ENTRE BERLUSCONI Y
FELIPAO. Esa restricción
más que un crimen es una estupidez. Algo que nos presagia, una copa nula de
calidad. De ausencia de poesía. Ayuna de inspiración. Carente de
creatividad y de genialidad sobre la cancha. Quizá de fuerza bruta,
resistencia y condiciones físicas. Uno, ve a un defensa que le pega un
patadón a un contrario, que éste se revuelca en el césped con un esguince o
una orquitis de mulo pero, a los pocos segundos, se levanta, sacude el polvo
y prosigue en la acción, cancha arriba y cancha abajo. Sin embargo, no hay
lírica ni metáfora ahí. Decía “Felipao” Scolari, director técnico de Brasil
en el Mundial-2002: “Si un hombre, por muy joven que sea, no es capaz de
aguantar un mes sin sexo, no es un humano sino una bestia”
No sé si es
malo hacer el amor antes de cualquier actividad, de lo único que sí estoy
seguro es que peor, es abstenerse. La melancolía, el deseo reprimido, la
frustración del macho, lo mismo le hipoteca las botas a un futbolista, que
los mocasines a un político o a cualquier hombre de empresa. Le ocurrió a
Berlusconi, meses atrás, entonces candidato a repetir como primer ministro.
Incurrió en la desmesura de comprometerse a no mantener relaciones sexuales
hasta su reelección para ganar adeptos entre los puritanos.
El que
tiene guayabo, es decir, escasez o déficit de cariño, produce poco o
produce mal. Igual no adivina la debilidad de un oponente político, que un
claro en la defensa contraria, adonde pueda colar un pase, muchas veces
decisivo. Ahora parece entenderse porqué Felipao y Berlusconi, terminaron
por ser cesanteados.
Todas las
personas complicadas psicológicamente, terminan por convertirse en
impotentes. Una buena relación de pareja está llena de fortificaciones
recíprocas. Parece que los grandes generales de la antigüedad, previo a toda
escaramuza, cumplían el rito que ahora se niega a los futbolistas. “Otra
vegada, antes que vos vades” le pedía una dama a su caballero, antes de que
éste marchase a batirse a muerte.
Los
guerreros más bravos de nuestra independencia pasaban la víspera del
combate, en compañía de las “troperas. De no haber sido así, no hubiesen
podido librar un continente. La abstinencia sexual, lastra el alma y los
pies del futbolista. Lo saben mejor que nadie, las botas de un comandante
asustadizo, correlón y propenso a la capitulación, que los botines las de un
centrodelantero que no dispara a gol.
YA LO TENEMOS
DEMOSTRADO.
Nada se puede hacer con alegría, que es eficiencia, cuando la nostalgia de
la hembra pesa en el alma y en el cuerpo. Los técnicos del balompié y esa
subespecie menor, parlanchina y decidora, que son los pretendidos
comentaristas de la disciplina, se equivocan en todo. En fútbol y en lo que
al amor se trata. Once hombres satisfechos sobre la cancha, valen más,
disparan más al arco y tienen más instinto goleador, que cualquier equipo de
nostálgicos, sufridores, reprimidos, arrastrándose sobre el engramado,
abstemios de una buena “vegada”.
El acto
sexual, no es sino la elevación del ritmo sanguíneo, que lo mismo limpia la
mente de un poeta, el olfato de un político, que el hambre de penetrar la
portería enemiga del jugador con camiseta numero diez.
La
proliferación de tarjetas rojas, la violencia sobre la cancha, incluido el
desenfreno en el graderío, provienen de las malas pulgas de futbolistas y
holligangs, subproducto del canibalismo de los empresarios del fútbol
que no buscan sexo, goles, poesía, ni nada diferente que hacerse ricos a
costa de
trastocar el fútbol, en el opio del pueblo del siglo XXI.
Total, un
perjuicio de monja, eso que el sexo da raquitismo y déficit goleador. Lo que
da raquitismo es la soledad.
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