- Nombre, apellido y además, dígame cuál es su
apodo, le preguntó el árbitro, una vez concluído lo que se conoce con
la ironía de "conteo de protección".
- Juan Nepomuceno Raimírez Robles, pero en las
carteleras me anuncian como "El Novillo Indómito", respondió
el muchacho, en medio de los saltitos característicos de esos atletas.
El diálogo que tenía lugar sobre el entarimado,
apenas era perceptible. Esa noche, los aficionados que se habían dado
cita en el Nuevo Circo de Caracas, estaban exaltados como pocas veces.
Así, que los chillidos que provenían de la gradería, se sobreponían a
cualquier otro sonido en varias cuadras a la redonda.
- Ahora, repreguntó el árbitro, para asegurarse si
aquel hombre podía seguir en combate: ¿Dígame qué hora es y dónde
estamos?
- En la manga de coleo de Araure, Estado portuguesa,
y son las doce del mediodía...
PARALELELISMO CULTURAL. En algún momento habrá que
prohibir el pugilismo. Es verdad, hay otras prácticas deportivas, - las
carreras de motos de alta cilindrada, por nombrar alguna - con un saldo de
muertes y mutilados más alto. Pero la razón de ser del boxeo es
perversa. Dañar al adversario. Lastimarlo, herirlo, causar estragos en su
integridad física, con el subsecuente resultado de desechos de hombres,
una vez que los atletas se ven obligados a pasar al retiro.
Aparte de su brutalidad, hay un paralelelismo
incontestable entre el llamado mundo de Fistinana y la existencia, tal
como la vivimos y sufrimos a diario los mortales ajenos a esa práctica
deportiva. Golpes bajos, peleas arregladas, traiciones, jueces vendidos,
esplendores y caídas con estrépito, en fin.
Faulker, Cortázar, José Martí, Hemmingway, Jack
London, Byron, Irwin Shaw y más recientemente autores como Norman
Mailler, Umbral, Joan Carol Oates y Osvaldo Soriano, han sido algunos de
los muchos que han atrapado esos puntos de encuentro, esa similitud entre
la vida y el pugilismo, aparte que en relación con esos paralelelismos se
han rodado producciones cinematográficas verdaderamente memorables: Fat
City, de Leonard Gadner; Toro Salvaje, por la que Robert de
Niro recibió una nominación al premio de la Academia, por su papel de
Jack La Motta; The Set-up; Marcado por el destino; Réquiem por
un peso pesado; Idolos de barro; Muhammad Alí, estrenada meses atrás
y La Gran Esperanza Blanca, que relata la tragedia de discriminación
racial, soborno e intimidaciones por las que tuvo que pasar Jack
"Huracán" Johnson antes y después de su pelea con Willard (Se
le estima a los lectores, no confundir las grandes películas del género,
con los bodríos protagonizados por el afeminado de Stallone).
PATARUCO. Aparte de la tragedia del peleador que
está de pie pero ha perdido la noción del espacio y del tiempo, esta
práctica deportiva ha hecho otras contribuciones para la mejor
comprensión del comportamiento humano.
La de los atletas con escasa presencia de ánimo
para hacerle frente a las situaciones difíciles, por nombrar un ejemplo.
Para hacernos entender mejor. Guapos cuando van arriba en las tarjetas,
pero cobardones cuando tropiezan con un contrincante en igualdad de
condiciones o capaz de sobreponerse a la adversidad.
- Ese hombre es pataruco, la inapelable sentencia
correspondía a Rafito Cedeño, infatigable cazador de talento boxístico.
Ocurre que nada más de mirarlos por primera vez,
Cedeño los reconocía. Era el producto de años de recorrer palmo a palmo
las costas venezolana y colombiana, desde Cariaco hasta Cartagena, tras un
futuro campeón de peso welter, de semi-completo o de cualquier
otra categoría. Pero Cedeño tenía que proteger sus inversiones.
Después de todo, en el combate, político o deportivo, hay que aprender a
descubrir a los sujetos que a la primera situación de apremio lo mismo
tiran la toalla, que se rinden sin reventar un disparo.
Pasaba revista a todo lo anterior, con motivo del
paro cívico del 10 de diciembre y de la gigantesca marcha contra la
persistente siembra de odios entre los venezolanos. Dos verdaderas
manifestaciones pacíficas, civilizadas, pero devastadoras, valga la
aparente paradoja, que han dejado al destinatario de tales mensajes, de
pie - por lo pronto- pero sin sentido del lugar, del tiempo, ni de las
circunstancias que lo rodean.
Knockout parado, como en el relato del
comienzo. Aparte que tampoco hay que ser ningún experto para reconocer
que ese hombre también es asustadizo. La frase es de Voltaire: "La
cobardía, es la madre de la crueldad". Como se ve, un verdadero
peligro ambulante
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