Ahora, el ministerio de
Información les exige a los diarios venezolanos que rectifiquen el error,
los aludidos no lo hacen y ello ha dado lugar a que el gobierno pague
millones en desplegados, lo cual ha servido para que los vivianes de siempre
se llenen los bolsillos, incluidos quienes ordenaron las dispendiosas pautas
publicitarias, previo el viejo y no muy noble cuánto hay pa’ eso.
Total, que a mal
castellano, peor inglés y a peor inglés más busisness según parece
deducirse de esta comedia de enredos. Porque si tenemos que admitir que
Chávez no dijo lo que dijeron que dijo, tampoco podemos dejar de lado que la
suma de sandeces expresadas en su discurso, se prestaba a las equivocaciones
y lo único claro de la perorata fue, que no ha leído ni al muerto ni al
supuesto muerto, es decir, ni a Galbraith ni a Chomsky. Una evidencia más,
de dos cosas: la primera, que estamos frente a un sujeto que de un libro,
apenas si ojea la solapa y que por lo tanto repite como el perico y la
segunda -que más bien debería ser la primera- que en la bien llamada
“robolución” bolivariana cualquier pretexto es bueno para meter mano en la
Tesorería Pública.
Esto de las traducciones
siempre ha sido un terreno abonado para la polémica. En los comienzos de la
supuesta Quinta República, la tarea fue asumida por Rangel.
Chávez insultaba,
denostaba a sus adversarios políticos y ponía como colofón a sus germanías,
expresiones como aquellas de “no le pego patada a perro muerto”,
“freír cabezas” o de “darle lo suyo” a la reglamentaria.
Entonces salía Rangel a sacarle las patas del barro –con las excusas a las
criaturillas del Señor por la referencia- con la aclaratoria o la versión
más light según la cual, los insultos no eran tales sino expresiones
de cariño y que la procacidad presidencial no era por mala fe, sino cuestión
de familia.
Pronto se descubrió que
en la revolución, el oficio de traductor era el segundo más viejo del mundo
y de paso, muy lucrativo tenor de los ceros a la derecha que acumularon
ciertas cuentas off shore. Así que, como siempre sucede, surgieron
las no muy sanas rivalidades.
¿Se acuerdan de aquel
eructo que dio la vuelta al mundo, porque su autor antes de cualquier otra
cosa se aseguró de hacerlo frente a las cámaras de televisión?
No era una flatulencia. Se
trató de la síntesis de uno de los pensamientos más elevados del jefe de
Estado, según traducción libre y simultánea de quien se considera su émulo
más aprovechado.
Tascón, con su legendaria
lista, las recientes bravuconadas de Arias Cárdenas en la ONU, las tronas
mentales y sentimentales de Barreto, los insultos del gordo calvo de
“Venezolana de Televisión” acomplejado tras su cachuchita, lo mismo. Una
competencia feroz a ver quién traduce mejor, de manera simultánea y lo más
fielmente posible, los nobles sentimientos del Jefe. Todo, con tal de no
verse emplazados a rectificar. El llamado “Cronista con Cara de Novio
Triste” que merodea cada viernes por “El Universal”, ya lo sabe. Que siga
así, que va bien. Aunque palangre gobiernera, no quita cierta clase de
melancolías.
En la Revolución Forajida
para ganarse la vida como traductor, no hace falta pegarle al inglés, ni al
francés. Ni siquiera, saberse unas cuantas palabras en chino. Ya lo ven los
lectores. Lo único que se requiere es genuflexión en cinco idiomas y saber
decir ¡Yes!
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