo científico de semejante
madre de filtración en la azotea. Claro, es un honor dudoso y que no deja
de ser masoquista, porque mientras peor esté Loco One, peor
estaremos todos, de manera que el tema de la presente crónica no es asunto
de risa, aunque en muchos casos la locura ajena provoque carcajadas.
Días atrás, un amigo psiquiatra, antropólogo y autor de
libros sobre la materia me decía que me había equivocado. Que no era síndrome de tourette el padecimiento de Loco One, sino algo
peor y que mi opinión de lego se había quedado mas bien corta, incluso,
hasta sospechosa por benevolente.
Afirmaba Pericles, en la ya lejana Atenas del 420 a.C.
que "aunque pocos somos capaces de hacer buena política, todos nos
podemos dar cuenta cuando los demás hacen mala politica". En otras
palabras, sabemos cuando un violinista desafina, aun cuando no sepamos
tocar el instrumento.
Pese a que ha caído en cierto plano de descrédito
científico, la sabiduría popular o soberana rehusa abandonar el término y
sus clasificaciones para la comprensión de este flagelo por demás penoso.
Loco de carretera o loco de autopista, según las
preferencias del aludido, por la velocidad de crucero o a más de
doscientos kilómetros por hora, vista desde un hombrillo. Loco de
cabuyita, para aquellos casos que imponen la necesidad de amarrar al
afectado de la pata de su cama clínica. Loco de brinco, de acuerdo con las
intermitencias o los estados espasmódicos que registre el enfermo.
Loquito, asi, en diminituvo, es término que se asimila
a lo que los psiquiatras califican como paciente borderline, de la
más alta peligrosidad, porque son capaces de mimetizar su enfermedad o
hacerla aparecer como de menor monta, hasta que desencadenan alguna
tragedia colectiva. Loco de metra, locote, locatelli y locos chimeneas,
son otras de las categorías elaboradas por la sabiduría popular segun los
matices de frecuencia, furia, redondez absoluta de la chaladura o la
compulsión a fumar encapillado cigarrillos con filtro, como acostumbra
hacerlo nuestro Loco One cada vez que sufre una crisis de insomnio.
La fuerza del loco, es quizas una de las
expresiones más agudas que hay que abonar a la cuenta del ingenio criollo.
Es sabido que para dominar la ira de un individuo calificado como de
metra, se necesitan diez hombres vigorosos, sin que importe que el infeliz
tenga la talla, peso y contextura de un jockey del hipódromo. En el plano
intelectual, esto de la fuerza del loco se manifiesta por cierta
originalidad, inventiva y extroversión, que algunos sectores de la
población –para su desdicha- confunden con la genialidad y el carisma.
Allí reside la explicación de la momentánea popularidad o aceptación de
algunos locos de carretera, en su papel de fundadores de sectas,
vendedores de productos contra la calvicie, líderes politicos y hasta
jefes de Estado.
Complacido, pues, el amigo psiquiatra. No vuelvo a
escribir sobre el síndrome de tourette so riesgo de que me vuelva a
tildar de blandengue. Pero no podía dejar en el tintero esto de los
aportes vernáculos al avance de la ciencia del comportamiento humano,
sobre todo ahora, que vamos a una megaelección y Loco One vuelve a
presentar su candidatura, pese a que no aguanta ni un
electroencefalograma.
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