Juridificación Política

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"Un ruido de togas" legítimo, creíble, acorde con la presente crisis, acabaría de una vez por todas, con el "ruido de  sables" . . .


 

LA CELEBRACION de jornadas correspondientes al Día del Abogado, a lo largo del mes pasado, constituyó una buena oportunidad para reflexionar sobre la llamada juridificación de la política (JP).

Los norteamericanos la llaman activismo judicial. "No existe cuestión política en Estados Unidos - escribía Tocqueville - que no se resuelva tarde o temprano en el ámbito judicial".

Ciertamente la intervención de los tribunales en los asuntos que se relacionaban con la cosa pública, convierte a la justicia en un lugar de exigibilidad de la democracia. En tal caso, al menos en teoría, se ofrece a todo querellante la posibilidad de interpelar a sus gobernantes, de exigirles la palabra empeñada, de emplazarlos a una rendición de cuentas, muchas veces imposible por los caminos convencionales de la política. La querella judicial de esta forma, se percibe como una posibilidad más cercana, más individual, más directa, que la representación política clásica, de segundo o de tercer grado, ejercida por parlamentarios, dirigentes de partidos o por organizaciones no gubernamentales.

Pero a ésta (JP) cabe hacerle algunas objeciones. Aparte de sus elevados costos individuales, acaba por imponer una visión penal a toda relación social - la política en el caso que nos ocupamos - ahora descifrada desde la perspectiva binaria y reductora de la relación víctima/agresor, culpable/inocente, bueno/malvado en la que se descartan de antemano, los mecanismos de diálogo, persuasión de armonizar propuestas dispares, de pacto de soluciones de consenso y de negociaciones necesarias para una convivencia pacífica, pero sobre todo, para un despacho, pronto y menos traumático de las urgencias que asfixian la actividad burocrática.

TRASLADO DEL EPICENTRO POLITICO. ¿A qué se debe, en todo caso, que en determinadas circunstancias el epicentro de resolución de controversias políticas se desplace del Parlamento, del Poder Ejecutivo y demás instancias más convencionales, para ubicarlas en el plano tribunalicio?

Calamandrei entendía el proceso como la manifestación de un conflicto individual, que amenazaba la cohesión del vínculo social.

Pensadores como Bouretz, no obstante, miran la sociedad democrática apoyada en una renuncia a la unidad, en una sorda legitimación del enfrentamiento de sus miembros, en un abandono tácito de la esperanza de unanimidad bajo cualquier forma.

Nada, pues, más natural que ante la amenaza de reabsorción de la disidencia o de peligro de mutilación; de inoperancia de los mecanismos democráticos tradicionales de negociación, diálogo y de soluciones de consenso, los factores amenazados acudan al mecanismo tribulanicio. Si de lo que se trata es de reafirmar la percepción de individualidad propia, de hacer énfasis en la división, de insistir en el cuestionamiento democrático y libertario del sentido de unidad social, incompatible dentro de una sociedad plural, nada mejor que un buen pleito judicial o muchos - y mientras con más estrépito mejor - donde al menos quede constancia con vehemencia, de esa relación binaria, antagónica y ratificadora de la identidad de cada persona o grupo de éstas.

REPRESENTATIVIDAD JUDICIAL. Quedaría ahora preguntarse por la capacidad de respuesta de nuestro sistema judicial, como depositario de este último reducto de  fe democrática y como expresión menos visible pero muy profunda, de esta modalidad contemporánea de individualismo, a veces extremo.

Un debate muy intenso sobre la falta de representatividad de nuestra magistratura agita en este momento a la opinión pública. Es un hecho que los titulares del alto gobierno judicial y del Ministerio Público, fueron electos dentro de un muy cuestionable régimen de transitoriedad.

Dominique Turpin recuerda que lo característico de un representante no es que se le haya elegido, sino "querer para la nación" y en este sentido al juez que actualiza la voluntad general, puede calificarse de representante.

Una mayor representatividad de nuestra autoridad judicial, un "ruido de togas" legítimo, creíble, acorde con la presente crisis, acabaría de una vez por todas, con el "ruido de sables" que es todavía entre nosotros, un vergonzoso anacronismo.

Son éstos, los emplazamientos, poco convencionales, si se quiere, que la Venezuela de ahora le formula a nuestro Tribunal Supremo de Justicia. No atenderlos, abstenerse de resolverlos de manera honesta, eficiente, pero sobre todo leal, sería traicionar la más elemental confianza despositada en sus titulares.

 


© 2002 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio