|
El viejo Partenavia estacionado en una de las rampas del aeropuerto Santiago Mariño, estaba casi listo para encender los motores. Su piloto, un hombre vital, alerta, de aspecto deportivo, de sesenta años bien llevados. Visto desde la pista a una distancia prudencial, parecía cumplir el rutinario check list antes de iniciar vuelo de regreso a Caracas. Aproveché que todavía no había cerrado las ventanillas delanteras de la aeronave, para jugarle una broma: -! Ese anciano, pa’l asilo! – le grité a todo gañote al amigo que por culpa de esta Caracas con pocas rutas de reencuentro, tenía algún tiempo sin ver. Un repentino ventarrón impidió escuchar lo que con toda seguridad, era una respuesta ingeniosa. Pero, allí estaba su sonrisa. El gesto característico. Cejas enarcadas, expresión de aparente sorpresa, índice derecho apuntando al firmamento y ese mohín a lo a Fred Astaire, aquel legendario actor y bailarin de tap. Fué la ultima vez que vi a Federico Blohm. Pero me imagino que su familia, sus amigos, la gente que tuvo el privilegio de conocerlo, lo recordarán como yo. Jovial, siempre optimista, con alegría de muchachote sano, hasta aquella tarde del 21 de julio, cuando igual que un numantino de otro tiempo, entrego la vida por proteger a su mujer, su casa, a su gente. No saben pero tampoco quieren Es absurda una muerte como la de Federico. Pero aparte de la mezcla de dolor, de ira, de impotencia que nos invade por esta clase de tragedias que cada día se repiten en Caracas, persiste la forma poco seria de encararlas que tienen las autoridades. Para el presidente de la Asamblea Nacional, por ejemplo, la cuestión se reduce a la aprobación de leyes. Dice que en el parlamento reposan las propuestas de reforma del vituperado COPP, del Código de Justicia Militar y unos cuantos proyectos legislativos, que según esta óptica nada original, constituyen la clave del problema. Escribía Antoine Garapon, que las leyes son simples promesas que una sociedad se hace a sí misma. Pero ocurre que los venezolanos estamos saturados de tal clase de promesas, que no se cumplen casi nunca. Porque al día siguiente de la publicación en la Gaceta Oficial de preceptos constitucionales, de códigos, de estatutos del rango mas disímil, no hay autoridad que se preocupe por tomar las medidas que garanticen su vigencia. Para no marchar muy lejos, la semana pasada el diligente alcalde de Chacao, Leopoldo López, se quejaba que no hay ningún organismo que centralice la información de los individuos con antecedentes penales. Los jueces, de su jurisdicción o de cualquier otra, carecen de medios confiables para comprobar si los imputados han reincidido y se ven obligados a devolverlos a la calle por presumir que es la primera vez que enfrentan problemas con la justicia. Pero para cierta clase de burócratas, es más fácil y produce más figuración en los diarios, reformar el COPP, que interconectar unos modestos computadores con una información muy sencilla. Y ahí se nos va la vida porque ahora, según la misma policía, los sospechosos de asesinar a Federico son unos sujetos con amplio prontuario que jamás han debido salir de un retén para gente muy peligrosa. El panorama en esta materia es desolador. Un ministro del Interior con un nivel de instrucción que no pasa del tercer grado y que tampoco está en edad de aprender; que ante la tragedia de la familia Blohm no tuvo otra ocurrencia que balbucear, que su despacho tenía "controladas" las cifras de la delincuencia. Un jefe de Estado que evade encarar el problema y que las pocas veces que lo encara, es para justificar y hasta hacer una apología del delito y un alcalde como Peña, el único que se ha ocupado de enfrentarlo en forma seria, tenaz y científica, pero cercado presupuestariamente porque ahora se lo mira como un rival y antes muertos - nosotros, claro, no ellos- que permitir que el competidor político pueda capitalizar una solución por la cual clama la gente decente. Las abdicaciones El hampa ha condenado a los venezolanos, a la abdicación de los afectos. El miércoles pasado el cardenal Velasco se quejaba de la poca cercanía humana en Venezuela por causa de la inseguridad. Rilke, frente la pantera enjaulada comprendió que el enjaulado era él. La pantera estaba al otro lado de las rejas humanas y le miraba. Igual nosotros. Porque ante la certeza que nuestro destino no se discute en la punta de una estrella, sino en el escondrijo del asesino de cualquier tarde, nos encerramos y en medio de esas soledades uno muere un poco cada día, como cuando un amigo se va y nos deja la nostalgia del abrazo que no se dió o de la palabra que no tuvimos la oportunidad de pronunciar. Muchas veces, un grito en la mitad de la noche basta para recordar que aún estamos vivos. Que de ninguna manera pensamos en rendirnos. Es el mejor tributo que podemos rendirle a la gente buena, como Federico.
© 2001 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio
|