Indice de Natalidad

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Leo en la prensa, que desciende el índice de natalidad en Venezuela . . .


Leo en la prensa, que desciende el índice de natalidad en Venezuela. La Revolución necesita chiquillería para la invasión demagógica de edificios inhabitables, para recitarle versos infantiles a “mi” comandante Fidel Castro cuando viene a levantar inventario o, más sencillo, para elevar el contingente de los potenciales “Niños de la Patria”.

Pero nada. Las venezolanas, en especial las depauperadas, quieren vivir más, a condición de ser menos y eso no es otra cosa que unanimidad vaginal, ante una realidad que excede el populismo ramplón que tenemos en casa

EXODO REVOLUCIONARIO. En estas mismas páginas hemos levantado acta al respecto. Estamos en trance de convertirnos en un país fantasma. Las laboriosas domésticas se han vuelto a María la Baja, Cartagena o San Pedro de Macorís; el que puede, green card en mano, pone proa hacia el sur de Florida para buscar fortuna como vallet parking o mesonero y nuestros jóvenes profesionales escudriñan su árbol genealógico, para ver si alguna fallecida tatarabuela facilita el pasaporte de la Unión Europea, Uganda o Liberia. Porque no se crea. Hasta posibilidades como los depuestos presidentes Charles Taylor o Idí Amín Dada, resultan decentes cuando se realizan las inevitables comparaciones. 

A esa verdadera estampida se agrega, lo que algunos han calificado, como éxodo intrauterino. Las parejas, matrimoniales y no matrimoniales, practican el sexo, poco o mucho, pero no procrean. El gentío, se divierte, baila, bebe, ingiere sustancias extáticas y hasta cosas mucho más serias como afrodisíacos. Todo dentro de sus posibilidades. Pero luego los niños no vienen, no se sabe si por el “¡póntelo, póntelo!” y  la píldora que tanto irritan a Wojtila; si por los métodos más devotos, como el Oggino y el interruptus a destiempo o en definitiva, porque la madre más pobre, proveedora tradicional de la carne de cañón de montoneras como la que tenemos, ha abandonado su rol de pendeja

Por supuesto, la primera sospechosa a la hora de encontrar el origen de este déficit engendrador, es la caída de la líbido. La corrupción galopante con su onda expansiva de decepción colectiva, la inseguridad, el desempleo, pero sobre todo la hambruna, surgen como posibles debilitadores de la concupiscencia nacional. Pero eso ya lo determinaron los brasileños al estudiar la llamada sociología del hambre. Hay una hormona, u otro humor corporal, que en lugar de desactivarse, se desata en casos de desnutrición. La ecuación es simple. A menor alimentación la gente se pone más rijosa, lo que sería un factor coadyuvante de la explosión demográfica en los países  subdesarrollados

LAS AUTENTICAS REVOLUCIONARIAS. Más allá de las teorías contrapuestas, debemos admitir una realidad. La verdadera y única revolución en Venezuela, la hacen las mujeres. En este caso, son éllas las que en definitiva tienen que liársela con teteros, pañales, con la paternidad irresponsable y con un Estado que en materia de protección a la familia y a la niñez, se ha quedado en la palabrería. La revolución pide hijos para defenderla. Pero las potenciales madres lo saben. Los integrantes del cuello blanco bolivariano asisten a colegios privados o a postgrados en el primer mundo, mientras que los hijos del llamado soberano son remitidos a escuelas, que de bolivarianas solo tienen el nombre o peor todavía, a los cursos de colocación de niples, guerrilla urbana y organización de fuerzas de choque  impartidos en Cuba, en supuesto pago en especie del petróleo que le regalamos.

Me lo decía días atrás una integrante de ese segmento que de manera eufemística se clasifica como clase “E”: “¡Hijos para la revolución? ¡Por qué no los paren los ministros?”  Según las estadísticas, los familiones de antaño, son una especie en extinción. Entonces, ante el peligro de quedarnos sin pueblo y el aumento de los correspondientes gastos de manutención, que la producción de niños corra por cuenta de las familias ministeriales y de las familias de los generalotes que meten mano en la tesorería  y de las que lavan dinero gracias a su relación con la narcoguerrila, ahora que en Venezuela, la única forma de que un chico pobre no herede el oficio de limosnero o de saltimbanqui en un semáforo, es, sencillamente, que no lo traigan al mundo.

A la llamada revolución no la va a acabar el referendo revocatorio. Ni una invasión de Babby Bush, ni la OEA, ni la Coordinadora Democrática. La va a aniquilar el absentismo de cama y el descenso del índice de natalidad de sus presuntos partidarios. Es que esta revolución bandolera y alicaída, ni con Viagra se levanta.

 


© 2003 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio