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¿ Cuando un jefe de Estado o ministro, es responsable desde el punto de vista criminal, por las acciones de sus subordinados? . . .


 

  Leo en la prensa, que según varias empresas encuestadoras, la percepcn en el país, de la gestión del presidente de la República, es significativamente mejor que la transmitida por su gobierno. Algo que resulta inexplicable o enigmático para ciertos analistas, porque si se parte de la concentración de Poderes en el jefe de Estado, relevarlo de culpas por la ineficiencia, coprolalia, pero sobre todo, por la corrupción de muchos de sus colaboradores, constituye en el menos grave de los casos, una ingenuidad de los encuestados.

 

De cualquier manera ¿es, en última instancia el señor Chávez, responsable directo de los posibles desaguisados de sus ministros, presidentes de institutos autónomos y empresas del Estado e incluso, responsable por la mala praxis de funcionarios que se suponen autónomos, como el Fiscal, el Contralor, magistrados del Tribunal Supremo, diputados a la Asamblea Nacional y rectores del Consejo Nacional Electoral? Antes de  responderlo, se imponen las acotaciones del caso. 

LA ESPERANZA. En realidad, no es la primera vez que escuchamos similares consejas. Aquí, en otras latitudes; hoy, y en distintas épocas de la historia. “Pobre Presidente, no sabe de lo que son capaces sus ministros”. O las que siguen: “El Presidente no es tan malo, malos son los que lo rodean”. “A él, lo engañan hasta sus colaboradores mas fieles”.

Mentiras piadosas que se inventa el ser humano para sobrellevar sus tragedias, que igual conducen a un enfermo terminal a recetarse con un brujo, que alimentan la esperanza que la desgracia de un pueblo, se debe al abuso de unos cuantos burócratas de menor rango y no a la delincuencia estructural de un gobierno gamberro.

Pero además, esta el instinto de conservación que aconseja, que cuando se va a cuestionar a un alto funcionario, se ponga a salvo al jefe supremo. “¡ El ministro Mogollón, es un bandido, un cafre, un zafio, un verdadero azote de barrio, pero su acción mas que perjudicarme a mi - que sería lo de menos - ha traicionado la confianza que le depositó nuestro muy queridísimo señor presidente de la República!”.

Visto, lo poco fiable que resulta la aparente paradoja entre la incivilidad de un gobierno y la supuesta confianza que merece la persona que lo encabeza, entramos propiamente en materia. Nos referimos al asunto de cuando opera la responsabilidad directa de un jefe de Estado por las tropelías de sus subalternos. Algo que asumimos, de manera general y sin ningún señalamiento específico, porque cualquier ejemplo contenido en el presente artículo, es producto de nuestra imaginación de modo que si existe alguna coincidencia es producto de la casualidad.

EL LENGUAJE CRIPTICO. El primero, quizá, en escribir sobre la materia, fue Sun Tzu. Según el legendario teórico de la guerra, el deber inicial de todo comandante, es asegurar que sus subordinados se conduzcan con un mínimo de civilidad.

Hoy en día, en períodos de paz, basta la prexistencia de lo que se denomina política de Estado en la perpetración, para que un Presidente o alguno de sus ministros o altos funcionarios, resulten imputables por las acciones directas de sus funcionarios. Para épocas de conflagración, se ha utilizado un criterio mas específico. Nos referimos al “conocimiento que debe tener todo comandante de las acciones de su tropa”. Según esto último, si el superior falla en estar enterado de tal clase de actividades, no podrá exonerarse alegando ignorancia, ni desacato a sus órdenes específicas.

Cuentan que durante la tiranía de Rafael Leonidas “Chapita” Trujillo, este último se hallaba jugando una partida de dominó, con tres de sus secuaces. De pronto, alguien hizo referencia a las andanzas de un tal Romerito, enemigo del régimen.

-¿Romerito?  - preguntó el sátrapa, haciéndose el desententido - caramba, yo creía que Romerito estaba muerto.

Todo, para que al día siguiente, el pobre Romerito fuese a dar a la morgue.

La interpretación de los mensajes crípticos ha sido, siempre, uno de los mayores quebraderos de cabeza de los funcionarios obsecuentes. Sobre todo, porque el acierto o la equivocación no se mide por el tino en adivinar los pensamientos del jefe, sino de acuerdo con los resultados, de modo que lo que comienza en gracia no termine, resultando en morisqueta, a causa del afán desmedido de adular.

- ¿Y acaso no me ordenaron que insultara a los alcaldes Lopez y Capriles Radonsky en el Consejo de Planificación?

- Que los insultaras, no, Barreto; que los “invitaras” al Consejo de Planificación.

Total, que para la próxima mas le vale pedir las instrucciones por escrito.

 


© 2006 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio